XXXI

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¿Dónde nos encontramos cuando ya no nos encuentran?

¿Cuándo pensaste que podríamos ser?

¿Por qué?

Hago todas las preguntas casi al mismo tiempo. Las vocifero, las vomito de mi boca entre pucho y pucho, las lanzo hacia el río como si arrojara una caña de pescar, buscando alguna respuesta del otro lado, sabiendo que la pesca y las respuestas no me están golpeando a la puerta últimamente. 

Hay un silencio en el ambiente y en el alma. Una colmena vacía, la sensación de un eco aterrador que puede volver tormenta un pequeño chasquido. Pero nada che. Nada se escucha después de la cataratas de preguntas y gritos. Dicen que hay horas que se vuelven eternas y eternidades que se vuelven ausencias. 

Hago, es tiempo de reconocerlo, preguntas sin sentido. No hay silencio que calle tanto, no hay pena que golpee tanto. Tengo ganas de correr a leer mil libros seguidos y luego dormir una siesta de una década. No hay cábala que arruine el mal humor, tampoco aspirina que cure tanta desazón.

Y sin embargo aquí estoy, componiendo canciones en un instante, todas llenas de insultos y exclamaciones al vacío. Ando y estoy. Contemplo y respiro. Espero, espero, espero...

Aparece en eso un aerosol y dejo unas frase en la pared. Para que sea leída, para que se pierda en el silencio de esa habitación vacía, callada, blanca, fría y pálida. Donde no hay nada, solo yo con el aerosol y las letras en la pared:

He llegado al fin. 

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