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Hiccup cumplió con creces su promesa, pero el resultado no llegó precisamente rápido.

Los días dieron paso a las semanas, las semanas poco a poco formaron un mes entero y el primer mes dio lugar al segundo.

Mi humano y yo eramos cada vez más cercanos, después de todo, ya eramos compañeros de fracasos, dándonos de bruces contra el suelo juntos una y otra vez. Dolía, por supuesto que dolía, pero él se reía, por mucho que le dolieran las extremidades y la verdad es que a mi también me comenzaba a hacer gracia. Como dicen ellos, sin duda mejor reír que llorar. ¿Quién me iba a decir a mi qué los humanos podían ser fuentes de sabiduría? Cuando nos hartabamos de comer el suelo, manteníamos charlas... si pudiéramos, más bien tratábamos de entendernos mutuamente y me enorgullece decir, en honor al resto de dragones, que mis niveles de aprendizaje son más altos que los suyos. Para cuando yo ya era capaz de comprender toda palabra que salía de su boca, él apenas y comenzaba a entenderme en lo más básico. Pero lo que le faltaba en social (sí, mira quien fue a hablar, lo sé), lo compensaba con sus grandes conocimientos de aerodinámica. Me di cuenta de que todo artilugio, cada uno más avanzado que el anterior, que traía hasta mi, conservando el mayor de los sigilos, (pues yo era un secreto para el resto de humanos, con los que regresaba todas las noches) los había hecho él con sus propias manos (ahora ya sabía que las patas delanteras humanas se llaman así). ¿Quién iba a decirlo? No tenía a un humano cualquiera a mi lado, si no un auténtico ingeniero, uno fantástico. Si los otros humanos pudieran hacer cosas así... tendría miedo, sin duda, pero tratándose de Hiccup únicamente, me fascinaba. El resto de humanos podían irse a la porra, no tenían cerebro como él... o al menos eso es lo que yo quería creer, antes que aceptar que por 300 años los dragones habíamos estado equivocados con respecto a nuestros enemigos.

Pero Hiccup no era mi enemigo, era mi mascota, una muy inteligente y servicial mascota... que conocía varios de mis puntos débiles. La hierba contra la que me encantaba restregarme, el punto débil de mi anatomía que no podía resistirse a las caricias... (en serio, si que tiene dedos mágicos) Debería de sentirme desprotegido por ello, al contrario, sentía que era la primera vez que conectaba con otro ser vivo. No me importaba si era vikingo, al fin conocía el verdadero significado de la palabra compañía. No bastaba solo con estar en el mismo lugar, como siempre había creído, era algo más, mucho más.

En cuanto a su aroma, seguía trayéndome de cabeza, pero algo había cambiado... cada vez llegaba impregnado con el aroma de un dragón diferente, mezclado con tierra, sudor y... lágrimas... lágrimas de dragón. Los humanos no suelen notarlas, pues son invisibles a sus ojos y los rastros que dejan casi imperceptibles, además que desaparecen nada más hacer contacto con nuestras escamas. Pero el fuerte olor de la desesperación prevalece.

Los humanos tenían dragones como sus prisioneros. Lo supe gracias a Hiccup, que nunca dejaba de parlotear sobre su vida (aunque siempre siento que excluia varios detalles, que tal vez le parecían demasiado dolorosos para recordar). Los usaban para entrenar a sus crías en el arte del asesinato, crías como mi Hiccup. Eso siempre me tenía preocupado, pero solo me hacía falta mirar sus ojos verdes para darme cuenta de que él no los dañaba, si no que usaba lo que aprendía conmigo para mantenerlos a salvo, como siempre me decía.

Sí, definitivamente le estaba entrenando bien. Pero no me quitaba de la cabeza lo que podría ocurrir si su raza se enteraba de lo que hacía todas las tardes desde que nos conocimos. Estaba ansioso por encontrar de una vez la manera definitiva de volver a volar. No solo por mi, si no por Hiccup.

Una vez que pudiera irme para siempre de Raven Point surcando los cielos, no lo dudaba, me llevaría a Hiccup para siempre. Conmigo estaría seguro, siempre y cuando Green Dead, nuestra Alpha, no se enterase de su existencia, pues los dragones del nido en el que vivía nunca nos metiamos con las pertenecías de otro dragón y él en definitiva me pertenecía.

Como Entrenar a Tu VikingoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora