Day 17: dientes

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    Según me asomé por la ventana, el aire primaveral llenó mis pulmones y sentí una gran alegría mezclada con la inquietud por si me descubría alguno de mis señores padres. Tenía que encontrarme con Deli en la noche, cuando era más difícil que nos vieran; pero no podía aguantarme más. Necesitaba verla, abrazarla, llenarme con el sabor de sus labios y del conocimiento y aventuras de sus ojos.

Así que me acomodé mi rebeca de bordados blancos que yo misma tejí, y me senté en el alféizar de la ventana. Estaba eufórica. Mi corazón latía a mil.

《Por favor, que nadie me vea.》

Mi habitación daba al interior del patio, donde Florencia, Paco y Sara hacían su día a día. Madre y padre supuse que estaban abajo, llevando las cuentas de las ganancias y pérdidas de la cosecha de la semana. Mi hermano Fede había salido para reunirse con la dulce María y, por eso, como su ventana daba hacia el bosque, fue elegida.

—Diosa, dame fuerza. Dame suerte —murmuré mientras cogía aire y saltaba al tejadillo del almacén de la madera. Sentí el impacto de las tejas en mis pies y el dolor por un momento fue insoportable; pero me recompuse, limpié las lágrimas y volvía a sentarme con las piernas desnudas colgando. Hacía algo de viento. El vestido amarillo me azotaba suavemente las piernas mientras desechaba el pensamiento de volver atrás.

《Tienes que hacerlo. Ahora. Por Deli y por ti. Por todo lo que os une. Vamos, Isabel, ¡vamos!》

Dejé de pensar y me lancé. Caí acuclillada y la inercia me empujó hacia delante. Gracias al césped y a la postura, el aterrizaje no fue tan brusco como el anterior. Limpié la tierra de las rodillas y de las manos y empecé a correr hacia los árboles sin preocuparme por los pelos despeinados que tendría después. Uno de los perros empezó a ladrar y a él se sumó el resto de la jauría. Seguramente Paco iría después a calmarlos y a averiguar por qué tanto ajetreo. Pero no me vería huir del destino, de mis señores padres, de mi futuro ya decidido. Sería demasiado tarde.

Una vez al refugio de los troncos casi desnudos de cuyas ramas comenzaban a salir brotes verdes, me pude relajar y continué caminando y disfrutando de los sonidos del pequeño bosque. Deseaba no encontrarme con cazadores, no quería dar explicaciones y menos aún tener que volver y quedarme encerrada en casa esperando a mi prometido. Se me prohibiría ver de nuevo a Deli y eso era algo con lo que no estaba dispuesta a vivir.

Siempre que me mandaban por plantas o setas, me internaba en el bosque, aunque apenas había de las que necesitaba. Pero era un lugar placentero. El sol de mediodía se colaba entre las ramas y daba un espectáculo maravilloso de luces y sombras. Distintas aves trinaban desde sus alturas y volaban de un lugar a otro agitando las alas. ¿Podría yo algún día alejarme de todos con Deli, como hacen los pájaros cuando sientes una amenaza humana?

Un latido de corazón me dijo que sí. El siguiente que no. Poco me importó cuando por fin divisé la pradera del otro lado.

《Ella me estará esperando, seguro. Y si no, sentirá como yo la necesidad de vernos y vendrá. Irá a buscarme.》

Me alejé de la música de los árboles para sustituirlo por el murmullo de las hierbas altas de la pradera. Cada hoja y tallo verde se mecía por el aire que soplaba, igual que lo hacían mis cabellos. Me tomé un respiro para colocarme los mechones revueltos en su lugar y seguía andando.

El lugar de acordado estaba en la ladera de una colina entre un montón de hierbas aromáticas y flores. Cuando llegué, me picaban las piernas de tanto roce con las plantas. El corazón latía desbocado.

Me di cuenta de que no llevaba nada de comida cuando me sonaron, para mi vergüenza, las tripas. Y también se me pasó por la cabeza la tontería de ir ocho horas antes de lo acordado. Había sido una completa estupidez. Pero me quedé porque estaba segura que vendría.

30 días escribiendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora