Lo tenía muy claro: no iba a permitir que se perdieran todos sus recuerdos aunque eso significara estar en constante riesgo de caer al agua congelada y, posiblemente coger una hipotermia o, en el mejor de los casos, morir.
Oía sus llamadas a su espalda, en la orilla, a unos diez metros tras ella. Al mirar por encima del hombro pudo verle agitar los brazos como si espantar moscas pudiera servirle de algo. Le gritaba a pleno pulmón que volviera a su lado, que no merecía la pena ir por aquello que valía más que su propia vida. También se disculpaba por haber hecho tal estupidez en ese arrebato de ira que había costado que el pequeño cuaderno saliera volando hasta acabar en medio del lago helado.
Ella volvió y posó su mirada en sus páginas del tesoro. Apenas quedaban un par de metros para volver a tener en sus manos sus recuerdos que tanto le costaban mantener en la mente.
Cada paso que daba quedaba marcado por unas pequeñas grietas en el hielo que comenzaba a derretirse por la venida de la primavera. Era la época del deshielo allí, entre la fauna y flora en su más puro estado. Frondosos y verdes bosques, azules y critalinas aguas que en primavera y en ocasiones verano bajaban a velocidad arrollante, animales que observaban a los humanos con curiosidad y robaban un poquito de comida a los campistas que iban a pasar el día y la noche a la vera del tranquilo lago...
Sin duda era un paisaje encantador. Era un lugar entre las montañas, un valle según lo aprendido en la escuela, donde ella, sus amigos y su familia iban a disfrutar.
Podía enumerarte todas y cada una de las aventuras que habían tenido lugar allí... pero esas aventuras estaban encerradas en el diario que yacía sobre la fina capa de hielo que cubría el lago.
El causante de la desgracia seguía llamándola. El eco resonaba por toda la zona. Algunos pájaros alzaron el vuelo como si pudieran argurir que algo malo se acercaba. Sin embargo, no hizo caso a nada más que a su corazón y cerebro, que la instaban a seguir moviendo una pierna tras otra, lentamente, hasta llegar a donde reposaba el cuaderno.
Se agachó con cuidado, oyendo como se resquebrajaba el hielo. Cuando lo tuvo en sus manos, soltó un suspiro, aliviada y se giró para volver a tierra firme. Nunca le había gustado el invierno porque siempre todos sus amigos iban a patinar al lago y ella ya había tenido una mala experiencia también llamada "chapuzón invernal".
Al cabo de unos segundos, decidió que no debía seguir por el mismo camino por el que había ido. Estaba el riesgo a que se rompiera el hielo bajo sus pies, y no se sentía con ganas de repetir lo que de niña había sentido. Se fue unos pasos a su izquierda y desde ahí ya tomó dirección al chico que se había cansado de gritar y se limitaba a caminar de un lado a otro, impaciente, pateando las ramas del suelo.
Cualquiera que hubiera estado ahí podría haber visto a cámara lenta, como en las películas, cómo la zona en la que se apoyaban sus pies se hundió. En su rostro se podría ver el terror absoluto mientras las gotas de agua salpicaban su cara y ropa, que pronto estarían empapadas y arrastrándola hacia abajo, tirando de ella y de su diario como si quisieran que viera el fondo del lago.
Sentía temor. Mucho. Estaba aterrada. Los recuerdos de su infancia se agolparon en su mente y luchó por subir a flote. Con el paso de los años había ido a natación para aprender a nadar y que no le pasara lo de aquella vez de nuevo. Pero una cosa era nadar en aguas tranquilas, sabiendo que no puedes morir porque siempre hay alguien echándote un ojo, y otra es salir a flote, intentar respirar bajo un agua oscura donde no se filtra la luz, donde solo hay un hueco por el que ser libre, donde la ropa se volvía pesada y un verdadero estorbo, donde el agua parecía que te clavaba frías cuchilladas al mover un solo músculo bajo la helada agua y donde nadie podría ayudarla.
Sus pulmones empezaron a escocer y movió sus brazos desesperadamente. En una de sus manos seguía agarrando su diario, como si fuera un salvavidas desinflado que estaba ahí para ayudarla, pero que no servía para nada en ese momento.
Con mucho esfuerzo pero rápidamente, chocó su cabeza contra el frío sólido que la mentenían en una prisión. Dio torpes golpes con los puños, intentando hacer inútilmente un agujero por el que tomar aire. Pero era imposible.
Sus pulmones no aguantaron más. Sus articulaciones estaban agotadas de tanto luchar por moverse. Parecían haber pasado horas desde que se hundió pero habían sido apenas segundos. Dejó de sentir sus pies, luego sus piernas, la punta de sus dedos de las manos, los brazos, el torso y el pecho, los labios... sus ojos de cerraron por el frío. Y, por una vez en su vida, se sintió bien. No le dolía nada, simplemente no sentía el sufrimiento... era como estar anestesiada pero consciente. Se acordó de cuando tomó drogas por primera y última vez. Algo parecido sintió entonces. Pero en esos años la razón era una muerte importante, por eso sucumbió a la presión de su, por aquel entonces, mejor amiga.
Sintió cómo flotaba cerca de la superficie, notando cómo rozaba su cuerpo el hielo. Una presión la sumergió unos centímetros para luego elevarla hacia la luz que se filtraba por sus párpados cerrados.
Oyó voces distorsionadas a su alrededor. Quiso abrir los ojos para ver quién había sido el valiente que le había rescatado, pero no era capaz de hacer un solo esfuerzo. No valía la pena, se dijo, ojalá me muera aquí mismo. Ahí abajo, después de todo, no se estaba tan mal.
Sintió el contacto de algo cálido que la envolvía. Dos cuerpos la abrazaron para darla calor. Después alguien la tomó en brazos, aún envuelta en una cómoda y cálida manta. Al cabo de un rato sintió los dedos de ambos manos y pies. Con horror y decepción no notó el familiar tacto de su diario. Pensó que se lo habían tragado las bravas corrientes escondidas en las apariencias serenas que normalmente presentaba el lago.
Cuando al fin abrió los ojos, se encontró con el rostro preocupado del causante de todo. Al ver que ella había recobrado la conciencia, no se controló y la abrazó contra su pecho, sofocando a duras penas sus lloros. La miró a los ojos cansados y rojos, apoyó su frente en la de ella y sonrió con culpabilidad. Se disculpó una y otra vez, entre beso y beso. Pensaba que moriría y eso le hizo darse cuenta del tesoro que tenía entre sus brazos.
Ella solo sonrió, le perdonó de buena manera y le contestó, sincera, que haber perdido todos sus recuerdos podría significar una simple cosa.
23/04/2018 00:45
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30 días escribiendo
Short StorySon treinta palabras para treinta relatos. De todas la temáticas que puedo escribir. O al menos eso intento.