6. Una llave misteriosa

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Frank si que lo sabía. Había reconocido la llave en cuanto la vio.
Era la llave de un cajetín de seguridad de uno de los mejores bancos de Denver. Un cajetín que hacía muchísimo tiempo le había pertenecido.
Ahora ya empezaba a entrever la oscura trama que se cernía sobre él. Las únicas personas que podrían haber tenido acceso a esa llave de seguridad que el devolvió cuando se retiró, eran sus propios compañeros.
Alguien estaba jugando sucio y había cometido un error imperdonable: asesinar a su hija.
Lo habían hecho a modo de advertencia, dejándole un mensaje muy claro: "Vamos a por ti y nadie a tu alrededor está a salvo". El motivo por el cual querían eliminarle no lo sabía, aunque tenía la certeza de que acabaría descubriéndolo y si por un momento pensaban que él iba a ser un objetivo fácil, era porque no le conocían lo suficiente.
Había llegado el momento de hacer unas cuantas averiguaciones. Aún mantenía el contacto con ciertas personas a las que en un momento u otro de su vida había ayudado y eran las únicas en las que podía confiar.
Lo primero de todo era averiguar qué diablos había en su antiguo cajetín.
Se despidió del inspector Murray quedando en que le avisaran si encontraban alguna nueva pista.

—Me llevo la llave electrónica, creo que puedo tener una idea de lo que abre —Le dijo antes de irse.

—Es una prueba...pero, ¡qué diablos! En realidad es suya. Si descubre algo, ¿me lo hará saber?

—¡Claro!  

