No podía seguir tan normal, escribiéndole sobre como iba todo por aquí, sabiendo que no me contaba algo importante. De todos modos, si no me lo había dicho tenía sus razones y no quería presionarlo para decir algo que no quería decir por diversos motivos, sin embargo, tampoco podía engañarme a mí misma y hacer como si no pasara nada.
Decidí esperar. Esperar a que contestase, para encontrar un punto equidistante entre sus razones para no contarme la verdad y mis motivos para no contarle nuevas noticias.
Supongo que era el miedo lo que le impedía hablar, o quizás era la rabia de saber que tenía que quedarse allí pero que eso implicaría no vernos. Quizás la tristeza no le dejaba contarme que no iba a volver.
Fuera lo que fuese, yo iba a esperar. Estaba dispuesta a esperar todo el tiempo que él me pidiese. El problema es que no me pedía tiempo ni me pedía que lo dejase en paz, parecía que sólo pedía silencio, y cada vez ese silencio me mataba más.
A lo mejor yo tenía que decirle que ya lo sabía, que no se preocupara y que encontraríamos alguna solución. Pero... tenía miedo de que me preguntara que cuál era esa solución porque, ni yo la sabía.
No sé quién tenía más miedo, pero me aterraba la idea de no volver a verlo y de que el tiempo y la distancia intermedia se interpusieran en nuestra historia. No podía volver a permitirme alejarme de la gente que quiero por la maldita distancia.
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Lágrimas blancas
Roman pour AdolescentsAna Fuster tiene 17 años y, como cualquier otra persona de su edad, su objetivo es encontrarse, aunque para ello deba perderse más de una vez. Una historia llena de emoción, traición y como no, amor.