XXXII

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Lo vio a eso de las once de la mañana un día de su infancia. No recordaba con exactitud su edad pero en esa época no llegaba en puntas de pie a los hombros de su madre. Lo recordaba porque aquella tarde sería una de las últimas en la vieja casona de Libertador, heredada por el lineaje familiar materno no sin poco orgullo.

Pero la atención de aquel día, sin embargo, se le había quedado en el reflejo que ese cartel, pintado en la pared de un banco, había generado en su retina. 

Y además es las preguntas que se le vinieron cuando pensó en contarlo en su casa.

¿A mamá? Pero si ella vive insultándolos

¿Contarlo en la cena? Voy a generar un atraco.

¿Entonces? 

Con el tiempo esas preguntas se volvieron debates y esos debates se hicieron gritos. También cambió su pelo, su casa y sus ideas. 

Lo que nunca cambió fue ese reflejo en su retina de aquel cartel en la pared:

Que las tizas pesen más que los bastones.

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