— Caminé hacia el pequeño cuerpo que descansaba sin agonía en el suelo de la casa, sobre una alfombra que en sus tiempos debió de ser preciosa y hasta elegante, dándole un toque sofisticado al abstracto salón. ¿Por qué abstracto? Los cojines eran todos dispares y no combinaban ni con las cortinas rosas de flores blancas, ni con las maderas de los muebles —unos de madera clara y otros de madera oscura—. Había cuadros descoloridos y llenos de polvo colgando de las paredes y todos ellos mostraban temática variada sin seguir ningún patrón. Incluso estaban pintados con distintos estilos. Por los enormes ventanales cubiertos con las cortinas rosas, entra una débil luz a pesar de que era bien entrada la tarde; seguramente era por la suciedad acumulada en los cristales. Se oía el viento susurrar cuando soplaba débilmente, pues provenía de un agujero en la puerta de madera por la que yo había entrado, situada en lo que en sus tiempos fue una cocina hogareña.
El cuerpo de la niña reposaba, como he dicho antes, sobre la alfombra vieja y roída, quizá por los ratones. Lo que no me cuadraba era por qué los roedores no habían aprovechado la carne caliente del cuerpo y en cambio había roído hilos.
Te digo lo que vi y lo que oí. Lo que sentí fue la vida arrebatada de los salones. Las habitaciones de arriba —donde supuse que estaban— estarían igual que el salón donde me encontraba. Alguien había entrado en la pequeña mansión y asesinado a la inocente niña. Lo que pudiera haber pasado con el resto de la familia me es desconocido. Ignoro la suerte que corrieron, si fuera buena me alegro, si ha sido mala... tampoco les conocía así que no puedo decir que lo siento.
El caso es que me agaché junto a la niña y no puedo expresar qué sentí en el momento en el que examiné su rostro. Fue sobrecogedor. Ella sonreía y tenía la mirada puesta en una lámpara simple que ya puestos no desentonaba en la decoración. Una de sus manos estaba sobre su estómago, justo donde había más sangre seca y putrefacta por lo que deduje que ahí estaba la herida. La otra estaba sobre su pecho izquierdo pero sospecho que alguien la puso ahí después... no sé, después de que muriera o cuando estaba agonizando. Las piernas estiradas de manera natural... no sé si me entiendes: a lo largo, con la punta de los pies mirando hacia arriba. Había una mesita de madera con adornos de personas en diferentes posiciones, no me detuve a examinarla con minuciosidad solo lo suficiente como para cerciorarme de que no había sangre ni nada más sospechoso.
Ya, ya dejo de enrollarme con tanta descripción, lo siento, detective.
Le cerré los ojos porque me aterrorizaba esa mirada que no soy capaz de describir ni con palabras ni con sentimientos ni con dibujos. Y después creo que me quedé mirándola sin saber qué hacer ni a quién llamar... estuve como una estatua durante bastante tiempo; no sabría decir durante cuánto. Luego ya reaccioné y os llamé.
—¿Y ya está? ¿No pasó nada después? Hay algo que no nos está contando.
—Mire, salí al exterior por la puerta de la cocina para tener mejor cobertura y realizar el aviso. Cuando volví la niña no estaba. Les digo lo que pasó.
—Y no sintió miedo. No le aterroriza saber que quizá era...
—¿Un espíritu maligno que ha poseído el cadáver de una niña inocente? ¿Un mítico personaje que atrae personas para luego asesinarlas? Por favor, ¿por quién me toma usted? Yo no creo en cosas sobrenaturales. ¿Esto es todo?
—No. Hay algo más. Supuso que arriba estaban las habitaciones. ¿Lo supuso o realmente subió?
—Cuando vi que había desaparecido, me sorprendí, claro, ¿cómo ha podido un muerto desaparecer? Es una pregunta que también me hago, detective, pero no me corresponde a mí dar con la respuesta. Así que busqué alguna huella de alguien más que se la puso llevar. Claro que subí al piso superior. No había nada raro. Me refiero a algo más raro que abajo. Los muebles seguían sin encajar y estaba todo lleno de polvo. Se quedaron mis huellas en el suelo, lo cual lamento. Si no hubiera subido no me habrían acusado.
—Continúe.
—Arriba no había ningún ruido. Quizá uno si contamos mis pisadas en los tablones de madera. La oscuridad era menor que abajo. Las ventanas estaban sucias, también, y todo, como he dicho antes, lleno de polvo y viejo. Pero estaba limpio. Me di cuenta de que era una casa en la que la familia se esmeraba en tener una vida acomodada. Todo estaba limpio dentro de lo que cabe. No se les puede culpar del polvo y del tiempo. No me mire así, detective, me pide descripciones y yo se las doy. No, no había nadie ahí y nadie había pasado desde hacía mucho tiempo.
—Sigo pensando que nos oculta algo.
—Me pregunto qué sería.
—Nos mantendremos en contacto. Si sabemos algo más se lo haremos saber. Gracias, puede irse.
—Me place haber ayudado en algo.
Aunque en algo sí ha tenido razón, detective: le oculto algo. Le ocultamos algo. Antes de llamar y realizar todo lo que he dicho que pasó después, le devolví la vida a esa pequeña niña. Me contó que su madre le había suministrado un jugo que sabía a caramelo y que la adormeció. Luego la vio coger el atizador del fuego y la apuñaló. Con cuidado la dejó morir en paz en la alfombra donde había jugado con sus muñecas de trapo. Y que les había visto salir cargados con bolsas hacia el viejo coche color lata. "¿Por qué te hizo eso?", le había preguntado. "Porque me temen", repondió, "le quemé el pelo a mi hermana y murió en el jardín. Se llevó con ella los dos naranjos y el limonero del que mamá estaba tan orgullosa. A papá le robé los ahorros para comprarme más muñecas y me descubrieron. A mi hermano le destrocé los cochecitos lanzándolos a la pared varias veces." "¿Y a tu mamá? ¿Qué le hiciste a ella? ¿Por qué cargó ella con la carga de tu muerte?" La niña había sonreído con la mirada triste perdida en la lejanía. "Eso no puedo decírselo."
Y entonces ella se largó al piso de arriba a cambiarse la ropa. Tuve la precaución de pisar justo donde sus pequeñas huellas estaban. Mis pies las ocultaban a la perfección. Esperé a que se cambiara y luego la guie a nuestro refugio donde más como ella nos esperaban.
Eso pensé mientras salía de comisaría bajo la mirada desconfiada de cientos de policías.
11 agosto 2018
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30 días escribiendo
Short StorySon treinta palabras para treinta relatos. De todas la temáticas que puedo escribir. O al menos eso intento.