Capítulo 8 (Alesh)

242 15 2
                                    

Todo está oscuro, silencioso. No percibo ni un sonido, ni una imagen. Tampoco puedo moverme; por mucho que ordene a mis brazos y piernas que lo hagan, no reaccionan. Fuerzo mis ojos para que se cierres (forcejeando con mis párpados) y los mantengo cerrados un poco. Vuelvo a abrirlos.

Estoy mirando un techo de madera oscura, con una bombilla cegándome la vista. Compruebo que ahora si me puedo mover y me tapo los ojos con la mano derecha. Noto el cuerpo muy pesado, como si estuviera hecho de plomo puro, pero consigo levantarme.

Observo aterrorizado el techo y las paredes de color caoba, el parqué de un tono más claro y las puertas de madera de roble pintadas completamente de blanco. Este es el pasillo de la casa de mis padres.

Vuelvo a notar el cuerpo pesado y me apoyo en la pared con una mano mientras que con la otra me sujeto la cabeza. Ésta no puede ser la casa de mis padres; esa maldita casa se incendió con toda mi familia dentro (incluido yo).

Pero, ¿Qué hago aquí entonces? ¿Será un sueño? Bueno, lo más probable es que si lo sea.

Empiezo a caminar y llego a las dos primeras puertas, me detengo. ¿Debería ver que hay dentro? Supongo que no pasará nada por echar un vistazo a mi antiguo hogar...

Pongo una mano en la puerta de la derecha, que era la de mi hermana mayor. Giro el pomo y empujo la puerta que cruje ante la fuerza.

Nunca he estado tan equivocado.

EL cuerpo de mi hermana en el suelo, degollado. Su cabeza con su melena rubia y brillante descansa en la esquina de la habitación hasta la que ha rodado. Y mi padre... Nunca olvidaré lo que hizo mi padre con ella.

Mi padre está encima del cuerpo de la adolescente desnuda, tocándole los ensangrentados pechos y violando el cadáver.

Cierro la puerta golpeándola con fuerza, recordando lo mismo que pasó cuando tenía seis años. Quiero vomitar, salir de ese horrible lugar, pero no puedo; ahora mi cuerpo reacciona sólo y está empujando la puerta de la habitación de mi hermano mayor.

El asco me invade al ver su cuerpo. Tiene el estómago completamente abierto y destrozado. En el suelo reposan sus brazos y piernas amputados, sobre el enorme charco de sangre que brota del cuerpo colgado. Lo peor es verle, ahorcado con su propio intestino y mirando con las cuencas vacías y sin los ojos que mi padre le arrancó.

Mi cuerpo vuelve a cerrar la puerta. Se que habitación toca ahora. ¡No quiero verla! ¡NO QUIERO!

Forcejeo contra mi mismo, pero no logro impedir abrir la puerta.

La escopeta suena nada más abrirse completamente la puerta. El cerebro de mi madre salpica los muebles y el espejo en el que veo al niño de seis años que una vez fui. Su cuerpo cae al suelo y la escopeta golpea el parqué, quedándose a un lado de mi madre.

Vuelvo a cerrar la puerta.

Recobro el control de mi cuerpo y empiezo a vomitar. Me apoyo de espaldas en la pared y me siento. Abrazo mis piernas y empiezo a llorar. Exactamente los mismo que pasó a mis seis años, exactamente lo mismo...

No quería recordar nada de esto, pues eran cosas que había enterrado muy dentro de mí y, aún así, me causaron muchos problemas en el orfanato al que me mandaros. Me sentía culpable de la muerte de mi familia, ya que pensaba que podía haberlo evitado.

Las lágrimas de dolor caen por mis mejillas, haciéndome recordar la decisión que tuve que tomar. Una decisión que casi acaba con mi vida.

Me levanto, me seco las lágrimas y me dirijo a la última puerta, que era mi habitación. Apoyo la mano y giro el pomo. Empujo la puerta.

Veo el cuerpecito de un niño de seis años, con cara muy asustada y llorando descontroladamente. Tiene las mejillas enrojecidas y las cuencas de los ojos irritadas debido a limpiarse tanto las lágrimas.

La habitación es muy infantil; posters de súper

héroes, dibujos por toda la pared... En una esquina está una cama pequeña con las mantas y las sábanas revueltas.

En el centro de la habitación hay una montaña de peluches. El niño sostiene una caja de cerillas mientras observa como arderá toda la casa y... Toda su familia.

Su expresión se endurece, se vuelve rígida y estricta. Con decisión saca una cerilla de la caja, la frota contra el lado y la tira a la montaña de peluches.

Cierro la puerta.

No quiero seguir en este maldito lugar, quiero irme de una ves. Prefiero vivir a dos metros sobre la superficie que estar en esta mierda de casa.

Cierro los ojos para tranquilizarme y respiro hondo.

Vuelvo a abrirlos y veo como los soldados me sacan de entre los escombros.

La plaga ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora