14. Murray

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Frank había sido previsor. Pocas cosas se le escapaban. Su mente trabajaba a toda máquina, porque de ello dependía seguir vivo o acabar muerto.
Sabía que su teléfono o el de su exmujer podrían estar intervenidos. Hasta en las películas era lo primero que hacían los malos y en la vida real ocurría lo mismo.
Pero en estos tiempos, donde los teléfonos móviles se regalaban incluso en las cajas de cereales, era muy fácil acceder a una linea libre de escuchas.
Frank le había dado el nuevo número de teléfono a Helmutt, para que a su vez se lo diera al detective Murray. En cualquier momento le llamaría.
Decidió darse una ducha y quitarse el olor a muerte que llevaba impregnado en su piel y su ropa, como una aceitosa película adherida a su cuerpo.
El agua muy caliente chorreo por su cabello y por su espalda, relajando sus músculos y limpiando su alma, si es que el alma de un asesino podía limpiarse.
Aún estaba en la ducha cuando sono el teléfono.
Se anudó una toalla alrededor de la cintura y cogió el teléfono de la mesilla de noche donde lo tenía conectado a un cargador,
—¿Frank ?
—Daniel, me alegro que me haya llamado. Tenía que hablar con usted.
—Su amigo me estuvo contando un montón de barbaridades. Me gustaría que usted me lo explicara.
—Todo lo que le dijo Helmutt, es cierto. Yo mismo se lo conté. Mi hija sigue viva, la retienen para obligarme a cometer cuatro asesinatos...
—Antes de que siga usted hablando, ¿es segura esta linea?
—Compré esta misma mañana este teléfono. Creo que podemos hablar sin peligro de que nos estén escuchando. Como le decía, quieren que mate a cuatro importantes personalidades muy conocidas: Dos periodistas, el director de una cadena de televisión y un senador.
—¿Quiénes son ellos? ¿Tiene usted idea, Frank?
—Aún no, pero son gente importante. Tienen contactos muy influyentes. Creo que son mercenarios que trabajan por cuenta de algún pez gordo de la política. Eso es lo que he podido deducir. Necesito su ayuda, Murray. Sé donde tienen a mi hija pero estoy demasiado vigilado para ir a rescatarla yo mismo.
—Le ayudare, Frank. Dígame dónde cree que está.
—En el zoológico. Pero tiene usted que ir con mucho cuidado, sé de lo que son capaces, no puede dejar que le vean...
—Sé hacer mi trabajo, Frank.
—Lo siento, teniente. Es que...no quisiera perder a mi hija otra vez.
—Lo entiendo. Llevaré a mis mejores hombres, la rescataremos, Frank. ¿Qué piensa hacer usted mientras tanto?
—He de seguir con la comedia, así no sospecharán. No se preocupe, no pienso matar a nadie...excepto a esos cabrones.
—De ellos nos encarguemos nosotros, Frank. Usted está retirado, nosotros somos la ley.
—Estaba retirado, Murray, pero se han empeñado en involucrarme, ahora les toca pagar a ellos.
—Frank, escúcheme bien, no puede ir por ahí como si estuviéramos en el antiguo oeste, ni como si se tratase de una película. Si usted agrede a alguno de ellos, no tendré mas opción que detenerle. Volverá a perder a su hija porque pasará mucho tiempo en la cárcel. Sea sensato y déjenos a nosotros hacer nuestro trabajo. También somos profesionales, tanto o más que ellos.
Frank no contestó.
—¿Me ha oído?
—Sí, Daniel, le he escuchado.
—¿Y me hará caso?
—Le haré caso...
—Bien, le mantendré informado. No se despegue de ese teléfono.
Frank pulsó el botón de finalizar llamada y se quedó mirando el aparato, ensimismado en sus pensamientos.
Esos cabrones iban a pagar aunque él tuviera que ir a la cárcel. Pagarían por lo que le habían hecho a su hija, por lo que le hicieron a Margaret y a él mismo. Nada ni nadie iba a impedir que pagaran y en cuanto al tal Dexter, ese sabría lo que es tener miedo, antes de que le cortara en trocitos.
Ahora pensaba que no había sido tan buena idea meter en esto al teniente Murray. Era demasiado formal, demasiado rígido. Pero, necesitaba ayuda, él sólo nunca hubiera podido hacerlo.
Esperaba que al final todo saliera bien.
Antes de acostarse, Frank comprobó las armas que había tomado prestadas del almacén de Wesley. Montó el rifle francotirador en menos de un minuto. Luego volvió a desmontarlo y limpió y engrasó cada una de sus piezas. Hizo lo mismo con el resto de sus armas. Un buen profesional mantenía sus herramientas de trabajo siempre a punto y listas para ser usadas y el era un buen profesional.
Cuando terminó bajó a la cafetería del hotel a cenar algo.
El restaurante estaba casi vacío. Tan solo tres personas estaban sentadas en distintas mesas. Dos hombres y una mujer. La mujer cenaba sin apartar los ojos del plato de setas al brandy que le habían servido y de vez en cuando tomaba un sorbo de un vino clarete. Frank se fijó que ya iba por la tercera copa. Los hombres parecían absortos en el partido de béisbol que echaban por la televisión. Jugaban los Colorado Rockies de Denver, contra los Yanquees de Nueva York. Era un buen partido y Frank le dedico unos minutos, pero procurando no perder de vista a sus compañeros de cena. No sabía por qué, pero algo le parecía extraño. La mujer, los dos tipos. Eran personas corrientes. ¿Que era lo que había fuera de lugar? Su instinto le avisaba de algo, pero él todavía no sabía de que.

Miró con más atención a la mujer sin que ella se diera cuenta de su escrutinio. Era joven, de unos escasos veinte años. Rubia, llevaba un bonito recogido que estilizaba su ya de por si elegante cuello adornado con una cadenita de oro que se perdía en el escote de su vestido. Un vestido precioso, reconoció, Frank. Rojo oscuro, color vino, muy escotado y ceñido, resaltando sus generosas formas y de eso estaba bien dotada. Era bastante atractiva, muy sensual y tenía algo exótico. Sus ojos, acertó Frank. Eran unos maravillosos ojos almendrados de color verde claro. Unos ojos que durante un segundo se clavaron en los suyos, para rápidamente volver al plato con su cena.
Los dos hombres seguían pendientes de la televisión. Uno de ellos era bastante moreno y llevaba una barbita muy bien recortada. Por su traje, gris marengo, no muy caro; sus manos, bien cuidadas y el maletín que reposaba en un angulo de la mesa, bastante usado y con varias pegatinas de distintos lugares de Estados Unidos, algunas medio arrancadas. Frank dedujo que podía tratarse de un viajante que vendía sus productos de ciudad en ciudad. Un trabajo bastante sacrificado.
El otro, sin lugar a dudas trabajaba para una importante aerolínea. Quizás fuera un piloto, aunque no llevaba el uniforme puesto, pero si tenía una pequeña etiqueta cosida en el bolsillo de su traje en la que rezaba: AA. American Airlines. Su prestancia decía de él que ocupaba un puesto importante dentro de la mencionada empresa. Bien peinado y pulcramente afeitado, resaltando su imagen. El traje hecho a medida y los gemelos con los que adornaba los puños de su chaquetilla. Todo un figurín.
Tres variopintas personas reunidas en el restaurante de un modesto hotel, a resguardo de la intensa nevada que caía en el exterior. Y una de ellas no era lo que supuestamente daba a entender. Porque una de esas personas estaba allí por él. Su nueva sombra.

 Su nueva sombra

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Sombras del pasado (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora