Day 4: reloj

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Siempre iba mirando el reloj. No es que no pudiera quitarle los ojos de encima, si no que sentía la necesidad de saber la hora en todo momento, quería saber cuánto tardaba en realizar sus tareas, controlar su vida para entender la de los demás.

Tardaba dos minutos en levantarse de la cama, quince en desayunar, otros quince en el baño y vistiéndose; veintidos en el metro hasta su trabajo, cinco horas y tres minutos tecleando en su ordenador, media hora de descanso en el que cinco dedicaba a su café y el resto a hablar con sus compañeros. Un minuto cada tres, se lo pasaba contemplando embelesado a la mujer que le tenía encantado. Entre una hora y dos, depende del restaurante, tardaba en comer y, después, de nuevo veintidos minutos en el metro hasta su apartamento, que limpiaba minuciosamente durante horas. Cuando acababa, tenía tiempo más que suficiente para hacer lo que le apeteciera. Algunas veces iba al café a leer el periódico, otras, la visitaba fingiendo que necesitaba algo del trabajo, otras miraba las flores de la floristería y pensaba en cuáles representaría mejor su amor. Otras, simplemente, se las pasaba mirando a la nada... el cielo desde el parque, el techo viejo desde el sofá, la calle transitada por los vehículos desde la acera...

Pero siempre iba mirando su reloj, hiciera lo que hiciese.

La mujer a quien amaba le preguntó una vez, curiosa, por qué miraba tanto su muñeca. Él dijo, tranquilamente, que era una costumbre que tenía desde pequeño.

Cada vez más, ellos dos pasaban más tiempo juntos. A ambos les asignaron trabajar en el mismo grupo porque se lo pidieron a su jefa, y él, sin darse cuenta, comenzó a cronometrar en lo que ella hacía, no como un stalkeador, ni un psicópata, si no porque tenía curiosidad.

Ella, por otro lado, no se daba cuenta de ello o, si lo hacía, no daba señales de enterarse del extraño comportamiento de su compañero. Sin embargo, cada vez más se iba enamorando de él: de sus ojos, de su boca, de su cuerpo, de sus bromas sin gracia, de sus idioteces, de sus reflexiones, de cómo actuaba, de su manía por controlar el tiempo...

Fue ella quien le pidió salir.
Fue él quien la rechazó.
Fueron ambos los que se destrozaron el corazón, y no quisieron volver a intentarlo por temor a perder más tiempo.




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Siento que es de las peores mierdas que he escrito. Pero ya iba siendo hora de que me pusiera dedos al teclado, así que... voilà, un churro para los hambrientos.

30 días escribiendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora