Con una rabia que yo desconocía, arrancaste nuestras fotos del tablón; tanto en las que aparecíamos como las que habíamos tomado de los paisajes. De un manotazo mandaste todos los lápices, bolígrafos y pinturas, junto con un montón de cuadernos gastados y sin estrenar, al suelo. De tus preciosos ojos manaban lágrimas que, sin duda alguna, yo había provocado.
Lo siento.
Te desahogaste gritando a pleno pulmón, describiéndome con malas palabras al viento. Me lo merezco. Tus padres se asomaron a tu habitación con preocupación, y te encontraron deshecha en el suelo, con la cara desencajada, rodeada de papeles y otros utensilios que antes poblaban tu mesa, nuestro escritorio, el mueble de madera oscura donde habíamos escrito tantas historias: tú, en letras y dibujos; yo, en letras y partituras; y, juntos, una pequeña y maravillosa historia.
Perdón.
Ojalá pudiera estar a tu lado, envolverte en mis brazos y hacerte sentir a salvo. Pero no estoy, y no sé si quieres o no que vuelva. Éramos tan felices juntos que lamento haberme alejado tanto que jamás volveremos a vernos. Porque sí, tú has roto todas nuestras fotos e historias, pero yo rompí todas nuestras esperanzas. Y no sabes cuánto lo lamento. Eres —eras— mi mejor amiga, mi compañera de aventuras, la persona más importante para mí.
Y lo fastidié todo.
Me fui con otras compañías y la pifié. Me perdiste y es por mi culpa. No supe escucharte... tus advertencias, tus consejos, tus argumentos en contra de ellos... y morí. Morí por cómo era. No soy quién solía ser y me culpo de ello. Aún sigo queriéndote, de verdad. Y sé que tú también por cómo destrozas tu mesa, mi refugio, nuestros sueños y fantasías. Me odias por quererte y te odias por amarme. Si todo fuera más fácil; si pudieras matarme y olvidarte definitivamente de mí... lo harías, ¿verdad?
No me cabe la menor duda de que lo harías. Una patada a nuestro cajón de los secretos fue tu respuesta.
Yo también quiero que desaparezcas de mi atormentada mente. No haces más que ocupar mis pensamientos, un día sí y otro también. ¡Y las noches! Por el día puedo distraerme con otras cosas y personas pero por la noche, cuando tengo que dejar de pensar, desconectar para poder dormir, no paras de aparecer en mi cabeza, en mis sueños, en mis pesadillas.
Tu cara de furia espantó a tus padres cuando la vieron. Caminaste dando pisotones hacia la cocina y cogiste el mechero que robábamos, para fumar a escondidas, de ese mismo cajón en la estantería superior de la derecha. El escritorio con nuestras frases talladas en la fuerte y resistente madera, salió volando por el balcón cuando lo empujaste a través de él. Y después lo quemaste. Prendiste con nuestros secretos nuestros sueños. Lo viste arder. El humo subió verticalmente hacia las nubes y se camuflaron con ellas. Tosiste, ahogándote en las mentiras que nos contamos. Tus padres no se atrevieron a aparecer en la masacre. La madera se redujo a cenizas y esbozaste una sonrisa triste. Y, cuando pensé que jamás me verías, posaste tus lacrimosos ojos desconsolados en los míos atormentados.
—¿Vienes? —te pregunté, sin apenas voz y tendiéndote la mano sin esperanzas de que aceptaras.
Pero tus dedos se juntaron con los míos e iniciamos una aventura como esas que escribíamos en letras, trazos y notas.
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30 días escribiendo
Short StorySon treinta palabras para treinta relatos. De todas la temáticas que puedo escribir. O al menos eso intento.