Pensaba en la tristeza como algo más, no necesariamente como algo malo, si no al contrario, era otro modo de ver las cosas, no obstante, sabía que era mejor estar contenta que triste aunque aún no sabía el porqué. Quizás porque sin tener los ojos empañados se disfrutaba más del paisaje.
Ella misma había podido comprobar con el paso de los años que el mundo cada vez carecía de gente que se fijase en la belleza de las cosas. Gente perspicaz.
Su mejor amiga, Helena, era una de esas pocas personas que quedaban. Se conocían ya desde su infancia, puesto que sus padres eran buenos amigos, y cuanto más tiempo pasaba se daban cuenta de que la suya era una de esas amistades irrompibles. La una se complementaba de forma perfecta a la otra, de modo que, cuando Ana lloraba Helena sólo tenía que escucharla y simplemente Estar, cosa que poca gente sabe hacer hoy. Cuando Helena lloraba, Ana escuchaba y con palabras animosas le podía alegrar un poco el día.
Ambas se conocían perfectamente, sabían como ayudar y el día que no quedaban, hablaban durante horas.
Ana quería muchísimo a Helena, y aunque las dos habían cometido errores, todo se quedaba en una discusión que siempre acababa solucionándose. Eran hermanas.
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Lágrimas blancas
Ficção AdolescenteAna Fuster tiene 17 años y, como cualquier otra persona de su edad, su objetivo es encontrarse, aunque para ello deba perderse más de una vez. Una historia llena de emoción, traición y como no, amor.