XV

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Cuentan en el pueblo que el viejo Rafael tuvo una vida llena de aventuras y amargura. Porque anécdotas siempre terminaban con una pequeña mueca en su cara, un gesto de nostalgia con la mirada perdida en el horizonte. Cuentan que de vez en cuando decía un nombre en el medio de sus relatos autobiográficos. Una mujer, quizás de su misma edad, a la que solía nombrar de diferentes maneras pero siempre describía igual: Mirada profunda, pelos al viento, temperamento de huracán, convicciones de hierro.

Nadie entendía qué significaba eso pero así lo relataba él. Nadie sabía sobre aquella misteriosa mujer que aparecía en los relatos de este viejo testarudo. Nadie tampoco sabía si la mujer incluso había existido de verdad.

Lo que sí se sabía es que nunca se había marchado de ese pueblo, que su ropa cada vez estaba más sucia y que sus últimos días los pasó con más amargura y enojo que nunca. Y también se sabía, porque todo los pueblerinos lo sabían, que pasaba algunas tardes dando vuelta por las cuadras buscando algún hueco en la pared para dejar alguna frase con una tinta vieja.

Los niños del pueblo sabían esas frases de memoria. En especial una que apareció en una pared en la terminal. Inmortal, decía:

Tanta bronca da no poder viajar hacia atrás. 

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