22. Una noche en el zoo

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Antes de acercarse al zoológico, Frank había pasado por su hotel para coger algo.
Ahora lo llevaba entre sus piernas, una bolsa de deporte oscura y bastante pesada. Frank había tomado un taxi y le dio la dirección del zoo al conductor.
—El zoológico no abre hasta las diez —le dijo el taxista —.  Va a tener que esperar un buen rato.
—A mí me abrirán —dijo Frank muy seguro de lo que decía.
Llegó frente al zoológico unos veinte minutos más tarde, Frank se apeó, le abonó el trayecto al taxista y colgó su bolsa del hombro. Luego echó un vistazo a su alrededor.
Durante su paso por el ejército, Frank había sido entrenado como francotirador. Podía descubrir de un vistazo el sitio idóneo para realizar un disparo. En ese momento supo cual era.
Justo frente de la verja del zoo había un edificio de siete plantas con una amplia azotea lisa, protegida por una barandilla de metal.
Aquel era el sitio idóneo.
Entró en el edificio y subió en el ascensor hasta la última planta. Como esperaba, unas escaleras conducían a la azotea y una puerta con un simple candado le impedía el paso.
Era un vulgar y corriente candado que no resistió el golpe que Frank le dio con la culata de la pistola. Había tenido la precaución de envolver la pistola en un pañuelo para evitar hacer ruido.
Cuando salió a la azotea, buscó la posición perfecta desde la que podría ver todo el zoológico.
Frank montó el arma en cuestión de minutos y a oscuras porque aún no había amanecido. Eran las cuatro y media de la madrugada. Faltaba pues media hora para que Murray y sus chicos entraran y todo se convirtiera en un caos.
Desde su privilegiada posición Frank evitaría en lo posible que su hija sufriera daño alguno y de paso le echaría una mano a Murray.
El cielo comenzó a clarear por el horizonte.
Frank había acoplado a su rifle un visor de visión nocturna porque adivinó que las condiciones lumínicas iban a ser escasas. A través de la mira el mundo se volvía de un intenso tono verde. Paseó su vista por todo el recinto y supo donde tenían retenida a su hija.
Un edificio de ladrillo de dos plantas se destacaba de los demás por el hecho de que frente a su puerta había dos personas armadas. Allí debía de estar Kelsey. Justo al final del parque, en la zona más alejada de la puerta principal.
De repente una furgoneta sin identificaciones y con los faros apagados frenó en la acera contigua al zoológico, justo a los pies de Frank. De su interior bajaron siete personas todas ellas vestidas con trajes oscuros y rápidamente se ocultaron tras la furgoneta.
Era Murray y sus hombres. Se movían de una forma bastante profesional lo que agradó a Frank. La vida de su hija dependía de ellos y también de un ángel de la guarda encaramado en el tejado de un edificio.
Frank observó atentamente a los policías. Todos llevaban chalecos antibalas, cascos protectores e iban armados con subfusiles de asalto. El material obligado en un rescate de rehenes. Seguramente serian SWATS, entrenados para situaciones como aquella.
A una señal de su jefe, los hombres cruzaron la carretera con absoluto sigilo y se fusionaron con las sombras junto a la verja del parque.
Frank los observaba atentamente a través del visor mientras dos de ellos se desplegaban en silencio a lo largo de la verja y en cuestión de segundos la escalaban y entraban en el parque zoológico.
Vio sus siluetas avanzar por los senderos de tierra, protegiéndose en todo momento y tomando posiciones.
Murray y el resto del grupo aún estaban junto a la entrada del zoo, en la zona de taquillas.
Frank sacó el móvil del bolsillo y marco el número de teléfono del detective Murray, el teléfono no sonó, pero El policía se llevó el aparato al oído. Seguramente lo tenía en modo vibración.
—Murray —dijo simplemente.
—Soy Frank. En este momento soy sus ojos en el cielo. Puedo ver a la perfección todo el parque.
—¿Qué hace usted aquí? Quedamos en que nosotros nos encargaríamos...
—Lo siento, detective, pero se trata de mi hija, debería usted entenderlo.
Murray permaneció en silencio durante unos segundos, luego hablo con la voz más calmada.
—Lo entiendo, Frank. ¿Qué ve desde su posición?
—Veo cinco objetivos. Dos muy cerca de donde ustedes están, otro sobre el tejado de un almacén a unos doscientos metros a su derecha y los otros dos custodiando la puerta de un edificio de ladrillo. Creo que es ahí donde retienen a mi hija. Está al fondo del parque.
—¿Van armados?
—Sí, fusiles de asalto. Material del ejercito. Es muy posible que lleven granadas. El que vigila desde el tejado lleva un fusil de francotirador. Creo que es el más peligroso de todos.
—Seguramente habrá más en el interior de ese edificio que me ha señalado.
—Es muy posible —dijo Frank.
—Frank. Dígame si podría encargarse usted de el del tejado...
—Me dijo que no me involucrará, sino tendría que detenerme y...
—Sé lo que le dije y también sé lo que le estoy diciendo ahora.
—Puedo encargarme —le confirmó.
—Pues hágalo.
—Será un placer...¿Murray?
—¿Sí?
—Tráigame a mi hija.
—Lo haré, Frank. No se preocupe.
Frank colgó el teléfono y lo guardó en uno de sus bolsillos. Luego volvió a tenderse en el suelo de la azotea y miró por el visor hasta localizar al objetivo del tejado. Estaba sentado en el suelo y con la espalda apoyada en una pared mientras fumaba un cigarrillo, ajeno a lo que estaba a punto de suceder.
Había acoplado un silenciador al rifle y aunque eso le restaba alcance al disparo, en este caso era preferible pasar desapercibido. Además se encontraba a apenas unos quinientos metros de su futura víctima. No sería un disparo muy complicado.
Frank ajustó los cálculos antes de realizar el disparo. Temperatura, humedad, presión atmosférica, viento; todo influía a la hora de acertar en el blanco, sobre todo porque la bala estaría en el aire casi dos segundos y en ese momento sería impredecible.
Cuando estuvo preparado, Frank rozó ligeramente el gatillo del arma. Su respiración era acompasada, su pulso normal y su mente coordinada.
Esperó aun un segundo más mientras la cruceta del visor se centraba en la cabeza de su objetivo y entonces, apretó el gatillo.
¡Pafff! Fue lo único que se escuchó y por el visor pudo ver como el cráneo de aquel hombre saltaba en pedazos. Nadie había oído nada, nadie se dio cuenta y el objetivo había sido abatido.

 Nadie había oído nada, nadie se dio cuenta y el objetivo había sido abatido

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Sombras del pasado (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora