26. El búnker

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Frank salió de la comisaría bastante más cargado que cuando entró. Daniel le había obsequiado con bastantes cosas que iban a venirle muy bien. También se había empeñado en que llevara puesto un chaleco antibalas, que si bien no podría protegerle de un disparo en la cabeza, si lo haría si le disparaban al pecho, y Frank estaba seguro de que dispararle, le dispararían mucho.
Estaba a punto de tomar otro taxi, y la verdad era que había gastado ya un dineral en taxis, cuando notó que alguien se le acercaba por la espalda. Se volvió con los músculos tensos sólo para darse cuenta de que era Daniel el que llegaba hasta él.
—Me sentiría muy mal si algo le sucediese y yo no me hubiera prestado para ayudarle —dijo.
—Le dije que no iba a necesitar ayuda de nadie, Daniel.
—Sí, le escuché y también sé que eso es mentira. ¿Con cuántos cree que puede enfrentarse? ¿Con diez, con doce?
—Algunos más...
—¿Veinte? Leonard puede contar perfectamente con más de cien hombres, ¿va a poder con todos?
—¿Y con usted habría diferencia?
—Dos son el doble de uno —dijo Murray.
—Aún siguen siendo muchos más que nosotros.
—Pero no mejores...
Frank sonrió y se encogió de hombros.
—Además —continuó, Daniel —, esto lo hago bajo mi entera responsabilidad. Nadie sabrá nunca de mi participación en este hecho delictivo.
—No es un delito, Murray, es una venganza. ¿Acaso el secuestro de mi hija no importa? ¿O las dos veces que han intentado asesinarme? Ellos son los delincuentes.
—Usted es un civil —replicó Daniel.
—Pero usted no. Puede alegar que era parte de su investigación. Secuestro, intento de asesinato y terrorismo. Leonard Noyce forma parte de la organización Orpheus y es tan culpable como Dexter y sus hombres. Lo único que tiene que hacer después es no mencionar mi nombre. No creo que eso sea un problema.
El detective asintió.
—Cogeremos mi coche.
Llegaron en veinte minutos a la dirección que Frank le había indicado.
El viejo edificio de oficinas ahora abandonado y en estado semi-ruinoso no era más que una tapadera. Debajo de él se encontraba el búnker que se había convertido en la actual residencia de su amigo Leonard.
—¿Sabe dónde está la entrada?
—Lo sé. Es por aquí.
Frank le guió entre los escombros sin dejar de mirar a todas partes y aprovechando las paredes en ruinas para protegerse.
Frente a ellos había una zona despejada, todos los escombros habían sido apartados facilitando el paso.
—Es ahí —señaló Frank —.  Y seguramente los hombres de Leonard nos estén esperando. En ese lugar seriamos un blanco perfecto.
Daniel miró a su alrededor atento a cualquier movimiento.
—No parece haber nadie —dijo el detective.
—Créame, están ahí.
Frank lo sabía. Su instinto se lo decía. Un instinto perfeccionado con los años y con las situaciones de peligro a las que había tenido que enfrentarse.
—Hagamos que se dejen ver —masculló, Frank —. Usted no se mueva.
Frank abandonó la protección que le daban los muros del edificio y avanzó un paso hacia el solar. Sus sentidos funcionaban como una engrasada maquinaria, atentos a cualquier sonido o movimiento.
Escuchó entonces un ligero ruido, casi inaudible, como el roce de una pieza de metal con otra y se echó al suelo de golpe mientras sacaba su pistola y disparaba dos veces en dirección al sonido que había escuchado.
Un grito de dolor le indicó que había alcanzado a su blanco.
Los disparos llovieron entonces alrededor de Frank provenientes de todas partes, pero ninguno le alcanzó.
Frank retrocedió junto a Daniel.
—Son diez y sé dónde están —le dijo al detective que le miraba con la boca abierta.
—Cómo ha podido...?
Frank no contesto. Volvió a asomarse fuera del muro y disparó su arma varias veces y en distintas direcciones. Los gritos y exclamaciones de dolor no tardaron mucho en dejarse oír.
—Tres han muerto, dos están bastante mal heridos y cinco aún son operativos —le informó Frank, luego se agachó junto a su bolsa y sacó de su interior varias granadas.
—Prepárese para correr en cuanto oiga las explosiones.
—¿Hacia dónde? —Preguntó Daniel.
—En esa dirección —Frank señaló al centro del claro —. Allí hay unas escaleras que bajan a un sótano. Estaremos protegidos.
El detective asintió.
Frank lanzó cinco granadas consecutivamente que explotaron al cabo de cinco segundos. El humo lo invadió todo y los dos hombres echaron a correr al mismo tiempo.
—¿Ha muerto todos? —Le preguntó Daniel cuando se había cobijado en el sótano.
—No lo creo. Pero lo solucionaré.
Frank volvió a subir las escaleras y un instante después se escucharon tres disparos. Luego volvió a bajar y se reunió de nuevo con su compañero.
—Eliminados, tenemos vía libre.
Daniel Murray estaba asombrado y bastante alucinado con Frank. Él solo había acabado con diez personas en cuestión de minutos.
—¿Qué le ocurre? —Le preguntó Frank al ver que le miraba fijamente.
—Na...nada. Ahora me doy cuenta de que era verdad que no le hacía falta.
—No sé preocupe, una vez dentro le dejaré participar.
—¡Oh! Gracias...es un consuelo.
Frank rió y procedió a sacar los explosivos de la mochila que había dejado en el suelo.
—¿Se ha fijado en esa puerta? —dijo el detective en cuanto el humo se disipo y pudo verla. Era de acero y por lo menos tendría unos cincuenta centímetros de grosor, calculó, Daniel.
—Por eso le dije que necesitaba artillería pesada. Esperemos que estos explosivos nos sirvan.
—Son tres veces más potentes que el C4 según nos dijeron los artificieros y muy fáciles de manejar.
Frank comprobó que así era. Se manejaban exactamente igual que cualquier explosivo plástico. La carga por una parte y el detonador por otra. Una vez juntos la bomba podía ser estallada bien con un dispositivo que reproducía una cuenta atrás o bien a distancia con un simple teléfono móvil.
Frank optó por una cuenta atrás de diez segundos. Con tres cargas calculó que sería suficiente para volar aquella puerta de acero muy parecida a las de las cajas fuertes de los bancos.
Colocó las cargas en tres puntos distintos de la puerta y acopló los detonadores, luego puso la cuenta atrás en diez segundos y las activo.
—Hora de correr —gritó Frank mientras subía de nuevo las escaleras seguido por Daniel.
La explosión fue tremenda, el suelo vibró como si hubiera habido un pequeño temblor de tierra y una parte del edificio en ruinas se hundió. El humo y el polvo lo volvió a cubrir todo.
cuando volvieron a bajar vieron que la puerta no había resistido la potencia de los explosivos.
—Sí que son potentes —reconoció Frank.

 —Sí que son potentes —reconoció Frank

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Sombras del pasado (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora