11.EL INFIERNO

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A veces creemos que lo que nos pasa es lo peor, y olvidamos que existen cosas peores en el mundo.

Mi infierno era el cielo comparado con el infierno que vivía Virginia al lado de Martín, pero por aquel entonces ni yo ni nadie éramos capaces de verlo o quizás Virginia nunca nos dejó verlo.

Aquella noche en el servicio de aquel bar de copas al que solíamos ir después de las clases, Bea vio por el reflejo del espejo los moratones que habían dejado unos dedos sobre las nalgas de Virginia.

-Vaya con la mosquita muerta, ahora resulta que le gusta el sado...

Virginia palideció, no dijo nada, ni afirmó ni desmintió nada tan solo callo y desvió la atención y nos siguió el juego.

Cuando empezaron los celos, apenas llevaban meses saliendo, eran dos niños. Ella pensaba que era porque la quería, era lo típico ¿no? Sentir celos, como si fuera necesario sentir celos para tener el cariño y el amor de alguien. A veces solemos ser ingenias las personas, y pensamos que deben maltratarnos para que puedan querernos más.

Virginia, se mantuvo en silencio años, después de los celos llegaron los insultos y los desprecios y buscó un psicólogo, pero no porque se sintiera maltratada, por aquel entonces no era consciente de lo que estaba pasando, sino más bien porque necesitaba que alguien pudiese hacerla sentir menos triste, menos avergonzada...

Cuando aquella tarde Martín le golpeo porque la cena estaba fría, ella sintió que merecía los golpes, incluso lo disculpó por lo que hacía, pero tenía sentido que volviera a hacerlo por cualquier motivo y sin ninguna razón...

Y yo me pregunto ¿existe razón para maltratar a una persona?

Da igual si eres hombre o mujer, nadie en este mundo o cualquier otro que exista tiene derecho ni legal ni divino para maltratar o golpear.

Virginia lo ocultaba, era alegre con todo el mundo y jamás comentó nada anormal de Martín. Con el tiempo empiezas a ver todo aquello que no ves, y las piezas del juego encajan.

Conocíamos a Martín desde el colegio, un chico normal, de una familia bien acomodada con unos modales ejemplares.... Todo lo hacía que pudiese guardar ese ogro en el que se convertía al llegar a casa. Virginia debía pedir permiso para salir con nosotras, incluso mentía sobre lo que había tomado con nosotras. Tenía prohibido tomar alcohol. Cuando las clases de salsa empezaron alargarse y tomábamos más de una copa para olvidar todo, Virginia empezó a llegar casa más tarde y un poco más achispada que de costumbre. Al principio Martín no lo notaba, o estaba acostado durmiendo cuando esta llegaba o simplemente no estaba.

Los días que no estaba, Virginia debía de llamarlo cada media hora, en todo momento localizable. Una noche Virginia tras el tercer brindi que hicimos celebrando lo vida, le colgó la llamada y apagó su móvil. Y el ogro salió y fue visible por primera vez para todos...


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