Capítulo 5 (Alesh)

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Me despierto, con un fuerte dolor de cabeza. Estoy en una cama de una persona, sin la máscara, con el traje azul oscuro puesto y en una habitación con las paredes pintadas de amarillo. La cama está pegada a una esquina de la pared y, al lado de ésta, hay una pequeña mesita con una lámpara y mi máscara. En la pared que está a los pies de la cama hay un armario y a su lado una estantería con un televisor. En la pared de la derecha hay una puerta de color marrón.

Me levanto despacio, frotándome el lugar donde recibí el impacto, y me dirijo a la puerta. Pego la oreja a ella, para escuchar lo que hay al otro lado. Parece que está todo en silencio. Vuelvo a la mesita, cojo la máscara y regreso a la puerta.

Un momento, ¿Y mi fusil?

Lo busco por toda la habitación, pero no está por ningún lugar. Quienquiera que me haya traído a este lugar, debe de haber dejado el fusil en la calle o lo ha guardado.

Pongo la mano sobre el pomo de la puerta, giro con cuidado para no hacer ruido y cuando llega al tope, empujo con la otra mano.

Una mesa redonda de madera se sitúa dentro de la cocina, varias sillas la rodean. La encimera de mármol está llena de platos.

Una chica de pelo y ojos oscuros me mira desde una de las sillas. Es alta y esbelta, lleva una camisa azul, unos pantalones vaqueros con partes raídas y unas botas negras. Se sorprende al verme con la máscara y se levanta.

-¿Qué hacer con la máscara puesta?- Me pregunta. Su voz es suave y cautivadora.

-¿Quién demonios eres tú?- Le digo yo; no se dónde estoy.

-¿Yo? Jennifer, ¿Y tú?- cada vez que ella habla noto una presión en el pecho.

-Yo... Alesh. ¿Dónde estamos? ¿Qué ha pasado? No recuerdo nada.-Lo último que recuerdo es el grupo con las armas y máscaras de mis compañeros y yo a punto de dispararle a alguien

-Bueno, esto es mi casa. Llevas tres días durmiendo así que supongo que tendrás hambre.-Se acerca al frigorífico y saca de él un plato de arroz. Tiene razón, tengo muchísima hambre.

-Y quítate la máscara, a tres pisos de altura no te pasará nada.- Me lo dice como si fuera un hecho o algo obvio, cosa que a mí me sorprende. Pero aún así confío en ella, si fuera mentira ya estaría muerta.

-¿Y cómo es eso posible? ¿Saber el virus que hay en el air...?-No me deja terminar.

-Si, sé lo del virus, pero es tan denso que no llega a subir más de dos metros. No hay por qué preocuparse.- Pone el plato en la mesa con un cubierto y me lo acerca.

-Adelante, siéntate.- Me dice con mucha amabilidad; parece que no le molesta mi presencia.

Yo me siento despacio y me pongo a remover el arroz con el tenedor.

-No está envenenado, come de una vez.- Me dice; me recuerda a mi madre cuando era pequeño, solo que mi madre se suicidó cuando yo tenía seis años.

Empiezo a comer. Está frío, pero es algo que llevarme a la boca.

-¿Que ha pasado en estos tres días?- Le pregunto mientras trago el arroz.

-Bueno. Esa enfermedad tan rara se extendió por toda la ciudad. No sé hasta donde ha llegado, pero tampoco me importa. El caso es que, los tres tíos a los que le reventaste la cabeza no están muertos. Por si no lo sabías, mi padre trabajaba en el Centro de Investigación experimentando con cadáveres. Buscaban revivir a los muertos, y lo han conseguido. Esos tres tíos son el resultado de una mezcla de proteínas que sustituyó un porcentaje de su sangre.

-¿Tu padre es el Doctor Clark?- Le pregunto, a pesar de no querer ser portador de malas noticias, si es su hija tiene que saber que está muerto.

-Sí, ¿por qué lo preguntas?-Me mira con cara de preocupación.

-He estado en el edificio de investigación. Su despacho estaba en la última planta, cuando entré estaba muerto y había uno de esos tíos.- Se palidece. Pone una mueca de dolor, como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. No deja de mirarme en ningún momento.

-Esto es lo que he podido salvar, es lo que estaba escribiendo antes de morir.-Meto la mano en mi bolsillo y saco el USB. Lo pongo encima de la mesa. Veo que no lo coge, así que lo vuelvo a guardar.

-Gracias...Supongo...- Me dice. A pesar de no conocerla de nada, algo en mi interior me impulsa a consolarla, pero puedo reprimirme.

-Bueno...Te seguiré explicando. Refirámonos a ellos de alguna manera, por que es seguro de que no son humanos.- Su mirada me sugiere a proponer algo.

-¿Que tal ''portadores''? Así es como tu padre les llama en los documentos que guarde en ese USB por que dice que son ellos los causantes de la enfermedad.-No se me ocurre que más decir.

-Me parece bien.-Asiente.-Bueno, esos ''portadores'' son muy extraños. Uno de ellos tardó sólo cinco minutos en regenerar su cabeza. El otro tardó media hora y el último una hora. Los he estado vigilando; ahora caminan por las calles como si nada, parece que la epidemia no les afecta lo más mínimo.

Después están las personas; las calles están llenas de cadáveres que parecen derretidos, es todo asqueroso.-

-¿Y los helicópteros?- pregunto.

-Son helicópteros Rusos. Están en las afueras de la ciudad pegándose tiros con los chinos. Siempre se escuchan explosiones desde aquí. También se pasean por ahí con tanques, disparando a edificios al azar. Eso es todo lo que sé.- Termina.

-Bueno,¿ Y ahora que hacemos? No se si confiar o no en ti.- La miro directamente a los ojos. La luz del sol que entra por la ventada se refleja en sus globos oculares, aclarando el oscuro marrón. Nunca he estado enamorado, y sólo espero que ahora me esté confundiendo a mi mismo.

-No podemos quedarnos aquí mucho más, no me queda mucha comida y no es seguro con esos rusos disparando por diversión. Propongo ir hacia el norte, llegaríamos a otra ciudad que puede ser más segura, pero el viaje caminando sería de una semana.- Su mirada en sí, hace la pregunta por sí sola ‘‘¿Vienes o no?''.

-Es una buena idea. Déjame pensarme un poco si confiar o no en ti.- Aunque en realidad sí que quiero ir con ella, no puedo confiar tan a la ligera en las personas, y menos en la situación en la que estamos.

-Bueno, creo que no me pasará nada por ir contigo, ¿Verdad?- Mi tono suena idiota a pesar de que no quiero que suene así.

-No. Soy de fiar.- Me sonríe entrecerrando los ojos. Maldita sea, ¿Por qué es tan guapa? Seguramente sólo será eso, es guapa y nada más.

-¿Te parece bien si salimos mañana al amanecer? Quiero descansar un poco, no he dormido prácticamente en tres días.-

-Por mi genial, no hay problema.-

Me doy cuenta de que me he terminado el plato de arroz sin darme cuenta. Me levanto de la silla, cojo el plato y el tenedor y los dejo con los demás.

-Por cierto Alesh, no hay agua, cortaron el suministro ayer.- dice entornando la puerta de la habitación. No llega a cerrarla del todo.

Con el silencio que hay en el piso, la respiración de Jennifer se escucha desde la puerta. Estoy observando como duerme por el hueco de la puerta entreabierta. Cada vez que se gira en la cama pienso que se levantará para darme una bofetada y me aparto hacia atrás. Cualquiera diría que soy un pervertido, pero me da igual. Realmente no he hablado con ninguna mujer desde que entré en la academia militar, por eso, ahora que estoy delante de una, me sorprende la forma tan distinta a la que nos comportamos los hombres.

Creo que es suficiente, así que me siento de nuevo en la silla en la que estaba sentado y miro la ventana por la que se está poniendo el sol.

Mierda, creo que me he enamorado y ni siquiera la conozco.

La plaga ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora