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Pasé unos de los días más largos y pesarosos de toda mi vida.

No me avergüenza admitir que en cuanto me quede sólo, ya no pude aguantar la tristeza dentro por más tiempo. En Raven Point, un claro al pude llegar con gran esfuerzo y dolor, lloré lágrimas amargas, autocompadeciendome de mi mala suerte, sin tener ni idea de que me encontraba en el lugar que en el futuro sería el símbolo de toda mi felicidad, la que pasé al lado de mi humano.

Pero en ese momento sólo me preocupaban los moratones en mi cuerpo por darme repetidamente contra los árboles antes de llegar al claro y el estómago vacío que no podía llenar. Pues aunque en Raven Point había un hermoso a la par que profundo lago lleno de peces, adivinen. ¡La cola rota no solo me impedía volar, también nadar! Por lo cual, ¡no podía pescar!

En ese momento sólo podía pensar que mi suerte era Perfecta, simplemente perfecta. Daba igual que ese monstruo me hubiera liberado de las cuerdas, ¡moriría de hambre! Una muerte mucho más lenta y tortuosa que la de que te claven un cuchillo en el costado.

Mientras las malditas horas pasaban más muertas que lentas, mi mente no paraba quieta, realmente llegue a pensar que ese humano con pinta de debilucho lo había hecho a posta. Maldita sea la retorcida mente que debía de tener, malditos humanos.

Les odiaba. Y con mucho. Eran monstruos.

¿Por qué no escucharía a los otros dragones cuando me recomendaron que dejase de marginarme a mi mismo? ¿Por qué no cuando me suplicaron que no les dejara? ¿Por qué no aprendí nada de ver tantas veces el horror de la guerra? Ahora por todas esas malas decisiones estaba completamente sólo vete tú a saber dónde y muriéndome de hambre con apenas 15 años de edad. Todavía me quedaban tantos siglos por vivir...

Definitivamente soy idiota.

Trate de pescar todo lo que pude, hasta cansarme y puede que hasta un poco más. Pero por supuesto los peces escapaban nada más meter mi cabeza en el agua y yo no podía perseguirlos. La luna estaba alta en el cielo, cuando me quedé dormido por puro agotamiento. Todo el día sin lograr llevarme nada a la boca y ahora también pasaría la noche en ayunas.

Deseaba que terminase esa tortura de una vez, puede que... ¿y si en ese instante me tiraba al lago y me ahogaba? No sería una muerte tan lenta.

Por un momento desee no haber asustado a esa cría de humano para que se alejase de mi. Descarte ese pensamiento enseguida. ¿Qué haría ese monstruo por mi, aparte de empeorar las cosas?

Fue pensando eso que me quedé dormido a la orilla del lago. Ya no podía más.

Me desperté al día siguiente un tanto más calmado, tenía más asimilado el hecho de que me estaba muriendo lentamente, pero mi estómago ya rugía tanto que creí que me dejaría sordo. El sol estaba bajo en el cielo, era apenas el amanecer y yo me sentía muy cansado.

Pero volví a meter la cabeza en el agua fría. No lo pude evitar en cuanto vi aquellos peces nadando tan cerca de la orilla. Obvio todos ellos escaparon muy rápido y no pude atrapar ni uno. Con la cabeza bajo el agua, me dio la impresión de que los malditos se estaban burlando de mi.

Y fue justo que tenía la cabeza en el agua que no pude escucharle llegar. Y también estaba muy lejos de mi, no podía captar su aroma. De hecho, tan bien escondido estaba que si no fuera porque se le cayó algo entre las rocas bajo él, haciendo ruido, posiblemente no habría notado su presencia.

Pero lo hice. Y ahí estaba la cría de humano, en lo alto de una de las colinas por las que baje para llegar hasta el lago, mirándome fijamente.

No podía oler su miedo, pero pude notarlo por lo tieso que se puso ante mi mirada, casi sin siquiera respirar. No se esperaba que le fuera a pillar infraganti, supuse. Bueno, parece que no captó mi mensaje después de todo.

El odio y el asco me invadieron de nuevo, ¿qué hacía el ahí? ¿Qué tanto miraba? Me ponía enfermo.

— ¡¿Qué haces aquí maldito monstruo?! —le rugí. Él se encogió en su sitió. Por un momento quise ignorar su presencia, pero no pude, no, no pude. Él no me contestó, por supuesto que no lo hizo. No comprende mi idioma, pero en ese momento, aunque lo supiera, no pude evitar enfadarme con el maldito mocoso por no dignarme ni una sola mirada— ¡¿Vienes a ver que tanto daño me has hecho?! ¡EH! ¡¿Es eso?! ¡Pues fíjate bien!

Y volví a alzar el vuelo de gallina tuerta ante él, ya podía mantener por más tiempo el equilibrio, pero aun así la caída era inevitable. Noté la profunda sorpresa en sus ojos cuando me vio chocar contra una roca, lo que me extrañó bastante, pero aun así no podía parar. No podía dejar de hacerme daño. No estaba pensando y era un vicio ver a ese niño sufrir viéndome así... Un momento... ¿él estaba sufriendo por mi? Me paré en seco al notar el desconsuelo en sus mirada verde, que vagaba de mi cola rota a mis alas, de las alas a la cola de nuevo... Su vista estaba perdida, se notaba a leguas que en su cabeza había algo que no terminaba de encajar. Y entonces pensé, ¿por qué demonios seguía asustado de mi? Él estaba demasiado alto para que yo pudiera alcanzarlo y dañarlo, eso él debía de saberlo, por eso no bajaba hasta donde yo estaba, pero aún así seguía encogiéndose sobre si mismo y arrastrándose hacía atrás. Era como si... temiese que yo alzara el vuelo hasta él para descuartizarlo.

Entonces algo hizo click en mi cabeza. Todo estaba oscuro cuando él me atacó, muy oscuro. Los humanos no poseen visión nocturna. Y yo estaba volando muy rápido, bastante lejos del suelo. Imposible que pudiera verme y mucho menos tenerme en un punto de mira...

Oh.

¡Oh!

¡OH, MADRE MÍA...!

¡Él no lo sabía! Realmente él no estaba consciente de que me había roto la cola. Puede que ni tan siquiera me hubiese dado a propósito y todo fue un maldito y desgraciado accidente donde nadie era culpable.

Recordé cuando se debatió entre mi vida y mi muerte para luego dejarme libre. Si me hubiera dado a propósito... Realmente nadie dejaría libre así como así a una presa tan difícil de conseguir como yo...

¡Oh, mierda, si que soy idiota!

El pobre chico no me hizo daño a posta, seguramente ya se sentía lo suficientemente mal como para que yo le tratase así.

— Te perdonó la vida, maldita sea —me regañe a mi mismo—. ¿Así se lo agradeces?

Miré hacía arriba demasiado tarde. Él ya se había ido, probablemente esa vez si que había logrado espantarlo para siempre con mi numerito.

— Estúpido de mí... —susurré.

Mi rugiente estomago vacío me dio la razón.

Como Entrenar a Tu VikingoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora