Capítulo 36 Brazo de hierro.

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Esa noche estuve un buen rato vagando por las calles solitarias de la ciudad buscando un lugar donde quedarme que fuer barato y no tan deplorable.
Por suerte Las Vegas era la ciudad con más hoteles de todo el país.

El taxista me había regresado el dinero extra que le había dado por lo mal que seguramente me veía, así que tenía algo de dinero para sobrevivir unos días hasta que supiera que carajo hacer con mi vida.

—Entonces me dejó en un hotel en la frontera de Colorado y Nevada a mi suerte.

—¿Me das las chispas que no quieres?— me dijo la niña que me escuchaba hablar mientras comíamos un pastelito cada una.

Miré a mi plato y me di cuenta de que había estado arrancando todas las chispas de mi pastelito.
Las arrastré hacia ella por la mesa.

—Todas tuyas, amiga.

—Bebe,— me pasó su malteada —el chocolate siempre me hace sentir mejor.

—Necesito algo mucho más fuerte— me metí el sorbete en los labios.

De pronto una de las meseras comenzó a caminar muy rápido por todo el lugar gritando la palabra hija muy nerviosa.

—Aquí, mami— respondió calmada la niña frente a mi sentada.

—¡Me asustaste! Te dije que no te movieras de la cocina.

—Es que ella se veía sola aquí y decidí acompañarla— me señaló. —Es la mujer que dijiste que parecía descalabrada.

—Dije desequilibrada, amor— le acarició el cabello a su hija pero después se dio cuenta de que podía escucharla. —Eh, quiero decir que así se dice correctamente. Yo...

—Oh, no se preocupe. Estoy muy consciente de que me falta equilibrio— le di otro sorbo a la malteada de mi pequeña terapeuta.

—Estaba por decirme algo más cuando una persona en el lugar gritó que guardáramos silencio.

—¡Tienen más noticias!.

Subieron el volumen de la TV local y yo quedé paralizada.

—...el taxista dice haberla dejado en Las Vegas hace un par de día sin poder darse cuenta de que era ella hasta que estuvo lejos. Cuando regresó por ella, la Doctora no estaba. Le recordamos a la población de Nevada los números de emergencia en caso de verla en algún lado. Está desorientada y con una herida en el hombro causada por el mismo hombre que la abandonó...

Maldito taxista traidor.

—El oficial Ívon, su pareja, se encuentra realmente preocupado por su paradero. Sabe que ese hombre es capaz de hacer cualquier cosa para salvarse a él mismo. Incluso dispararle a la pobre Doctora Hokin.

Maldito Jared mentiroso.
¿Fue capaz de mentirle de nuevo a la prensa para hacer quedar mal a Ryan?. Seguramente ni siquiera les dijo que nos encontramos de nuevo en la carretera.

—Se sabe que está sumida en un trauma por la experiencia peligrosa y que confunde a sus salvadores con quienes quieren dañarla. Tal fue el caso del incidente en Ohio...

Muy bien, ya fueron muy lejos.
Malinterpretan mi herida en el hombro pero no se dan cuenta de que si escapé de Jared era porque quería quedarme con Ryan.

Las personas a mi alrededor se volvieron locas. Me reconocieron y llamaron a la policía a pesar de las muchas veces que les dije que no lo hicieran.
Traté de salir de la cafetería pero se interpusieron en mi camino. Claro, eso es lo que pasa cuando te declaran mentalmente incompetente en televisión abierta.

—Por favor, les juro que sé lo que hago. Yo no quiero ir con la policía, estoy libre...

—Estás asustada, cuando ellos te lleven a casa vas a estar bien— dijo una señora mayor de edad en el fondo.

—¿No me escucha, anciana? ¡No quiero ir con ellos!— me sorprendí a mí misma diciéndole de esa manera, pero no me arrepentí. —Dejen que me vaya.

—No vamos a volverla a perder, Doc...

—¡No...!— bajé un poco el volumen de mi reclamo, —...me llame Doctora.

Todos me miraron y la mesera abrazó fuertemente a su hija. Debía pesar que estaba loca pero era de esa manera que Ryan me decía y ahora odiaba el seudónimo.

—Escuche, mi cabeza está algo revuelta en estos momentos pero no soy incompetente, solo acabo de pasar por una ruptura amorosa dramática. El que llaman delincuente me liberó porque me quiere a salvo.

—¡Habla sin coherencia...!

Suspiré cansada y me cubrí la cara con ambas manos.
Tenía que salir de ahí pronto.

Sentí un tirón suave en mi ropa y cuando miré hacia abajo para ver que era me di cuenta de que era la pequeña hija de la mesera.

—¿Qué pasa, nene?— dije tratando de sonar calmada y sin tantos temblores.

—Necesitas un abrazo. Ven— extendió los brazos hacia arriba tratando de alcanzarme.

Si que lo necesitaba, pero ese abrazo tenía algo oculto. Por como hablábamos antes de que llegara su madre en la mesa esa niña era demasiado madura como para hacer esas proposiciones, o mejor dicho afirmaciones, en estos momentos.
Ella quería decirme algo.

Me arrodillé y dejé que me abrazara. Escondió su pequeño rostro en mi cabello pegando su mejilla suave con la mía y susurró tan bajo que hubiera sido imposible escucharla sin estar a milímetros de ella.

—Abriré la puerta trasera. Ve al baño. Actúa.

Y fue todo. Se separó de mí y me acaricio la mejilla sonriendo.

—Gracias, me siento mejor— dije mirándola a los ojos.

Ella asintió y se alejó hacia su madre. ¡Era una niña genio!.

La observé decirle a la mesera que iría al baño y después desaparecer dando saltitos por el pasillo que conducía a los sanitarios sin dar sospechas de nada.

Ahora me quedaba mi parte.

—Tienen razón— me dejé caer en la silla. —Lo lamento, es que he pasado por tanto.

Algunos asintieron, otros hablaron afirmativamente.

—Ya no sé qué es bueno y que no...Solo quiero estar en un lugar seguro— me acomodé el cabello. —¿Saben a qué hora llegarán los oficiales? Espero que me envíen rápidamente a Maine...

—Están por llegar, los llamamos hacen un rato.

No era lo que quería escuchar. No debí preguntarlo, ahora estaba nerviosa.

—Está bien, creo que iré a refrescarme un poco— me levanté y fui hacia el baño también.

Cuando dejé de estar a la vista de ellos, comenzaron a hablar y yo a correr.
En el pasillo oscuro choqué de frente con la pequeña.

—¡Auch!— dijo y volvió a tirar de mí hacia abajo. —Por esa puerta puedes salir, lleva a la parte de atrás.

Señaló una puerta por la que entraba un rayo de luz y me llené de emoción.

—Gracias, no sabes cuánto...

—¡Debes correr! ¡Nada de gracias o los policías te van a atrapar aquí!.

Me levanté del suelo y corrí hasta la puerta después de despeinar el cabello de la niña como una despedida muy corta.

No sabía a donde iría después de salir de aquí, pero lo principal era alejarme de este punto.
Tenía esperanza de poder salir corriendo...pero apenas di un paso afuera un brazo fuerte como el hierro me bloqueó la salida.

—No tiene que correr a buscarnos, ya estamos aquí—dijo el enorme policía.

Ahí te liberaré...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora