XXI

3 0 0
                                    

Mariano tenía nueve años cuando lo vio por primera vez. Fue una mañana de enero, bien calurosa como suelen ser todas las mañana de enero. Su madre lo apuraba para no llegar tarde a misa mientras él se distraía con el ruido de los pájaros, el sol en la frente y la caminata por su zona favorita del barrio: La calle Buendía, llena de casas bajas y árboles enormes y antiguos que crecían y se abrazan como hermanos con los otros que nacían en la vereda de en frente. 

Los rayos de sol, gracias a los árboles, apenas se abrían paso hacia la vereda pero en una mañana de enero alcanzaba para calentar y molestar en la cara como si fuese una hornalla gigante. 

Mariano pensaba que su madre debía ser la única persona en el mundo en desear ir a esa ceremonia aburrida todos los domingos incluso de enero. Solía tener ese pensamiento cada semana para luego descubrir, una y otra vez, que había varias personas más con los mismos gustos que ella. 

- Bueno, pero con tanto entusiasmo...sí, debe ser la única. 

Y a él le tocaba ser el acompañante.

Mariano volvía a esos recuerdos cada vez que andaba con el auto por la misma zona que recorría con su madre en la niñez. Sobre todo cuando veía calles con copas de árboles que se abrazaban ahora no tan alto para su mirada de adulto. Y siempre que andaba por ahí buscaba el mismo rincón como si fuese un niño. Esa esquina de paredón blanca donde un mural, pintado por alguien que nadie conocía, mostraba un barrilete bailando solo en un cielo de color verde. A su alrededor, llamativamente, caían filas de hojas secas, como si llovieran de algún árbol al borde de la muerte. Pero en el mural solo estaba el barrilete, las hojas y el fondo azul.Un azul extraño, hermoso, llamativo, atrapante y misterioso. Un pequeña frase rezaba por debajo una plegaria que Mariano casi que había implementado como mantra en su vida.

El paredón ya no estaba, el mural había desaparecido. Quedaba todavía la esquina, la infancia de Mariano y el recuerdo del viejo barrio. En esos recuerdos él todavía vivía las caminatas con su madre a la misa, el sol caluroso de una mañana de enero y la sensación de querer descubrir algo más en esas palabras de aquel mural:

Viví siempre, recordá siempre pero viví siempre. 

PalabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora