Capítulo 14 Todas las preguntas del mundo.

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Para cuando regrese, ella estaba sentada a un lado del hoyo que había hecho tratando de encender la leña frotando dos piedras.

Me reí pero de inmediato me cubrí la boca. En mi bolsillo del pantalón tenía los fósforos.

Encendí uno, me acerqué y lo deje caer. Él fuego comenzó a consumir la leña poco a poco.

Ella me miró mientras me sentaba frente al fuego. Puse mis manos cerca de las brasas y esperé a que el calor me llegara.
Estuve así un buen tiempo, no sé en realidad cuanto, pero de pronto Denisse habló.

—En teoría usted aun trabaja conmigo— levanté la vista hacia ella, —eso quiere decir que debe seguir respondiendo mis preguntas ya que, si por alguna razón vuelvo a Maine algún día...querré publicar mi libro.

No podía durar demasiado tiempo callada, ¿Cierto?.

—Bien— dije. —Se merece que le conteste una pregunta...

—Me merezco todas las preguntas del mundo después de lo que me hizo— me reí, ella solamente sonrió. —No tiene idea de lo mucho que odio su risa burlona.

—Es que usted es muy graciosa, Doctora Hokin.

Nos miramos a los ojos y reímos por unos segundos hasta que una brisa de aire helado la hizo estremecer.
Se abrazó a sí misma.

—¿Cuánto tiempo debería pasar en prisión?.

—No es por presumir pero tengo más de una cadena perpetua, doctora Hokin.

No me gustaba responder estas preguntas.
En estos siete años no había hablado con nadie sobre mí; todos en la cárcel me tenían miedo y la única persona con la que algunas veces cruzaba palabras sin terminar golpeándolo era al oficial Ívon. Claro que el que no lo hiciera no significa que no quisiera hacerlo.

—Revisé su expediente y los delitos comienzan hace más de siete años.

—De los que consiguieron culparme si— puse los codos sobre mis rodillas. –Le dije que comencé en esto desde muy joven, incluso antes del bachillerato.

—Lo sé; a lo que me refiero es que eso significa que estuvo muchos años escapando de la policía. Lo arrestaron un par de veces por vender armas pero después de que lo comenzaron a culpar por asesinato jamás puso en pie de regreso en una comisaría.

Buenos y malos recuerdos de esa época venían a mi memoria.
El dinero, el poder, mi madre feliz por no tener que preocuparse por pagar las cuentas, mi nueva novia, mi auto...
Pero también las noches frías corriendo a toda velocidad con un policía persiguiéndome, los tiroteos, las muertes, cuando mi madre supo de donde vino ese dinero que le daba, cuando secuestraron a mi novia...

—¿Señor, Tucker?— su voz me sacó de las tristes calles de Maine y me regresaron al bosque.

—¿Si?— hice como que jamás me hubiera sumergido en esos recuerdos.

—¿Cómo lo arrestaron después de tanto tiempo?— me reí a causa de esa pregunta.

—Esos detectives y oficiales de porquería no me atraparon jamás. Yo me entregue, doctora.

Su rostro era de confusión total. No se esperaba esa respuesta claramente y era porque en los papeles de la policía dice que ellos me atraparon. Una mentira de la policía para que Maine se sintiera a salvo con sus autoridades que podían atrapar a cualquiera. No dirían jamás que fui yo quien me entregue.

—¿Por qué hizo eso?— preguntó.

Recordaba perfectamente ese día y no son recuerdos que me guste revivir.
No me entregue porque quisiera estar encerrado, lo hice por necesidad.

—Un arranque de estupidez solamente. Más o menos como los que usted tiene a cada rato— la evadí.

En realidad era mucho más complicado que eso.
Me levanté para avivar el fuego y ella no me quitó los ojos de encima.

—Noto que usa la agresión y el humor para evadir mis preguntas cuando lo incomodan.

Me quede serio.

3Como odio a los psicólogos— susurré para que no me escuchara. —No trate de meterse en mi cabeza, ¿De acuerdo?.

—Oh, no se preocupe. Es un lugar oscuro y bajo donde no quiero aventurarme, sólo lo analizo— esperó a que volviera a sentarme. —Cuénteme porqué se entregó, señor Tucker.

Suspiré.

—Pues...necesitaba respuestas.

—¿Respuestas?— asentí.

—Y las personas que podían dármelas estaban encerrados en ese agujero lleno de pitufos con catana. Era obvio que no podía darles una visita.

—¿Qué clase de respuestas necesitaba de un grupo de reos que fue tan importante como para meterse en la cárcel?.

—No soy idiota. Investigue cuales eran los oficiales que estaban de custodios y claramente iba a escaparme después de obtener mis respuestas. No planeaba quedarme mucho tiempo. Pero no contemplé al novato y resulto ser que Ívon llegaba a trabajar esa misma semana en el penal, por culpa de ese imbécil me quedé siete años encerrado.

Ella sonrió, seguramente por la imagen de su novio el policía.

—¿Qué ocurrió con Jared?.

—Pues para mi mala suerte era un transferido de otra ciudad y no conocía mi fama, por lo cual no me tuvo miedo al llegar y tuvo el descaro de ponerse a la par conmigo.

—Es por eso que le resulto tan irritante algunas veces— su rostro se iluminó.

—No solo algunas veces, ¿Sabe?.

—¡No! Esto lo digo en serio. Acabo de resolver el enigma que encierra toda su agresividad.

—¿Quién es? ¿Robert Langdon?

—Las personas que no le temen logran controlarlo— dijo.

—Eso es la tontería más grande que...

—Usted odia que lo controlen, por eso odia a Jared.

—Hay muchas razones por las que lo odio pero esa no es...

—¡Y yo lo irrito porque cuando le hago preguntas no le temo!.

Mejor me quedé callado. No iba a dejar hablar ya que estaba tan emocionada como si hubiera descubierto el código Da Vinci.

Se levantó del suelo y corrió al auto.

—No lo puedo creer. ¡Necesito algo donde hacer mis notas!.

De cierta manera me hacía gracia verla recorrer el auto de arriba a abajo buscando papel y lápiz, a veces cojeando por sus pies lastimados.
Pero me negaba a aceptar que esa era la razón por la que me irritaban las personas.

Al final de la noche yo estaba acostado en el suelo en un saco de dormir mientras que la doctora Hokin estaba durmiendo en su lugar en el auto envuelta en otro saco de dormir abrazada al cuaderno que había encontrado y donde escribió sus descubrimientos sobre mí.

Me tome el tiempo para observarla bien. Sus parpados cerrados y sus pestañas largas, sus labios y su nariz.
Ya casi había desaparecido por completo el maquillaje, pero aun podía recordar la apariencia del labial rojo intenso en su boca.

Me pregunto si ella guardará tantos secretos como yo y si estará dispuesta a dejar que yo haga el mismo número de preguntas que me hace a mí.

Ahí te liberaré...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora