XVI

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íbamos caminando con Sofía por la avenida del centro. Nos pegaba el sol en la cara pero casi no nos importaba: En julio el frío hace que uno desee lo que en pleno enero odiaría con toda el alma. La charla se mantenía entre bufandas y la búsqueda de un buen café para soportarnos en el ritual de la merienda. Sofía, mujer de cuarenta, madre y periodista, no paraba de hablar sobre rock, jazz y sus encuentros con los músicos de Hamburgo que había conocido en un viaje reciente. Las historias de viajes siempre son dignas de ser escuchadas. Mucho más si hay música en el medio. Todavía más si la narración tiene los detalles y metáforas que Sofía usaba de manera magistral. 

Ella me contaba cosas que hacían sentirse en ese mismo lugar que había visitado. Maravillas de nuestra amistad el contarnos cosas y anécdotas de viajes y personas. Pero para dos viejos conocidos que tenían experiencia en bares encontrar un café esa tarde estaba resultado difícil. No solíamos andar mucho por ahí pero el destino, y un nuevo trabajo, nos había encontrado en esas latitudes de la ciudad. 

- Mira ese, parece bueno- 

- No, están todos y todas con el celular en la mano. Si el bar no invita a la charla no me gusta. 

Y seguíamos con la charla de Hamburgo, guitarras, Beatles, Miles Davis y cosas triviales. 

- Che ¿y este que tiene buena música?

-Pero no buen aroma

Y así seguíamos buscando y buscando. Andábamos de bar en bar, de esquina en esquina, como andábamos en la vida. 

Sofía también me contaba de amores y desilusiones, de sexo y oxidaciones. Compartíamos ideas y pensamientos. Los años de encuentros y debate siempre se nos volvían en cada encuentro. Como si cada juntada fuese un capítulo de libro que requería volver a leer los anteriores para poder entenderlo. Había cosas que se sabían pero ya no se decían. Para mí los dos éramos dos personas fragmentadas, repartidas por la vida y las personas de cada pueblo y paisaje. Pero Sofía no terminaba de volver nunca. Y yo no terminaba de irme nunca. 

Éramos de acá y de allá.  

Al llegar a una plaza ella se paró y señaló hacia un banco con una sonrisa en la cara. Yo miré esperando encontrar algo inusual. 

Eran unas letras escritas sobre el cemento del banco:

"No vuelvas más, por favor"

- ¿Viste?- Me interrogó Sofía- Quizás me lo esté diciendo a mí

- Puede ser- contesté- O quizás te lo estés diciendo a vos misma. 

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