Frank subió a un taxi que prácticamente tuvo que atravesar toda la ciudad para llegar al banco, estaba en el barrio de Union Station. Cuando entró, solicitó hablar con el director.
—Señor Riley, ¡Cuánto tiempo! Creía que se había retirado usted de sus negocios.
—Sí, yo también lo creía, pero ya sabe, morir con las botas puestas, ese es mi lema. ¿Qué tal se encuentra señor Nicholson?
El director del banco, un hombre bajito, de unos cincuenta y cinco años y miope, sonrió con afectación, mientras le miraba por encima de los cristales de sus gafas.
—Muy bien, muy bien, gracias. Es un placer tenerle de nuevo aquí. ¿En qué puedo ayudarle?
—Quisiera abrir mi antigua caja de seguridad.
—¿Tiene usted la llave? Bien, veo que sí, entonces, acompáñeme.
Entraron en un despacho y el director tecleó algo en uno de los ordenadores.
—Parece que aún está a su nombre, señor Riley. Sera un placer entregársela.
¿Aún estaba a su nombre? Recordaba haberla clausurado hacía cinco años, cuando se retiró.
—Sí hace el favor de seguirme...
Nicholson sacó una llave del llavero que llevaba en su bolsillo y abrió con ella la puerta de un ascensor privado. Bajaron dos plantas en él y al salir, Frank volvió a ver aquel largo pasillo que tan bien conocía, lleno de habitaciones y casi en penumbra. El director abrió otra puerta y le invitó a entrar.
—Enseguida le traerán su caja.
—Muchas gracias —contestó Frank.
—Si desea alguna cosa más no dude en llamarme.
Le trajeron la caja de seguridad algo menos de un minuto después. Frank sacó su llave electrónica del bolsillo y la introdujo en la cerradura. Un chasquido le avisó de que la caja se había abierto.
Ahora sabría que es lo que querían de él.
La caja, de metal negro y rectangular, estaba completamente vacía salvo por un pequeño objeto plano envuelto en una tela de terciopelo negro y varias carpetas de plástico. El objeto era un teléfono móvil, con la batería completamente cargada y junto a él, un trozo de cartulina roja con una serie de números escritos en tinta negra. La contraseña del celular, supuso Frank.
En las carpetas había una serie de fotografías de varias personalidades muy conocidas: dos periodistas, el director de una conocida cadena de televisión y como plato fuerte, un conocido senador. En las hojas que acompañaban a las fotografías se describía la rutina diaria de esas personas y bastantes datos de interés sobre ellas.
Frank no era ningún novato y al ver las fotografías supo al instante lo que querían de él. Alguien tenía pensado utilizarle para deshacerse de personas que le eran molestas. Pero si pensaban que él lo iba a hacer, lo tenían difícil. No tenían nada con lo que amenazarle, ya no. Su hija estaba muerta y ahora que estaba sobre aviso, su mujer no sufriría ningún daño.
Lo único que esperaba era que dieran la cara, así podría rompérsela en mil pedazos.
Frank introdujo los números escritos en la cartulina y encendió el móvil. En la sección de contactos había un número de teléfono guardado. Pulsó y se llevó el teléfono al oído.
El tono de la llamada sonó tres veces y a la cuarta, alguien descolgó el aparato al otro lado de la línea.
—Señor Riley. Hasta ahora lo ha hecho muy bien. Espero que en el futuro siga haciéndolo como hasta ahora.
La voz que sonaba a traves del auricular del teléfono tenía un timbre metalizado. Frank supuso que su interlocutor estaba deformando su propia voz. Eso quería decir que a lo mejor él podía reconocerla.
—¿Quién es usted? —Preguntó Frank.
—Puede llamarme Dexter.
—También podría llamarle otras cosas, entre ellas hijo de puta...
—¡Me gusta su carácter, señor Riley! De verdad me gusta —La voz computarizada emitió un gorgoteo, lo más parecido a una risa que la maquina podía emitir —Escúcheme bien, Frank, porque no voy a repetirlo. ¿Que sintió al ver el cadáver de su hija? Pobrecilla, verdad. ¡Era tan joven!
—Le mataré... —dijo Frank fríamente —. Le juro que le encontraré y le mataré con mis propias manos...
—Sí, sí...me imagino que lo haría con mucho gusto ¿verdad? Pero no lo hará, no si quiere volver a ver a su hija con vida.
—¡Mi hija está muerta, ustedes la asesinaron...!
—No, señor Riley. No lo está. Está aquí con nosotros, ¿le gustaría oírla?
Frank no terminaba de creérselo, ¿cómo era posible? Seguramente se trataba de una nueva artimaña.
—¡Papá! —Frank reconoció la voz de su hija al instante.
—¡Kelsey! ¿Eres tú?
—¡Sí, papá!...¡Tienes que venir a buscarme!
—¿Estás bien?...¿Kelsey?
—Señor Riley —volvió a sonar la voz metalizada —.  Ha sido una escena muy conmovedora. Como verá, su hija esta sana y salva y retenida por nosotros. ¿Qué queremos de usted? Creo que ya habrá podido adivinarlo. Su trabajo consistía en eso, ¿no es cierto? Y usted era un verdadero profesional. Esa lista que le hemos entregado contiene las fotografías de ciertas personas que han de dejar de existir. Esa es la única forma de que usted pueda recuperar a su hija. ¿Si me ha entendido, diga: Sí.
—Sí.
—No nos importa la forma en que lo haga, eso sí, todas y cada una de las eliminaciones deberán ser publicas. Ese es nuestro primer requisito. El segundo es que dispone usted de un plazo de tres semanas para planear y llevar a cabo su cometido. ¿Sí me ha entendido d...?
—Sí.
—Bien. Dejaremos las cosas claras:
Si acude a la policía su hija morirá.
Si habla de esto con alguna otra persona, su hija morirá.
Si falla en su cometido o se acaba el plazo prefijado para realizar su trabajo...
—¿Mi hija morirá? —Interrumpió Frank — ¿Y cómo sabré que la dejarán en libertad si cumplo con su trabajo?
—¡Si vuelve a interrumpirme le mandaré la cabeza de su hija en una caja de zapatos! ¿Me ha escuchado? Responda: Sí.
—Sí.
—Si falla en su cometido o se acaba el plazo prefijado para realizar su trabajo...Su hija morirá.
—Si se pasa de listo y cree ser más inteligente que nosotros, su hija morirá. Yo mismo me encargaré de mandársela en muchos trocitos. Si me ha entendido, diga: Sí.
—Sí.
—Y eso es todo. No, aún falta una cosa más, la policía, la prensa y la televisión deberán saber que usted es el asesino, así que, cuídese las espaldas si quiere volver a ver a su hija viva y evitar que le peguen un tiro. Ahora le permito hacerme una sola pregunta, sólo una.
—¿Por qué hacen todo esto?
—Esa, señor Riley, es una buena pregunta.

—¿Por qué hacen todo esto?—Esa, señor Riley, es una buena pregunta

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Sombras del pasado (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora