Day 29: libro

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—Mi mamá me dijo que debajo de la capa tenéis muchos bolsillos con muchas cosas.

La niña había conseguido que se detuviera y era incapaz de escapar de su agarre. Esbozó un sonrisa forzada.

—Tu mamá tiene razón y como llegues tarde a casa se va a enfadar mucho así que te aconsejo, pequeña, que corras sin pararte hasta que llegues. ¿Lo has entendido?

La chiquilla hizo un puchero. Sabía que la persona tenía razón. Su madre le había advertido que llegara antes de que fueran las ocho; pero ahí estaba, fascinada con un nivti, como los llamaban en esa zona.

—Pero yo quiero ver si es verdad -sus ojos transmitían una curiosidad que Kuvunja no pudo sino satisfacer.

—¿Si te doy un regalo irás directa a casa?

La cara de la criatura se iluminó, encantada.

—¡Sí, sí!

Kuvunja deslizó una mano hacia uno de los bolsillos, donde guardaba pequeñas cosas irrelevantes pero que sabía que le harían falta en algún momento. Como ese. Distinguió el tacto de las plumas de diversas aves. Unas bellotas y dos nueces. Una hoja perenne. Un pelo de una criatura que hacía siglos que se había extinguido. Y el suave tacto de la roca. Sonrió a su pesar. ¿Sería capaz de entregar su compañera de viajes a una chiquilla que debería estar en la cama? Sí, sería capaz. Era muy probable que pronto perdiera control sobre sus emociones y acciones. Tal vez en unos años, si seguía con vida, al ver la piedra o la niña volvería a entrar en razón. Y si no... ¿qué más daba? La suerte la tendría ella. Así que se la dio, mirándola a los ojos y entregando junto a ella la suerte que siempre le había acompañado. Esperaba que no tuviera que necesitarla.

—Es una piedra mágica —explicó—. Si sientes que las cosas no van como esperaban solo tienes que mirarla, respirar hondo y tranquilizarte. Así todo irá bien.

—¿Es mágica?

—Sí.

Deseó que no tuviera que explicárselo de nuevo.

—¿Y qué hace?

Se preguntó por qué los dioses le odiaban.

—Te dará suerte.

—¡Gracias!

—Ahora vete con tu familia. Y no hables con nadie hasta que llegues, ¿me oyes? Y guarda la piedra en un lugar seguro.

—Sí, sí. Gracias, elemento.

La niña salió corriendo y Kuvunja la perdió de vista después de que girara una esquina.

Se echó la capucha sobre la cabeza. Si no le hubiera visto los ojos... pero sus iris siempre llamaban la atención. Era un elementarista al fin y al cabo. El aire vivía en su ser. El agua comenzaba a sentirse como en casa y pronto la tierra abrazaría su nuevo hogar. Y quedaría el fuego.

Suspirando, dio un salto y aterrizó en el tejado de la casa más próxima. Tenía un asunto pendiente con un librero y las chimeneas eran su sitio favorito. De ambos, en realidad.

Con poco esfuerzo y al abrigo de la noche llegó a su destino. No había alma más que la suya. El resto dormía o trasnochaba en burdeles y posadas. El viento, que siempre había sido su amigo, le llevó el maullido de los gatos y el aullar de los perros. Las risas de aquella gente que se lo pasaba bien. Algunos gritos. Los alaridos berreantes de un bebé. De varios. El ulular de un búho y pisadas. En un soplido se ocultó junto a la chimenea y con un pensamiento desfiguró su rostro hasta transformarlo en Nahí, una de sus mejores recurrencias.

30 días escribiendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora