Capitulo 1

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Ana Fuster solo tenía 17 años. Una adolescente con ganas de vivir en muchos momentos pero con ganas de quitarse la vida en otros... en fin, una adolescente.
Estudiaba en un instituto de Zaragoza, centrándose en el campo de las ciencias. Amaba la medicina y la biología, pero también le encantaba el arte, la filosofía y la historia.
A Ana le asombraba el cielo, le fascinaba la facilidad para cambiar que tiene. Lo podía mirar a las 6:25 y tenía un color verde oscuro mezclado con azul marino y atisbos rojos, y al mirarlo a las 6:27 ya podía ver un nuevo panorama, con nubes teñidas de un rosa tímido queriendo entrar por el Este y azul marino pero esta vez mas ahumado, más vivo, como si quisiera despertar. Pensaba, siempre que lo miraba, lo distinto que era de los humanos. El humano orgulloso y jactancioso no hacía más que engrandecerse a sí mismo, pero todavía seguía quedando gente, o al menos esa esperanza tenía ella, que pudiese pararse durante un momento y mirar hacia el horizonte, mirar hacia el cielo, respirar, admirar los dedos de la rosacea Aurora pintando un nuevo cuadro cada atardecer y disfutar de los matices tan policromados que producían bienestar al alma.
Fuster sabía que aún quedaban personas y no solo gente. Personas capaces de apreciar la diferencia entre una constelación Casiopea y una Osa Mayor.
Su familia era, para ella, perfecta en muchos sentidos. Notaba el amor que permanecía después de tantos años entre sus padres y pensaba en su futuro con una idea como esa.
Fuster vivía con ilusiones que la mayoría de veces se llevaban a cabo y era felíz, no por el hecho de que se cumplieran sus expectativas sino porque cuando no se cumplían le daba igual. Bueno, más bien le dolía, y a veces demasiado, pero más tarde lo superaba. No había obstáculo que le impidiese seguir. Tenía amigas de calidad, y era amiga de sus amigas, amaba a su familia y le encantaba vivir... le fascinaba viajar, llorar, cantar, bailar, escribir, pintar, tocar el piano y la guitarra, le encantaba la música, el cine con buenos actores y adoraba los chistes malos que le hacían sentir mejor cuando estaba mal.
Estaba en 4 palabras: enamorada de la vida.
Además, la tristeza y el horror del mundo no le desesperaban puesto que tenía fe y esperanza en un futuro mejor; sabía que había algo más de lo que los políticos y los altos cargos podían prometer, algo más que una teoría de que el caos puede producir orden. Llevaba 2 años estudiando a Darwin y a Schopenhauer, y ninguna de las ideas evolucionistas ni negativas hacían que dejase de creer en algo mejor.

Lágrimas blancasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora