¿Cómo puedo aprender de mis errores si no los recuerdo?
Nuestros siguientes días transcurrieron con un tipo de tranquilidad que no conocía. Cada uno cumpliendo con sus obligaciones cotidianas y al llegar la noche, me lo encontraba siempre de pie frente a mi edificio, con una bolsa de papel llena de alimentos y la más radiante de sus sonrisas, esperándome para pasar el resto de nuestra jornada uno al lado del otro.
Era obvio que él quería evitar que su hermano nos pusiera en una situación incómoda, o que interrumpiera de nuevo nuestros momentos juntos, y eso hacía que una tonta emoción adolescente despertara en mí, una que creo no haber disfrutado antes. Era como tener una relación secreta, que de secreta tenía poco, pero así la sentía: secreta, y era maravillosamente... ¡infantil!, y mía, y deliciosa.
También me había quedado claro que no tenía la más mínima intención de discutir los pormenores del tratamiento al que pensaba someterse, en realidad no quería siquiera mencionar el tema, y había encontrado una forma bastante efectiva para desviar mi atención. Cuando preguntaba, por ejemplo: ¿qué tipo de tratamiento es?, me plantaba un beso de esos que te dejan sin aire y con el cerebro en blanco; un, ¿cuándo comenzarías a hacerlo?, venía acompañado de un «tengo cosas más interesantes qué hacer ahora mismo» y el cerebro se me ponía en pausa; un, ¿el doctor Martin vendrá a Londres?... la respuesta de ese aún hace que se me suban los colores, reía como tonta y el cerebro se me iba de vacaciones. Y es que tener el cerebro en blanco, en pausa y de vacaciones, mientras disfrutaba retozando entre sus brazos, era una de las cosas que más ansiaba día a día, y las que ahora más añoro. Porque tener la libertad de dejar de pensar y desnudar tu alma ante otra persona es simple y sencillamente hermoso, y me encantaría saber que todo el mundo ha tenido la oportunidad de sentir algo así al menos una vez en su vida.
Cenábamos, disfrutábamos, leíamos, dormíamos y despertábamos juntos. Él siempre decía que se sentiría más sosegado en su pequeño departamento pero no creo que nuestra convivencia hubiese sido mejor en el edificio Magnolia, porque lo que hacía que cada día contara, era que él estaba a mí lado y yo estaba con él.
Me acostumbré en poquísimo tiempo a arrullarme con el sonido de su voz o el de su respiración; adoraba despertar entre la protección de su abrazo y comenzar mi día en el momento justo en que sus ojos azules se topaban directamente con los míos. Logré hacerlo sentirse suficientemente cómodo y a gusto como para dejar no solo una muda de ropa en mi casa, sino también algunas de sus medicinas. La palabra «aventura», para mí, había quedado en el olvido, y aunque no quisiéramos portar ningún tipo de etiqueta, Albert y yo representábamos la relación más seria y real de la que he podido formar parte, a veces del tipo adolescente, a veces del tipo maduro, pero la nuestra era una relación fuerte y hermosa, que nadie más que nosotros tenía la fortuna de disfrutar.
Una madrugada desperté al escucharlo gimotear entre sueños. Coloqué mi mano sobre su hombro, lo moví ligeramente y poco a poco comencé a llamarlo. Abrió los ojos de golpe, con la respiración agitada. Intentó asegurarme que todo estaba bien, que no había sido más que un mal sueño, pero al darse cuenta de que no me estaba convenciendo me confesó que finalmente había visto el rostro de la mujer que creía su hermana, que era hermosa y que le sonreía con muchísimo afecto, pero que por más que intentaba llegar a ella no lograba alcanzarla, aun cuando la llamaba por su nombre. Había recordado su nombre: Rosie.
Supuse que un nuevo recuerdo sería una fuente de alegría, pero lo único que reflejaban sus facciones era congoja, y al preguntarle por qué, me dijo que ni él mismo lo sabía. Se levantó, fue a la cocina por un poco de agua, y me pidió que volviera a dormir. Me debatí por un momento entre seguirlo y hacer lo que me había pedido, pero lo que tenía que hacer me era obvio, así que lo seguí. Lo encontré de pie frente al lavadero, con las manos nerviosamente asidas al recubrimiento metálico, la barbilla recostada contra el pecho, los ojos cerrados con fuerza, y un vaso que se derramaba bajo el chorro de agua. Me acerqué a él con calma, cerré la llave, recosté mi frente contra su espalda y abracé su cintura. Ninguno de los dos dijo una sola palabra. Permanecimos así un buen rato hasta que él tomó una de mis manos entre las suyas y la llevó hasta sus labios.
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Pura Imaginación.
FanficLa vida tiende a cumplir nuestros deseos de forma distinta a la que pensábamos. Y ahora al observar la fotografía que tengo frente a mí, me sorprende recordar la delicadeza de su mano al acariciar mi cuello; el calor de su frente apoyada en la mía;...