Palabras

XXXVII

Valparaíso mira al mar y lo abraza, lo extraña y lo atesora. Es una ciudad cargada de magia, repleta de personas agradables y mucho color. Por más que uno lo intente resulta imposible rechazar la invitación a no dormir durante la noche. Siempre, en Valpo, uno termina levantándose tarde. 

En el Reina Victoria alguien lo comentó con el acento de turista español. Yo solo escuché de lejos mientras cebaba mate y miraba el cerro. Allá arriba volví a escuchar otro comentario al respecto y me llamó la atención otra vez. 

La gente decía, tomando un pisco en el almacén, que se estaba por borrar un cartel perdido por ahí. De esos que no todos los visitantes conocían hasta hace un tiempo pero que ahora sufría la lluvia de flashes desde bien temprano a la mañana hasta bien tarde a la noche. 

Por eso lo busqué y lo busqué durante cuatro días en Valparaíso. Quienes habían hablado del tema no me habían dado ubicación. Si lo encontrás, lo encontrás, me dijeron. 

Recién el último día pude encontrar una iluminación, a pesar de que eran las cuatro de la madrugada. Cerca de Van Gogh, cerca del aroma al puerto, de las gaviotas libres y los bares de arrabal, allí estaba. En una escalera mojada por la humedad y el paso de personas. Con signos de pequeños derrumbes en cada escalón. 

Pero resistiendo el amanecer todavía se podía leer un poco las letras de la frase que se armaba entre algunos escalones:

"El tiempo se los lleva y nosotros nos quedamos"

Justo cuando pensaba en sacar una foto alguien me habló por atrás. Una señora con la edad del viento, o eso parecía. Sin preámbulos me dijo que en realidad era una canción, que ya no se podía leer completa porque se había perdido desde antes del tiempo de fotos que dan vuelta al mundo sobre esos cálidos rincones de Valparaíso. 

- Solo se queda esa frase- me dijo y se fue.