Day 11: ceniza

21 5 9
                                    

Si tuviera que elegir una palabra para describirla, sería, sin duda alguna, ceniza. Ya de por sí era cenizas. Tenía el pelo teñizo de gris y de rubio muy blanquezino; me encantaba. Y, por si fuera poco, era un fénix en pleno esplendor. Le habían hecho caer desde muy alto, lanzando mentiras contra ella y metiendo el dedo en la llaga, hasta que sucumbió a las presiones. Por suerte yo estaba allí para ella y le ayudé a resurgir de entre las cenizas. La habían matado y yo la he revivido.

    Y ahora se alza sobre mí, flotando en una nube ardiente, con su larga melena al viento, sus grises mezclándose con mis rojos.

    Tiembla, le dice al mundo, he llegado.

    Y yo tiemblo. Y el mundo a mis pies también.

    Como si hubiera un cigarro encendido, se me mete el humo por la nariz y toso, llamando su atención. Me pasa una mano por la espalda, tranquilizándome. Solo tengo ojos para ella. Mi deidad de las cenizas. Mi señora del desastre. Mi reina de la destrucción.

    Contemplamos el mundo a nuestros pies. Yo tan grande. Ella tan... tan insignificante pero tan... tan ella, tan caliente, pequeña, poderosa, esencial...

    Le susurro que lo haga. Obedece. Como si no estuviera yo a sus deseos. Se esparce por el lugar como pocos más que ella saben hacer. Me roza de vez en cuando y se lo agradezco apoyándola, ofreciendo mis servicios. Pero ella me dice que está bien, que le deje hacer. Y me quedo quieto, dejándole hacer. En poco más puedo ayudar.

    Cuando acaba, cuando ya ha sembrado el caos, se tumba a mi lado. Yo también me he calmado, quizá desde hace más rato que ella. Miro a mi alrededor y descubro con satisfacción que está todo hecho un desastre. Un desastre que ambos hemos causado. Cuando nos juntamos podríamos destrozar el mundo. Ella seguirá flotando durante muchos días, semanas incluso; pero yo volveré a la tierra, donde siempre he pertenecido. Aunque seguiré velando por ella. Soy su guardián que acudirá cuando me necesite.

    Todo lo que puedo ver está gris. Y negro. Y algunos puntos de colores. Miro por la cortina hacia más allá del cielo encapotado y no veo nada. Ese es nuestro futuro, desgastarnos con el tiempo, envejecer y desaparecer. Ella será eternamente joven, yo lo sé. ¿Pero yo? Yo me volveré insignificante, débil, una montañita en una llanura. Todo mi poder, ¿dónde irá? Todas mis hazañas, ¿dónde se recordarán? Todos nuestros momentos juntos, ¿quiénes los repetirán?

    Sus ojos grises me juzgan.

    A sus manos, me dice, los vientos los recordarán, responde, ella los repetirá, me alivia.

    Le beso la frente y le acaricio con ternura la mejilla. Es mi forma de agradecer y ella lo sabe. No puede esperar pequeños detalles por mi parte. Solo soy útil para los desastres. Completamente inútil pero a ella no le importa. Ella siempre está donde los fuegos arden, donde un cigarro llama su boca, donde una muerte se hace presente. Ella es la ceniza. Ella es mi ceniza. Ella siempre nace; una y otra y otra vez. Siempre renaciendo. Y yo mientras envejeciendo, erosionándome con el tiempo. Mi rojo perdiendo intensidad, perdiendo frecuencia. Pierdo poder y cada vez más gente se acerca a mí. Me piden y yo no doy. Me exigen y yo callo. Esperan que algo ocurra, que dé un pequeño paso, que explote, pero yo me mantengo al margen porque si cedo será el fin de todos ellos.

    Al final es ella quien viene a socorrerme. Les asusta o les fascina, pero acaban por irse. Y no sé la manera de agradecérselo. No me dice cómo, pero hago lo que puedo. Porque ella es mi ceniza, y yo soy su volcán.

  0:15  13,Junio,2018

[Ahora dime, ¿qué interpretación le has dado?]

30 días escribiendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora