1. Demasiado joven

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Frank Riley había acudido al entierro de su hija Kelsey.

Se sentía muy cansado, aturdido y anestesiado. Todavía no había llegado a asimilar la terrible noticia que hacía escasamente unas horas le habían dado por teléfono. Había sido Margaret, su exmujer la que le había llamado y con la voz ronca y sin poder dejar de llorar le había explicado el trágico accidente que había acabado con la vida de su hija.

Había viajado hasta Denver en cuanto colgó la llamada telefónica para presentarse en la casa de su exmujer unas horas más tarde, un lujoso apartamento en el barrio financiero de la ciudad. Ella misma le abrió la puerta.
—Hola, Frank...
Él no dijo nada, simplemente la abrazó y ella escondió el rostro en su pecho llorando. Entre ellos no hacían falta palabras, nunca las habían necesitado, siempre se comprendieron mutuamente, sin necesidad de decirse las cosas. Incluso cuando llegó el momento de separarse, lo hicieron sin gritos ni escenas. Ambos estuvieron de acuerdo en qué era lo mejor para los dos, pero siempre se habían sentido ligados por la presencia de su hija Kelsey. El único lazo que les seguía uniendo y que ahora había desaparecido para siempre.
—¿Qué vamos a hacer, Frank...? ¡Nuestra niña ya no está...!
—No lo sé —Contestó muy bajito, sin fuerzas, cómo si reconocerlo en voz alta fuera lo mismo que aceptarlo. Y él aún no estaba preparado para ello.
Kelsey sólo tenía diecinueve años, era demasiado joven para haber dejado de existir. Demasiado joven para que su vida se hubiera truncado...demasiado joven...
Las lágrimas afloraron a sus ojos y él ya no hizo nada por impedirlo. Lloró en silencio, notando un nudo en la garganta que le era imposible deshacer. Lloró sin esperanza, como si una última luz se hubiera apagado de repente y el mundo fuera un poco mas oscuro a causa de ello. Un llanto de resignación hacia lo inevitable, de desesperación y amargura que alcanzaba su mente como un latigazo, sintiéndose morir por dentro.
—No lo sé —repitió esta vez más alto, escuchando el sonido de sus propias palabras mientras su mente comenzaba a aceptar lo inaceptable —. Me gustaría verla...
Margaret asintió, tampoco ella podía articular palabra, ahogada por la pena. Le había costado un supremo esfuerzo sobreponerse al dolor que le desgarraba el corazón y conseguir llamar por teléfono a Frank, unas horas antes, para volver a caer en ese pozo del que no lograba salir.
—Matt ha ido a buscar el coche, nos llevará al tanatorio...
Frank cabeceó en señal de asentimiento. Matt podía irse al diablo, ese día no pintaba nada allí.
Matt llegó un rato después explicándoles que tenía el coche abajo, esperándolos.
Margaret no se soltó del abrazo de Frank. No creía tener fuerzas para sustentarse sin sus brazos para sujetarla y dejó que él la ayudara a bajar.
Frank ni siquiera saludó a Matt. Le lanzó una mirada que hablaba por si misma y el joven se escurrió por la puerta bajando el primero y sentándose al volante del automóvil.
Llegaron al tanatorio quince minutos después.
La atmósfera cerrada y opresiva y el fortísimo olor de las flores colocadas en jarrones hizo que Frank sintiera nauseas. Olía a muerte. Un olor que no creía poder hacer desprender por completo de sus ropas por mucho que las lavara.
Su pequeña estaba allí, dormida, encerrada en una urna de cristal con los cristales tintados, el accidente había destrozado su rostro dejándola irreconocible. Ahora por fin estaba en paz, en una profunda e inalterable paz. Durmiendo para siempre.
—Me hubiera gustado verla por última vez—dijo Frank con un murmullo, mientras recordaba como corría hacia él y de un salto se lanzaba a su cuello para abrazarle en cuanto le veía —. No pude despedirme de ella. La última vez que la vi, se marchó enfadada. Me hubiera gustado tener la oportunidad de pedirla perdón...fue por una tontería, una cabezonería sin sentido. ¡Cuánto me hubiera gustado haber hecho las paces con ella!
—Kelsey ya te había perdonado, Frank. Ella era incapaz de enfadarse —le dijo Margaret con un hilo de voz.
—¿Tú crees?
—Estoy segura. No te atormentes más.
—Sí, creo que tienes razón...¡Mi niña! ¡Mi preciosa niña!
—¡Oh, Frank! ¿Por qué es tan injusta la vida? —Margaret volvió a llevarse las manos al rostro llorando desconsolada.
Él la abrazó de nuevo. Aquella era una pregunta sin respuesta, una de tantas que él no sabía responder. Ni creía que nadie fuera capaz de hacerlo.
Margaret le había explicado, entre sollozos que su hija había sido atropellada la pasada noche mientras celebraban una fiesta. Kelsey había salido a tomar un poco de aire fresco, porque según le dijo Matt, una de las últimas personas con las que había hablado, se encontraba un poco mareada. Según la policía, el automóvil que la atropelló se subió a la acera, para luego darse a la fuga. Algún conductor borracho, había sido la conclusión de los agentes. Le atraparían sin lugar a dudas.
El cadáver de su hija había quedado destrozado a causa del accidente. Según su exmujer, había recibido un fortísimo golpe en la cabeza y en el tórax, que acabó con su vida al instante. No había llegado a sufrir, dijo, y eso era un consuelo.
Para él no había consuelo posible. Alguien había asesinado a su hija y eso era así de claro. Un conductor borracho era un asesino al volante de un arma mortal. No había ningún tipo de disculpa para él . Era tan culpable como si hubiera apretado el gatillo de una pistola y esperaba no tener que encontrárselo de frente nunca, porque no sabía como podría reaccionar.
Frank sintió tal presión en el pecho, que por unos instantes temió estar sufriendo un infarto al corazón. Respiró hondo varias veces y pareció recuperarse un poco. El otro dolor, el que desgarraba su alma, ese no cedió.
—Mañana es el entierro, Frank —dijo Margaret —¿Te quedarás?
—Por supuesto...
—¿Tienes algún sitio donde pasar la noche? Si quieres...
—No te preocupes, Maguie. Ya encontraré un sitio. ¿Tú estás bien?
—No, pero lo estaré...¿Y tú, Frank?
—¿Yo? Ni siquiera lo sé...

¿Y tú, Frank?—¿Yo? Ni siquiera lo sé

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Sombras del pasado (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora