12. La linea que separa el bien del mal

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Frank cogió varias armas del almacén de Helmutt Whesley. Más de las que eran necesarias para acabar con las cuatro personas que le habían adjudicado. Pero su intención era otra.
Por el momento haría que los secuestradores de su hija pensaran que estaba siguiendo el plan, por eso se llevó un rifle francotirador SR-25 de fabricación estadounidense. Un arma potente, bastante ligera y muy eficaz. Podía montarse y desmontarse con suma facilidad y cabía dentro de una bolsa de deporte por lo que era muy cómoda de transportar. También cogió varias cajas de munición. Balas de cincuenta milímetros explosivas, capaces de causar una gran devastación. Pero nunca las utilizaría contra aquellas personas. Ellos no eran su verdadero objetivo.
Aparte de esto, Frank se llevo también, varias pistolas automáticas, un fusil de asalto Heckler & Koch G3 de7,62 mm e incluso varias cargas de explosivo plástico C-4. Se estaba preparando para una guerra, como bien había dicho Helmutt. Y mucha gente iba a morir.

A este le encargó contactar con su amigo Leonard, pero Helmutt puso cara de extrañeza.
—¿Cómo sabes que él no está implicado en esto? —Le preguntó.
—La verdad es que no lo sé. No tengo en quién confiar —contestó, Frank —.  Es mi amigo...
—Conocí a Leonard hace algún tiempo. Le vendí algunas armas que él pensaba enviar a un país sudamericano: Nicaragua o Venezuela, no sé. ¿Sabes lo que ocurrió? Que alguien, algún cabrón mal nacido me denunció. Me cayeron diez años. No pondría la mano en fuego por él, ni aún siendo mi amigo.
—Saliste a los cinco años por buena conducta, ¿no? —Frank se había enterado de la historia.
—Me rebajaron cinco años de condena porque unté a ciertas personas influyentes. La verdad es que no me porté nada bien en el trullo. Pero, eso sí, conseguí un montón de buenos clientes. Cuando salí ya tenía una larga lista de futuros compradores.
—No hay mal que por bien no venga —citó, Frank con una cínica sonrisa.
—No, sobre todo para una persona emprendedora, como yo —respondió Helmutt sonriendo a su vez —. Si tu intención es que contacte con Leonard, lo haré...
—Estaba pensando en otra persona. No es que confíe en ella, pero por lo menos sé que no trabaja para ellos.
—¿Y quién es?
—Se llama Murray, es detective...
—¿Daniel Murray?
—¿Le conoces? —Preguntó, Frank.
El traficante asintió.
—Es un tío integro. Creo que por ahí le llaman: El muro. Porque es muy difícil echarle abajo. Trabajó en asuntos internos durante algún tiempo y se creó muchos enemigos. No le tragan y trabaja en solitario porque nadie quiere ser compañero suyo. Es lo que diríamos, un apestado.
—¿Pero se puede confiar en él?
—Eso, seguro. Aunque no creo que esté a la altura. Esto le viene grande.
—Pues tendrá que crecer un poco —sonrió Frank.
Helmutt había prometido hablar con él y explicarle lo que Frank quería que supiera. No pensaba contarle todo, de momento. Pero esperaba que pudiera servirle de ayuda.
Al salir del almacén, cargado con las bolsas llenas de armas, Frank reparó en que los rusos habían desaparecido. Estuvo observando durante un momento por si hubiera alguien más que le siguiera, pero no vio a nadie que le pareciera sospechoso.
Cuando supieran de la desaparición de Gregory Hills, seguramente mandarían a otro o a varios más. El cadáver del joven nunca aparecería. Helmutt iba a encargarse de ello. Conocía un lugar, el solar de un nuevo edificio en construcción. Gregory pasaría a formar parte de aquel edificio, sepultado en sus cimientos.
Ellos nunca sospecharían que Frank tuvo algo que ver con su desaparición y su hija Kelsey seguiría a salvo.
Se sentía bastante mal. Nunca había deseado la muerte de ese joven,  pero había llegado a un punto en el que no había vuelta atrás. No hubiera podido dejarlo libre, porque inmediatamente les avisaría a ellos y su hija podría pagar las consecuencias. Sabía que había hecho lo correcto. Los malos eran ellos, no él. Aunque algunas veces la linea entre el bien y el mal estaba un poco difusa.
El siguiente paso era contactar con los secuestradores de su hija y explicarles la forma en que resolvería el trabajo encomendado.
Esperó a llegar a su hotel para llamarles y buscó un taxi por las cercanías. 
Una vez localizó un taxi libre, subió y le dio la dirección de su hotel. Luego, por primera vez en muchas horas, se relajó.
Miraba por la ventanilla del coche pasar la ciudad, llena de personas que iban y venían atareadas en sus cotidianas existencias sin llegar nunca a imaginar lo cerca de la muerte que a veces estaban. La muerte personificada en una persona. En él.
¿Cómo podía mirarse en un espejo y no sentir asco hacía sí mismo?
¿Cómo era capaz de no sentir ningún tipo de remordimiento?
Estaba anestesiado. Había visto tantas veces la muerte de cerca que ya no sentía nada. Se había acostumbrado. Era duro aceptarlo, pero era así. Pero también, al mismo tiempo aquello le daba una extraña perspectiva de las cosas. Sabía mejor que nadie lo que era valorar la vida. Y le gustaba vivir.
Pensó en Margaret y en su hija Kelsey y en lo a gusto que se sentía junto a ellas.
Sí, ciertamente le gustaba mucho vivir.

Sí, ciertamente le gustaba mucho vivir

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Sombras del pasado (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora