Day 10: flores

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Había pasado por lo menos una hora cuando salí de la tienda cargando con mi nueva adquisición que pronto sería regalada. O eso creía que pasaría. No estaba del todo seguro de la estupidez más tonta y cursi que iba a hacer en mi patética vida.

    —¿Son para tu novia? Me parece muy tierno —me cobró cuarenta y sentí una puñalada en el corazón. ¿Cuarenta euros por un simple ramo de flores que morirían al cabo de horas?

    Yo no era rico, eran mis padres quienes tenían el dinero. A mí me gustaba vivir de lo mío, pero eso no quitaba que a veces pidiera algo de pasta para mis propios asuntos. Y, después de todo, tenía que enamorar a Vic de alguna manera, ¿no?

    Cuando salí de la floristería, el cielo estaba encapotado, amenazando tormenta; me daría tiempo para llegar a casa y, con suerte, Pablo no estaría allí, para variar.

    Quizá fue mi impresión o que estaba paranoico o ambas o ninguna, pero sentía las miradas de todos con quienes me encontraba y me sentía incómodo llevando unas —mentí, no era un simple ramo— flores llamativas y de todos los colores que encontré y me gustaron. El proceso de fabricación del dichoso ramo no había sido fácil ni corto —ya lo he dicho, tardé como una hora o por ahí—; pero gracias a la amable dependienta alias "para-tu-novia-que-tierno", se simplificó el proceso. Ella conocía qué flores encajaban con unas, y cuales no, colores que conjuntaban o que se verían feísimos. Y yo quería lo mejor para mi Vic. Corrijo, para mi-no-todavía Vic.

    Definitivamente había cambiado. Digamos que había... evolucionado. Sí, como los Pokemon a los que estaba enganchadísimo cuando era un chaval.

    Llegué al portal de mi apartamento con el ramo intacto, no mojado y dejando atrás la cantidad considerable de gente que me miraba extraño.

    ¿Es que ahora se mostraba amor mediante corazones en los mensajes de texto o qué cojones?

    Me consideraban extraño, lo sabía. Yo mismo me llamaba raro. Pero nadie tenía los huevos suficientes para decírmelo a la cara.

    La suerte se me acabó cuando se me cayeron las llaves al suelo y a punto estuvieron de colarse por la rendija que colaba el agua si no fuera porque una mano lo impidió. No creas que fue cosa del destino o que Vic estaba ahí. ¡Oh, encuentros románticos con los que sueñan las chicas! Fue mi propia mano la que detuvo las putas llaves y la que desencadenó una serie de desastres mínimos, pero desastres.

    Primero se me salió —no sé cómo— una de las rosas y cayó al suelo. Como el ramo era jodidamente voluminoso aunque no pesado, tuve que esperar a recuperar mis llaves para después rescatar a la pobre rosa. Pero como soy torpe por nacimiento, resbalé con el agua que todavía no había caído del cielo y las flores de los huevos se esparcieron por la acera, aunque no demasiado, por suerte. Para colmo, cuando fui acuclillado a volver a ordenarlas, un chucho empezó a olfatear y babear las que quedaban más lejos de mí. La dueña del engendro se disculpó pero no se dignó a pagarme ni un céntimo que me debería por culpa de su animal.

    Pero eso no fue todo, como podrías suponer.

    Hacía un par de horas, le envié un mensaje a Vic para quedar. No era una cita oficial. Para él, al menos. Para mí era la oportunidad perfecta. Quedaría como un idiota entregando un ramo a otro chico en medio de una cafetería corriente... donde estudio todos me conocen, pero eso no quiere decir que fuera de la institución fuera una celebridad. Volviendo al asunto, al entrar en casa y asegurarme de que mi interesado compañero de piso no estaba follando o pajeándose como era usual, entré para ver si mi querida mascota me había respondido y resultó que su respuesta fue esta:

    《Lo siento Raúl, tengo cosas que estudiar. Quizá otro día? :)》

    Inspiré profundo y expiré varias veces para tranquilizarme. Me negaba a dejar las flores —ahora chapuzeras, pero flores al fin y al cabo— a la vista para cuando mi compañero llegase. Si hay otra cosa que me pone de los nervios a parte de Vic, son las preguntas que no quiero responder. Así que busqué su número en contactos y marqué.

30 días escribiendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora