Y así, los días pasaron.
Cuando salí de su departamento me llevé conmigo la esperanza de encontrarlo de pie al día siguiente frente a la casa de té, estudiando de nuevo la marquesina de Lakewood, pero no fue así. Tampoco lo vi el día después, cuando el doctor Leonard fue a visitarlo a casa, porque estaba asistiendo una cirugía; ni lo vi el día después al siguiente cuando pasé frente al edificio Magnolia y me detuve frente a él, caminé hasta la puerta, estudié los timbres y di la vuelta sin atreverme a tocar uno solo.
Una semana pasó y el tiempo que necesitaba parecía no haber sido suficiente.
Sabía que estaba recuperándose, que ya no estaba en cama, que había dejado botadas las muletas y que había vuelto a trabajar, pero no lo había vuelto a ver. Y, era lógico, Albert me había solicitado estar lejos de él porque aparentemente mi presencia le hacía daño, pero entonces ¿por qué me había prometido que volvería a buscarme? ¿Cuánto tiempo, en horas, minutos y segundos existían en la palabra «tiempo»?
Dándome cuenta de que estaba comenzando a actuar de forma demasiado irracional, obligué a mi cerebro a apartar mis pensamientos de él para enfocarme de nuevo en mi trabajo en el hospital. A final de cuentas, el príncipe había sido muy claro al decir que no podía ofrecerme nada y yo le había asegurado que no esperaba nada de él, así que tenía que ser congruente con mis palabras, reprimir esa parte de mí que soltaba a las estúpidas maripositas en mi estómago cuando recordaba sus besos (los tres) y actuar como una persona adulta. Pero ser una mujer adulta, responsable, racional y coherente estaba siendo demasiado complicado y no tenía muchas ganas de comportarme así, deseaba ser la adolescente precipitada que nunca fui y buscarlo y ver que estaba bien y..., y... Afortunadamente el drama de «El Matrimonio» logró atravesar todo el océano y me ayudó a distraerme, aunque dudo mucho que fortuna sea la mejor palabra para definirlo.
―¿Gatita? ―esa voz la conocía y era la última que esperaba escuchar en Londres.
―¿Archie? ―dije saliendo de dónde quiera que estuvieran mis pensamientos y encontrando frente a mí al prometido de mi hermana, que era además uno de mis más queridos amigos―. ¿Qué estás haciendo aquí?
―Trabajo ―respondió como si atravesar el Atlántico fuera algo sumamente común.
―¿Pero y la boda?
―Tu hermana no me necesita para eso, Candy ―le dediqué mi mejor mirada de «eres el novio» y rascándose la cabeza respondió:― Tú sabes a lo que me refiero. ¿Puedo pedir un hola al menos antes de que comiences a regañarme?
―Claro que sí. Disculpa ―dije saliendo de atrás del escritorio del registro hospitalario para abrazarlo con fuerza―. No esperaba verte aquí. Es la sorpresa más bella que he tenido desde que llegué a Londres. Me hace tan feliz ver un rostro familiar.
Hasta ese momento no me había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos poder abrazar a alguien con franqueza, cariño y fuerza. Y escuchar una voz y una sonrisa familiar era sumamente reconfortante.
―¿Un rostro familiar? ―preguntó ofendido.
―El hermoso, atractivo y varonil rostro de mi mejor amigo ―respondí sonriente―. Con sus radiantes ojos azules enmarcados por una impecable cabellera rubia.
―Eso está mucho mejor ―sonrió y apretó su abrazó―. Tu papá me dio las direcciones (todas) en las que podía encontrarte ―dijo acariciando mi nariz―. Espero que no te moleste que haya venido a verte.
―Por supuesto que no. Me habría puesto furiosa si no lo hubieras hecho.
Volví a abrazarlo, disfrutando el contacto sincero; permitiendo que mi nariz reconociera su aroma, que mis oídos disfrutaran el tono dulce y conocido de su voz, que mi cuerpo se amoldara al suyo como lo había hecho por tantos años.
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Pura Imaginación.
FanfictionLa vida tiende a cumplir nuestros deseos de forma distinta a la que pensábamos. Y ahora al observar la fotografía que tengo frente a mí, me sorprende recordar la delicadeza de su mano al acariciar mi cuello; el calor de su frente apoyada en la mía;...