Capítulo 26

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Los gritos de los soldados inundan el callejón. Las voces y órdenes en un idioma que parece francés hacen que los hombres comiencen a aporrear puertas y a forzarlas.

— Vámonos de aquí, puede que entren —. dice Sam despegando la oreja de la puerta.

Nos adentramos en el oscuro pasillo. Las paredes están desgastadas por la humedad y algunas partes tienen colgados marcos sin foto alguna. Cada cierta distancia hay una pequeña ventana, que se alterna con los marcos creando una serie. Por ellas entra una débil luz, que no alumbra poco más de medio metro.

Doy un brinco cuando la puerta de detrás nuestro recibe un fuerte golpe. Sam corre hacia la otra y yo le sigo. Gira el pomo y empuja. Pasamos los dos y la cierra rápidamente, justo cuando los soldados consiguen abrir la entrada y la madera golpea fuertemente contra la pared. Sam se lleva el dedo a la máscara u pone el dedo índice verticalmente en la zona de la boca.

Escuchamos discutir a algunos soldados. Los gritos entre ellos hacen que se unan otros más a la discusión. Empiezan a sonar golpes y exclamaciones. Después de un rato, todo se calma y los hombres se alejan discutiendo. Cuando casi no se escuchan las voces de los hombres, abrimos la puerta azul y caminamos despacio hacia la blanca, abierta de par en par.

Sam me indica que me quede donde estoy. Él se inclina hacia el callejón y comprueba que no hay nadie. Me hace un gesto para que salgamos, pero algo me mantiene quieta donde estoy.

Salgo corriendo hacia la puerta azul. La abro y subo las escaleras que vi cuando nos escondimos. Sam me sigue intentando no perderme de vista. Llego al piso de arriba y me escondo detrás de unas cajas cuando veo a la mujer.

La habitación, con algunas cajas amontonadas en las esquinas y las escaleras separadas por unos barrotes, está iluminada por unas cuantas velas que dejan ver la escena que sucede encima del colchón tirado en el suelo. Una chica joven tiene puesta una pintoresca máscara plateada que le cubre la cara. El antifaz tiene forma de alas, que se sujetan en sus orejas y le tapa los ojos y parte de la nariz. Está completamente desnuda, de pie encima del colchón. Frente a ella, atada, está una pequeña niña de unos tres años. La pequeña tiene los pies atados a un palo grueso de madera, con las piernas separadas, y exactamente lo mismo con las manos. La niña cuelga de una cuerda enganchada al palo que le sostiene los pies, y se tambalea en el aire, llorando.

La chica golpea a la pequeña con una especie de tela oscura. La niña grita y llora, agitándose violentamente suspendida en el aire. La piel de la chiquilla se enrojece y salen algunos cortes.

Distingo una pequeña luz parpadeando al lado del colchón, encima de un trípode. ¿Encima están grabando esto? No pensaba que existiera gente asi, coño.

Es repugnante.
"—Lo es. "

"—¿Que cojones quieres ahora?"
" —¿Yo? No quiero nada. Tan sólo me aburría.

"—Pues no me toques los ovarios, tengo que impedir que esto siga asi."

Agarro con fuerza el garrote de hierro mientras salgo corriendo de detrás de las cajas. Sam suelta un grito desde las escaleras. Llego hasta el colchón e incrusto el garrote en el cráneo de la chica antes de darle tiempo a reaccionar. Después, le doy otro golpe a la cámara, que cae al suelo destrozada junto al trípode.

—¡MALDITA SEA JENNIFER, VÁMONOS DE AQUÍ DE UNA VEZ! —grita saliendo de las escaleras.

El cuerpo de Sam cae al suelo, inerte. Un pequeño hilillo de sangre sale de su cabeza. Los cristales de su máscara se parten y se esparcen por el suelo.

—¡SAM!

Antes de que pueda acercarme a su cuerpo, ya hay tres soldados apuntándome a mi y observando cómo la niña grita suspendida en el aire.

La plaga ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora