El desenfrenado Ethan.

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(En multimedia: Ethan)

El temblor como resultado del pánico que me invadía en este momento, era casi inmovilizante. Mis brazos y piernas parecían no querer hacerle caso a las órdenes directas de mi cerebro y en cambio solo lograban entumecerse; estaba totalmente presa del miedo. Las lágrimas brotaban solas y caían por mis mejillas, las sentía tan intensamente que casi quemaban. Con una mano logré tapar mi boca para evitar los ruidosos sollozos. Cualquier movimiento que yo hiciera, cualquier sonido emitido por mi garganta o hasta un parpadeo, podían ser, en este momento, los culpables de delatar mi escondite.

Si me descubrían... estaba muerta.

Intenté calmar mi respiración al ver entre el pequeño espacio de las cercas de madera hacía la calle nocturna y desolada, para notar que no había ni siquiera un asomo de persona o ser viviente. Estaba sola y desconocía en este momento el paradero de Alex. Al menos los arbustos del patio delantero de la casa en la que me encontraba cubrían un poco mi cuerpo, escondiéndome a simple vista.

Logré tragar saliva y asentir con la cabeza, como dándome permiso a mí misma de moverme de ahí. Correría. Correría y no vería atrás como él me dijo. En este punto era posible que Alex estuviera muerto. Ese pensamiento en mi cabeza era casi tan tortuoso como los ruidos de los disparos que por poco logramos esquivar. Nunca había tenido un arma apuntando directamente entre el espacio de mis ojos. Nunca había sentido como alguien se llevaba el que iba a ser probablemente el último soplo de mi vida y jamás le había temido tanto a unos ojos claros como los del sanguinario de Ethan. La imagen de él apuntándome con su Sig Sauer se repetía una y otra vez en mi cabeza impidiéndome casi por completo ver las flores que rodeaban la inmensa casa blanca que se encontraba justo frente a mí.

Pero no podía terminar como Alex; así que haría exactamente lo mismo que me pidió en el segundo que le dispararon a la bombilla.

Correr.

Me armé del valor suficiente para gatear fuera de los arbustos y observar temerosa a ambos lados, asegurándome de no ver a ninguno de los colegas de Ethan. Caminé rápidamente hacía el árbol que se encontraba junto a la entrada del patio y le rogué a Dios tomando respiraciones profundas.

Y lo hice.

El ardor en mis piernas era indescriptible y el dolor en mi mejilla aun punzante. Corría como si no hubiera un mañana, y es que de no hacerlo, no lo habría. Veía el rostro de Alex frente a mí, iluminado por las farolas naranjas de la calle que volaban a mis costados para dejarlas atrás. Repetía en mi mente ese instante en el que probablemente pudieron haber acabado con él.

Con mi Alex. Con mi novio. Con la única razón de mantenerme en pie y de ser feliz los últimos meses. Ahora no había nada. Solo el sonido del gatillo.

Me acerqué lo más que pude, creía casi llegar a él.

Un poco más, resiste. Aguanta la falta de oxígeno en tu pecho, el ardor en tus ojos y el dolor de tu corazón. Ya casi llegaba, solo un poco.

Un auto apareció de la nada por la izquierda y de no ser por el pitazo que pegó el conductor con la bocina me hubiera atropellado. Me detuve para que siguiera su camino y cuando logré entender lo ocurrido seguí los faroles traseros de ese vehículo esperanzada.

-¡Espere!- grité rogándole, pero no se detuvo.- ¡Por favor, necesito ayuda!

Me detuve para retomar la respiración y el auto se volvió cada vez más pequeño hasta que desapareció en un cruce.

Me apoyé en mis rodillas recuperándome y limpié mi rostro. Debía conseguir ayuda. Decidida a tocar en la primera puerta de cualquier casa que viera, me enderecé y miré una de color negro en el hogar a mi derecha. No llegué a dar el primer paso por que un brazo me acorraló tomándome del estómago y con el otro tapando mi boca.

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