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— ¡Toothless! —escuché en ese momento que Hiccup me llamaba y me hubiera permitido tranquilizarme, si no fuera porque sonaba preocupado.

Me dispuse a ir hacía donde la voz me guiaba y ambos chocamos a medio camino uno contra el otro. Hiccup había llevado en sus brazos un montón de palos que se le cayeron, esparcidos por toda la arena de la playa de la isla, en nuestro choque, sin embargo no pareció importarle.

— Toothless —volvió a repetir, no menos ansioso que antes. Se acercó a mi y me acarició el hocico, haciéndome una inspección rápida a ver si algo estaba mal conmigo, lo mismo que yo estaba haciendo con él—. ¿Qué pasó, chico?

Yo estaba que no lo creía.

— ¿Qué que pasó? —rugí, echando chispas por mis ojos— ¡Pues tú! ¿Se puede saber dónde te metiste?

¿Qué no se daba cuenta del peligro constante? ¡Estábamos haciendo un movimiento militar, no dando un paseo! ¿Por qué no lo entendía? ¡Humanos!

Él instintivamente se echó atrás, alejándose de mi. Cuando por fin comprendió mi enfado, se levantó y se sacudió la arena, mientras volvía a recoger esos trozos de leña.

— Oye, tranquilo —me gruñó sin mirarme. Se había puesto a la defensiva conmigo, cosa normal porque, aunque no lo entendía, yo también me había puesto a la defensiva con él hace un segundo—. Parecías estar tan distraído con tus amigos, que no quise molestarte y me fui a dar un paseito —me explicó.

Me dejó a cuadros. ¿Amigos? ¡Ellos no son mis amigos y además...! ¿Por qué sonaba tan deprimido al decir eso? Note como el enfado que me había legado el susto del momento me abandonaba mientras me quedé mirando a Hiccup fijamente. Sí, estaba decaído. Pero, ¿por qué, así de repente? Escapaba a mi entendimiento.

— Oh, por Odin. Debí... Debí avisarte, ¿verdad? —me preguntó, esta vez si mirándome, sonaba bastante arrepentido— Seguro que te preocupé sin motivo.

Yo todavía indignado, no hice otra cosa más que asentir fuertemente a su afirmación.

— Lo siento —suspiró—. No pensé que tú... —de repente, se interrumpió de manera sospechosa— No lo pensé, no volverá a ocurrir.

Yo asentí, aceptando sus disculpas, y decidiendo quitarme de la cabeza la sospecha de que Hiccup hubiera podido pensar que no me preocupaba por él. Lo hacía. Tal vez la diferencia entre razas causaba más distancias entre nosotros de las que creí, pero ahora él ya lo sabía y decidí confiar en que realmente no volvería a pasar.

Entonces, sus tripas rugieron y, como no, las mías le siguieron como si fuera contagioso.

— Hora de comer —señaló y cuando yo estaba a punto de poner los ojos en blanco (ya le dije que debería haber desayunado) y de arrastrar de nuevo el pescado que había traído consigo hasta él, me paró con una mano— Ah, ah, ah, ah. Para eso he traído esto.

Colocó los palos en el suelo.

— No pienso comerme el pescado crudo otra vez —me replicó, mientras extrañamente frotaba uno de los palos contra los otros—. Voy a cocinarlo como es debido. Al fuego.

¿Fuego? ¿Quería fuego? Súper fácil. Estaba a punto de escupir una bola de plasma sobre la madera cuando de repente Hiccup me dejó con la boca abierta. Había iniciado un fuego él solo, frotando la madera. Me preguntaba en las incursiones como era que los vikingos conseguían su propio fuego pero, ¡¿frotando palos?! ¡Era imposible, antinatural! Y sin embargo, Hiccup lo había logrado.

Él, al ver mi reacción, solo pudo avergonzarse.

— No soy fuerte, pero soy mañoso con estas cosas —me aseguró mientras se miraba las manos, como si en ellas tuviera plasmados un millón de recuerdos—. En fin, llevo trabajando con el fuego desde muy pequeño, no tiene ningún misterio para mi.

Como Entrenar a Tu VikingoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora