Day 9: mascota

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Tomé la última calada y presioné el cigarrillo contra el cenicero para apagarlo. Había pasado un momento a solas tranquilo y sin que nadie me molestara. Adoro la noche y más con tabaco en los labios... para quemar los sentimientos de culpabilidad que siempre me atormentaban.

    Entré y cerré la puerta del balcón tras de mí. En seguida volví a oir los gemidos sin control de mi compañero de piso y de su lío de una noche. No sé por qué sigue con su cabezonería de tener sexo con mujeres; sabe tan bien como yo lo que es. Yo soy igual; pero, al contrario que Pablo, yo lo admito. Y me da igual lo que piensen de mí. ¿Qué me pueden hacer de todas maneras? Muchos me temen y con razón. Y quienes se atreven a enfrentarme acaban mal. Muy mal.

    Pero Pablo... él se refugia en mí. Intenta que no se note pero yo lo sé. No sé siquiera si es mi amigo o soy su instrumento para conseguir lo que quiere. A veces estoy un poco ciego.

    Una llamada a mi móvil me saca de los pensamientos.

    —¿Sí? —contesté.

    —Eh... ¿Raúl?

    Así que al fin se atrevió a llamarme el maricón de Vic.

    —¿Qué quieres?

    —Me dijiste que... que te llamara cuando tuviera eh... un hueco libre.

    Su voz temblorosa me saca de las casillas. ¿Es que no puede hablar como un macho lo haría? ¡Y dejarse dominar!

    —Me alegra que me hayas obedecido, mascota —digo con voz neutral mientras me siento en el sofá de piel del salón. De fondo sigo oyendo los suspiros de placer. Espero que tarden lo suyo así no me interrumpirán.

    —¿Por qué... por qué querías que te llamara?

    Podía adivinar que estaba sonrojado. Esas pequeñas y adorables mejillas con las que a veces pensaba.

    —Un poco de diversión.

    Sus ojos pardos poniéndose blancos por la ironía que pocas veces deja salir.

    —Deja de molestar, por favor —murmuró.

    —¿Qué has dicho? —le piqué sin amenaza aparente en mi tono de voz.

    —No, no, nada. ¿Yo? Nada nada. ¿Por qué?

    —¿Estás solo en tu casa?

    —Eh... estoy esperando en el cine.

    ¿Por qué me hablaba susurrando? Me estresaba que lo hiciera. Nadie iba a oír nuestra conversación. Tampoco es que yo fuera un general al que hay que tratar con respeto... pero Vic era una criatura que sin duda se saltaba muchas excepciones. Y por eso me gustaba meterme en su vida.

    —¿Vas solo?

    —No veo cómo puede importarte si voy o n-

    —¿Y qué si me importas? ¡Importa! ¿Y qué si me importa? Tenemos un trato y yo cumplo mi parte.

    —Puedes anularlo.

    —Lo firmaste.

    —Quémalo.

    —No.

    —Por favor.

    —No.

    —Y te haré un último favor.

    —Te repito que no.

    —¿Y por qué no?

30 días escribiendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora