Capítulo 16

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Casi todos los días escribía. Casi siempre en las notas de su movil, ¿Qué clase de privacidad tiene alguien que escribe en libretas y las guarda? Tenía un miedo mortal a que alguien encontrase lo que escribía.
Sus notas eran su vida. Cuando se sentía mal escribía, cuando se sentía bien escribía, pero sobre todo escribía cuando no lograba sentir nada. Era ahí cuando empezaba a entender porqué no era capaz de entenderse a sí misma.
 Sus miedos, sus debilidades, sus confusiones y sus confesiones se guardaban en una tarjeta SD. Por eso siempre escribía ahí, donde nadie pudiese nunca entrar (excepto un hacker o alguien asi, pero tampoco era problema porque a ellos no les importarían sus sentimientos)
Hubo una vez, una vez en la que escribió en papel todo lo que se le pasó por la cabeza aquella noche. Era un 2 de septiembre, no hace mucho tiempo. Eran las 4 de la mañana y, claro, estaba despierta. El verano casi se acababa, pero había sido un verano inolvidable.
Estaba en la terraza midiendo las estrellas y construyendo constelaciones. Aunque no podía parar de darle vueltas a todo lo que habia pasado ese verano. Entró, cogió papel y boli intentando hacer el menor ruido posible y empezó a escribir. Esa noche...esa noche fue su noche. Ana Fuster descubrió que además de una admiración indestructible a la Luna, a las estrellas, al mar, a los atardeceres, a los amaneceres, a la lluvia y a muchísimas otras cosas, amaba escribir.
Así, a partir de ese verano descubrió poco a poco su verdad interior. Era como si su alma hablara y se lo contara en un papel.
Después de escribir todo aquello que le había ocurrido aquel verano, bajó a la cocina, cogió el mechero y subió para que lo que había escrito fuese solo entre ella y el fuego. Quemó 2 hojas de recuerdos que nunca olvidó, pero todo lo malo se escapó en forma de ceniza, con vivos colores rojos bailando con el viento.
Solo la soledad, la noche, el fuego y ella. Fue un bonito verano. Se pasó casi un mes despertándose a las 4:30 de la mañana para ver el amanecer. Simplemente le fascinaba. Entraba al balcón de sus padres sin que ellos se enteraran, y más de una vez se quedó durmiendo fuera hasta esperar el crepúsculo matutino. Y para qué hablar de las noches de luna llena. No se cansaba de mirarla y pensar.
Ellos no entendían porqué, de hecho más de una vez su madre pensó que estaba ocultando algo, porque pasaba horas y horas en el balcón. Pero, no escondía nada, más bien, descubrió que durante mucho tiempo había estado perdiéndose una parte preciosa de la vida.

Lágrimas blancasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora