Ana Fuster solo tenía 17 años. Una adolescente con ganas de vivir en pocos momentos pero con ganas de quitarse la vida en muchos otros.
Estudiaba en un instituto de Zaragoza, centrándose en el campo de las ciencias. Odiaba la medicina y la biología, pero también odiaba el arte, la filosofía y la historia.
A Ana no le gustaba el cielo, le horrorizaba la facilidad para cambiar que tiene. Lo podia mirar a las 6:25 y tenía un color verde oscuro mezclado con rojo sangre y al mirarlo a las 6:28 ya podía ver un nuevo panorama, con nubes teñidas de un rosa muy pastel, muy cursi queriendo entrar por el Este y azul tristeza pero esta vez más vivo, como si intentara despertar. Pensaba, siempre que lo miraba, lo distinto que era de los humanos. El humano orgulloso y jactancioso no hacía más que engrandecerse a sí mismo, pero todavía seguía quedando gente, o al menos esa esperanza tuvo ella, que pudiese pararse durante un momento y mirar hacia el horizonte, mirar hacia el cielo, respirar, admirar los dedos de la rosacea Aurora pintando un nuevo cuadro cada atardecer y disfutar de los matices tan policromados que producían bienestar al alma, tal como ella ya no podía hacer.
Fuster sabía que solo existía gente, pero ya no quedaban personas. Personas capaces de apreciar la diferencia entre una constelación Casiopea y una Osa Mayor.
Su familia era para ella perfecta en muchos sentidos. Notaba el amor que permanecía después de tantos años entre sus padres y pensaba en su futuro con una idea muy diferente a esa.
Fuster vivía con ilusiones que la mayoría de veces no se llevaban a cabo y ya no se sentía felíz, porque cuando no se cumplían sus expectativas ya no le daba igual. Le dolía, y a veces demasiado. Había muchos obstáculos que le impedían seguir. Tenía amigas de calidad, pero ya no era amiga de sus amigas, amaba a su familia pero no se lo demostraba. Ya no le encantaba vivir... no le fascinaba viajar, ni llorar, ni cantar, ni bailar, ni escribir, ni pintar, ni tocar el piano o la guitarra, no le encantaba la música, ni el cine con buenos actores, ni siquiera los chistes malos que le hacían sentir mejor cuando estaba mal.
Estaba en 4 palabras: decepcionada con la vida.
Además, la tristeza y el horror del mundo le desesperaban puesto que tenía fe y esperanza en un futuro mejor, pero ese futuro no llegaba nunca.
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Lágrimas blancas
Ficção AdolescenteAna Fuster tiene 17 años y, como cualquier otra persona de su edad, su objetivo es encontrarse, aunque para ello deba perderse más de una vez. Una historia llena de emoción, traición y como no, amor.