Day 19: muerte

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    Lo que en mi cabeza no paraba de repetirse era que iba a morir.

    Tenía el presentimiento de que algo o alguien me acechaba. Era... era extraño pero real. Quizá hubiera sido por las películas que la tarde anterior había visto. Eran de espías, asesinatos y esas cosas de ciencia ficción mezclada con realismo. Era un suspense que me acababa matando.

    Y claro, no podía dejar de pensar que iba a morir.

    A lo mejor era porque estaba constipado y la moquera había afectado a mi cerebro, creando algún tipo de virus que me producía alucinaciones.

    Fui a sonarme la nariz con el pañuelo, pero me vino a la mente una escena con música incluída en la que, desde atrás, mientras me sonaba la nariz, alguien me intoxicaba con cloroformo y acababa torturado en un sótano lejos del pueblo.

    Así que no me soné la nariz y sorbí sonoramente sin pensar que podría haber llamado la atención de alguien.

    Me acomodé la bufanda alrededor de la boca. Al expirar, las gafas se me empañaron y por un momento, la niebla que ya había se volvió más densa.

    De fondo sonaba una banda sonora de suspense.

    Caminé deprisa mientras separaba las gafas de mi cara para poder limpiarlas. Al colocármelas, apareció al fondo de la calle una silueta negra. Era media tarde, pero parecía medianoche. El corazón comenzó a latir rápidamente. Necesitaba relajarme.

    No iban a matarme. No iban a matarme.

    Pero la silueta seguía acercándose.

    La niebla había hecho que todo se humedeciera. Por eso, de las extensas ramas de los árboles apostados a los lados del camino, caían gotas de forma arbitraria creando un ambiente espeluznante.

    Un perro ladraba lejos. De una casa se oía un bebé llorando. La luna brillaba en el cielo, blanca, redonda, entera.

    Era como si todo estuviera dispuesto para mi muerte.

    Estonudé y el eco se llevó el sonido. Mis pasos retumbaban en los ladrillos rosados como si estuvieran caminando varias personas a mis lados.

    Pero las únicas que veía eran mi sombra, alargada, inocente; y la silueta cada vez más cercana de la persona que iba a matarme.

    Refugié los temblores de ambas manos en los bolsillos. El calor me reconfortó de cierta manera; debajo del abrigo estaba sudando.

    Más y más cerca. El bebé llorando. Otro perro ladrando. Las gotas cayendo. Yo sudando. La niebla acechando. Y de ella salió mi verdugo.

    A través de los cristales distinguí un rostro afilado y con barba y bigote. Vestía un abrigo negro y un gorro de lana morado oscuro. O todo era oscuro, o lo parecía por las nubes y niebla. Se llevó la mano izquierda al bolsillo. Iba a sacar una pistola. Un cuchillo. Un arma. La que fuera.

    Pasó de largo.

    Mis pasos se aceleraron. Si miraba atrás le vería darse la vuelta y apuntarme con el arma negra o blanca. Y moriría, estaba claro.

    Las gotas seguían cayendo como si fuera sangre goteando.

    No oí el disparo.

    Giré la cabeza; arriesgándome; al menos así sería más noble que un asesinato por la espalda. Pero el hombre estaba girando por otra calle y se perdía en la niebla.

    —Diablos.

    Saqué la mano del bolsillo con el pañuelo. Tenía que sonarme la nariz. Un moco acuoso salía por el orificio y resultaba molesto.

    La mano seguía sudando y temblando pero conseguí limpiarme. No pensé en la fantasía del cloroformo. Las ganas de sentirme limpio superaron al miedo de morir.

    Continué caminando, con las manos en los bolsillos para que no se helaran por si tenía que pelear con alguien.

    Pasé por al lado de una cancha de baloncesto en la que unos chavales jugaban al fútbol. Debían ser pocos porque apenas se les oía gritar.

    Me permití disfrutar del ambiente unos segundos. Luego, cada sombra, cada esquina, parecía albergar un terror. No conseguía parar de mirar a todos lados. No encontraba nada amenazante. La sensación de ser observado era continua.

    Dejé atrás la cancha y me interné por la calle en la que estaba mi casa. Los pies se me estaban entumeciendo por el frío; llevaba a lo sumo veinte minutos andando y la niebla más el invierno me hacían hasta castañear los dientes incluso estando sudando bajo las capas de abrigo.

    Mis pisadas continuaban ensordeciendo mis oídos. Una de las farolas se apagó cuando pasé por su lado y me pareció escuchar una melodía de thriller en toda regla.

    Me dispuse a correr. Pero no llegué a hacerlo. ¿Todas esas 'pelis' de miedo en las que la víctima hace de ciervo asustado? Acaban muertos o perseguidos hasta la muerte. No corrí. Lo hizo mi corazón aún más.

    Cuando por fin llegué a la puerta de mi casa, seguía vivo y no sabía la razón. ¿Por qué tenían piedad? Habían tenido múltiples oportunidades. ¿Por qué no aprovecharlas?

    Saqué las llaves temblando y tardé lo suyo en acertar en la cerradura. La puerta se abrió y la cerré rápidamente. Me interné en casa con la misma dificultad que entrar al jardín. Mi gato Tortilla dormía plácidamente en el sillón ronroneando de vez en cuando. No se inmutó cuando encendí la luz y armé un escándalo cuando se me cayeron todos los abrigos de la percha. Tampoco cuando sonó mi móvil.

    —¿Diga?

    —Gilipollas, soy yo.

    Me esperaba la voz automatizada de un asesino, no la de mi hermana.

    —Ah, hola a ti también.

    —¿Estás ya en casa? Diego me dijo que te fuiste antes de que llegara la artillería pesada. ¿Te encuentras bien?

    —Estupendamente. No me apetecía nada estar toda la tarde bebiendo. Diles que lo siento de mi parte.

    —Díselo tú, no te jode. Si necesitas compañía, llámame y estoy allí en cinco minutos.

    —Gracias, 'sis'.

Pitidos de fin de llamada. Me tiré en el sofá y me eché encima a Tortilla que se acurrucó en mis brazos como si no le hubiera molestado que le despertara.

    Abrí los ojos de repente recordando que no tenía ningún amigo llamado Diego. Unos timbrazos del telefonillo me mandaron escalofríos por toda la espalda.

    —Mierda, mierda, mierda.

    Ahí supe que sí, que iba a morir.

   

    25/12/2018   1:31   Especial año nuevo 2/2

30 días escribiendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora