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El siguiente día a ese suceso sería, después de todo, el principio del fin de mi vida en soledad.

Mi estomago rugiente no me dejo dormir en toda la noche... bueno, puede que mienta, en realidad mi mente estaba demasiado ocupada pensando en el pequeño humano andrógino como para desconectar. ¿Sería verdad que no me dañó a propósito? ¿Estaba siendo el peor de los desagradecidos, acaso? Si así era, tendría que aguantarme, pues no tenía forma de aclararlo.

Bueno, para dejar de pensar en malas noticias, la vida me había dado un pequeño rayito de esperanza: no moriría ese día.

Sí, después de probar y probar y probar, al final si que conseguí pescar sin cola. Después de tres días, solo fue un mísero pez de los muchos que necesitaba... ¡Pero vaya si no noté perfectamente bien el espacio que llenaba en mi estomago! Me picaban los ojos de la felicidad y, contento de mi mismo por primera vez en tres días, al fin me sentí lo suficientemente tranquilo como para conciliar el sueño en la mañana. No era tonto, sabía perfectamente que ese pescado con poca suerte, más que alimentarme, me había abierto todavía más el apetito y no pasaría mucho para que mi estómago volviese a rugir con más intensidad, suplicando una cantidad mayor de ese delicioso, pero pequeño, manjar. Pero de momento...

"Que le den a esa cría de humano" -fue lo único que recuerdo pensar antes de colgarme boca abajo y dormir.

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No sé si en ese momento lo pensaba en serio o, por el contrario, no demasiado convencido.

Ahora, espero que fuera lo segundo.

PUM

Fue el ruido sordo de madera chocando contra piedra, el cual noté hasta cinco veces más fuerte, gracias a mi querido (noten el sarcasmo) oído súper desarrollado, lo que me despertó a medía mañana.

Lleno de modorra y vagancia por recién despertar, desplegué mis alas dejando que un grueso hilo de luz chocara contra mi cara, lo que me incitó a abrir un ojo... y lo que vi con el fue suficiente para despertarme del todo, aunque tuviese que recuperar una noche entera de sueño.

Ahí estaba el humano. Esta vez se había atrevido a poner los pies en el césped de Raven Point, a mi misma altura. No tenía ni idea de si le gustaba jugarse el cuello demasiado como para ser sano o... a lo mejor era que no tenía nada que perder, como yo... Agité la cabeza, nervioso, la perspectiva de tenerlo de nuevo tan cerca de mi me hizo recordar la atracción de su fragancia natural. Por ese motivo mi subconsciente buscaba cualquier excusa para que me sintiera atraído hacía él, lo había visto en otros dragones. Así era como muchos, si no todos, reconocíamos a nuestra familia, al que sería para nosotros un buen amigo, o incluso un compañero de vida.

Sin embargo, no tenía el orgullo propio tan herido como para admitir así de fácil que me sentía inconscientemente atraído por un pequeño humano... Pero el color de sus ojos... el mismo que los míos... No es casualidad que me haya encontrado con él, algo me lo decía.

Y los dragones vivimos del más puro instinto.

Sin que se diera cuenta de que me movía, me desplace hasta la cima de una roca para verle mejor. A medias escondido, a medias descubierto, le observé a través de un solo ojo, "peleándose" con un trozo de madera circular, que se había encajado entre dos rocas.

No sabía como se llamaba, pero en seguida lo reconocí como el artilugio que usaban los vikingos para protegerse en la lucha, pobremente, si queréis mi opinión. Los de los romanos son de bronce, un poco mejores, pero no demasiado.

Él bufo, negándose a forcejear más con su única protección contra mi, un fiero dragón, y me dejó con la boca abierta cuando le vi agacharse por debajo del objeto para pasar y compartir el espacio conmigo. Totalmente desprotegido. Muchos le dirían que estaba loco por eso, pero yo solo pude pensar en la más pura valentía al presenciarlo. Ya no quería dañarle, así que estaba totalmente seguro, pero eso él no tenía manera de saberlo.

Como Entrenar a Tu VikingoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora