Day 1: huella

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Había sido tan rápido, tan fugaz, que apenas había disfrutado de tu compañía. Tu mala, pésima y horripilante compañía. Te seguí cuando me lo pediste, confié en ti cuando nadie más lo hacía y te quise como seguro ningún otro había hecho. ¿Y qué hiciste para agradecérmelo? Me clavaste un puñal, que no un puñal: me clavaste el universo con todas sus estrellas y demás astros. Me traicionaste y todo de mi ser comenzó a salir el odio que tenía reprimido.

Lo nuestro duró apenas mes y medio. Nos conocimos en esa horrible discoteca. Te ofrecí mi ayuda cuando vi lo mareado, borracho y perdido que estabas. Me soltaste toda tu mierda de vida y yo escuché atentamente porque tenías algo que hacía querer escucharte durante horas. Te di consejos. Conduje hasta mi casa y te arrastré como pude hasta mi cama. Cuidé de ti esa noche tal como hice las semanas siguientes. ¿Y qué recibí? Besos. Caricias. Sexo. Regalos. Cosas que no necesitaba. Solo quería un amor sincero, un amor que valiese la pena conservar. Un sentimiento de sentirme querido por alguien que no fuera mi querida familia.

Algo que no fuera material ni físico.

Había leído tantas historias de romances que a pesar de las dificultades conseguían mantenerse juntos, que olvidé que eran libros. Libros en su mayoría ficticios, hechos para sanar corazones o para hacer volar la imaginación. Y eso segundo me hizo a mí.

Creí que tú, un hombre serio, profesor, con un hogar, amistades verdaderas y agradable familiares, tú, serías un pilar para mi vida.

Pero no fue así. No, señor.

En cuanto pudiste liberarte del gay con quien te acostabas, con el que gastabas tiempo y dinero, y con el que te negabas a sentir algo, lo hiciste. Me destrozaste, aplastaste contra el suelo y mi corazón que ya había logrado reconstruirse, volvió a romperse. Por tu culpa.

Ahora me doy cuenta, mientras pienso en todo esto que quiero pero no tengo voluntad para decirte, que no me amabas. Ni una pizca. En las cenas con mi y tu familia esbozabas una sonrisa que parecía tan sincera y real que daba miedo. En la cama lo único que querías era olvidarte de la que ahora es mi mejor amiga. En los restaurantes evitabas tomar mucho alcohol para que luego no me confesaras todo tu yo que ocultabas.

Todo fue un juego que no sé por qué no cancelaste en ningún momento. Agradecería que me lo aclararas, maldito capullo.

Cuando desperté aquella madrugada tras una noche intensa (para mí. No creo que para ti significase algo) y me di cuenta de que no estabas a mi lado, creció en mí un miedo que me hizo temblar. Te encontré en el salón, fumando y bebiendo como un poseso mientras mirabas la pantalla de tu móvil. Escuché cómo reías. Era la primera vez que oía un sonido tan horrible y falso. Quise creer que era todo una pesadilla y volví a meterme en la cama. No pegué ojo en lo que quedaba de noche antes de levantarse para ir a trabajar. Te oí, pasadas unas interminables horas, meterte en la misma cama donde estaba yo, oliendo a fumado, drogado y bebido junto con otras sustancias anteriores.

Me asqueé de una manera indescriptible. En ese momento tuve un momento de lucidez en el que, por primera vez, vi todo desde otro ángulo. Pero enseguida se corrió el telón. ¿Por qué? Ni yo lo sé. Supongo que me dormí y deseé que hubiera sido todo un sueño.

Eso pareció cuando sonó el despertador y me despertaste con un beso en los labios sabor a menta por el dentífrico que seguro habías usado para borrar tu rastro de locura de esa noche. Los recuerdos aparecieron como una película en mi cerebro y fue mi turno de fingir que todo estaba bien. Y ese momento fue la última vez en la que fingí o te mentí.

Sí... una última vez.

Porque esas palabras finales que escuchaste de mis labios no carecían de verdad. Eran la verdad. Sí, iba a echarte de menos y también sabía que habías dejado una huella en mí que jamás iba a poder olvidar. Pero no olvidar no es lo mismo que no superar. Y sabes que es cierto, me hiciste daño, le hiciste daño a ella y te hiciste daño a ti mismo. Solo espero que encuentres a alguien capaz de amarte y a quien de verdad puedas amar.

No como nos pasó a nosotros... Si es que acaso hubo un nosotros y no fue solamente un yo.

Ojalá pudiera atreverme a decirte todo esto a la cara. Lo he pensado. Lo he escrito. Ahora te lo envío. Espero que lo leas. Siento no haber conseguido hacerte cambiar; pero cambiar a una persona solo sucede en las fantasías, como la de esa noche cuando estabas drogado. Ojalá hubiera sido yo una mujer, ¿verdad? Eso era lo que deseabas. Con lo que pensabas mientras veías todo ese porno y consumías de todo.

Repugnante, enserio.

Pensándolo mejor, creo que esto lo quemaré. No mereces ni mis pensamientos.

30 días escribiendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora