Capítulo 3

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La lluvia... esa tarde llovía, y Ana no pudo evitar desafiar a la estúpida lógica.
Dicen que la lluvia es parte del ciclo del agua, cuando el agua contenida en la atmósfera tras la sublimación se precipita en forma de pequeñas gotas.
La ciencia era inexacta, sino, ¿Porqué cada vez que Ana estaba hundida, llovía? ¿Porqué cada vez que se rompía un corazón el cielo rompía a llorar?
Había algo más que números y ciclos. Había desorden que a veces ayudaba y otras tantas destruía. 
Las gotas... las lágrimas que se deslizaban por su cara disfrazaban a la vez al cielo, caían con la misma intensidad, con furia, con ansia, con anhelo de besar la tierra.
La tormenta era compartida entre Ana y el cielo esa tarde. Todo estaba acompasado. Podían sentir la ira y el dolor, el estruendo de cada gota que pasaba a ser nada, y la angustia de un recuerdo que ya no existía y que se convertía en algo irrecuperable.
Solo miraba desde la ventana pero compartía el dolor de cada gota que se desplazaba lentamente por su cristal, se dividían en dos, en tres... y desaparecían después de uno o dos minutos.
- Todas las cosas tienen una capacidad de diluirse que envidio -pensaba ella - Y quizás ese es un defecto que tenemos los humanos, entre tantos otros. Desaparecemos cuando deberíamos estar y a veces deseamos desaparecer cuando estamos.
Las gotas desaparecían poco a poco, y todo rastro de lluvia se iba con ellas. Todo lo que habia causado tanta ilusión a un niño que ve por primera vez la lluvia, a un joven que tenía planes que se embarran esa tarde, a un abuelo que se queda mirando con ojos tristes todo lo que pasó bajo la lluvia en su pasado. Todo, todo aquello que cualquiera podia imaginarse cambiaba, aunque luego la tormenta egoista y ambiciosa hacia como si nada, y simplemente, desaparecía. Olvidandose del niño que veia por primera vez tal fenómeno, del joven que no tenía más ambiciones que ver a la chica con la que había quedado aquella tarde, teniendo finalmente que anular su cita. Y del anciano, al que la lluvia no le guardo ninguna piedad, haciéndole recordar el beso que compartió con el amor de su vida bajo otras gotas, otra tormenta... otra vida que, solo ahora se podía leer en sus ojos, puesto que los ojos de su amada dejaron de ver hacía ya un tiempo.

Lágrimas blancasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora