Capítulo 44

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—Harry Potter es para niños. —Se burló Max esperando la reacción de la chica.

—¡No lo dijiste! —exclamó ella mirándolo indignada—. Vamos a ver esta, he dicho.

—Pero no quiero, veamos otra. —Se acercó a ella haciendo un puchero—. O podríamos hacer otras cosas, tenemos poco tiempo.

Catalina lo miró y él le devolvía la mirada juguetonamente. Ambos estaban en el sofá buscando alguna película para ver.

—Deja de recordarme que tenemos menos de dos semanas para separarnos —trató de sonar divertida pero la verdad era que le dolía pensar en eso.

—Tienes razón, olvidemos eso. Ahora, busquemos una película decente.

Catalina lo fulminó con la mirada molesta.

—Las películas de Harry Potter son más decentes de lo que sea que quieras ver tú.

—Ofendes mis gustos —fingió indignación—. Pero esta bien, veamos tu película, si me quedo dormido no es mi culpa.

—Si te quedas dormido es probable que despiertes sin cejas —dijo poniendo la película para luego sentarse a su lado.

—¡Cuanta agresividad! —Sonrió Max pasándole la mano por los hombros para atraerla hacía él.

Ella se relajó y recostó la cabeza en el hombro de él buscando acomodarse.

...

Y al final fue ella quién se quedó dormida. Despertó bruscamente cuando sintió algo húmedo pasar por su mejilla.

—¿Por qué me lames la cara?

—Sabes rico —fue la respuesta de Max.

Catalina se puso de pie estirandose para despejarse del sueño. Le preguntó la hora a Max y cuando le dijo que eran pasadas las 11 de la noche abrió los ojos sorprendida.

—¡Mis padres me mataran! —chilló poniéndose los zapatos rápidamente.

—Es temprano.

—No para ellos, no cuando he estado casi todo el día fuera de casa. Pide un taxi por mi, por favor, amor —le pidió a Max.

—Esta bien —suspiró agarrando el teléfono para marcar el número, cuando le contestaron se apresuró a dar la dirección y después colgó—. En 10 minutos, no pueden llegar más pronto.

—Tu padre...

—Ellos no han llegado —respondió Max.

Catalina lo miró tiernamente y se acercó para abrazarlo fuertemente. Él le devolvió el abrazo y acomodó su cabeza sobre la de ella. Estuvieron así un rato, ninguno dijo nada, de repente el ambiente se había vuelto triste. Ambos sabían lo que pasaría tarde o temprano.

El taxi llegó. Se puso de puntillas para darle un beso en los labios.

—Me encantas —susurró él contra su boca.

—También me encantas. —Sonrió genuinamente—. Ahora me voy.

Max la acompañó a la salida casi sin querer soltarla.

—Me escribes cuando llegues —le pidió dándole un último beso.

—Siempre.

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