Rubís, tan rojos como la sangre o el vino. Un color tan intenso...
Solo podía pensar en los ojos de ese chico, eran de un color tan pasional. Pensaba en el dragón, y en que el muy cabrón no le había dicho su nombre.
Desde la ventana del cuarto se podía ver la montaña. Al verla recordó lo de los territorios, nunca nadie le había explicado eso, pero era bastante crucial.
Su curiosidad hacía que la chica se pasara horas sentada en la ventana, contemplando las nubes pasar. Intentaba sin resultados buscar al rubio ceniza desde su ventana. Obviamente no se vería desde esa distancia, pero quería verlo, quería tener más conversaciones con él, quería conocerlo, quería ser su amiga.
Ciertamente era una miedosa cobarde, pero era terca y curiosa, y eso superaba su miedo, por lo que guardó un par de cosas en una bolsa y se encaminó a la montaña, esta vez con una brújula. La cumbre de la montaña estaba toda hacia el sur en línea recta, eso la ayudaría.
Sin preámbulos, salió por la ventana y se dirigió a la montaña siguiendo la brújula. Llevaba andando solo una hora, y en ese tiempo ya había llegado al árbol en donde ató al rubio. ¿Cómo es que tardaron tanto en volver ayer?
En ese mismo árbol se acomodó y empezó a leer un libro que había traído, el tiempo pasaba y el rubio no aparecía, ya casi era la hora de comer cuando oyó ruidos en el arbusto de ayer. Seiza no cayó en la cuenta de qué podría ser el rubio de ayer, por lo que golpeó a la cosa o persona que estuviera haciendo ruido, esta vez con el libro de las mil y una noches. Trasto que hacía más daño que la sartén.
La de ojos claros vio como había vuelto a dejar al mismo rubio de ayer inconsciente, ésta vez el chico llevaba una capa roja con pelos blancos en la parte alta de la prenda. Tembló al pensar que cuando despertara la mataría sin preámbulos ¿Por qué a ella?
Lo volvió a atar en el árbol de ayer, de la misma forma, y cuando despertó volvieron a discutir.
–¿QUÉ MIERDAS HACES AQUÍ?
–No hace falta gritar...– Comentó la chica.– Si no me matas te suelto.– Sonrió amable. Pero la muy... No se acordaba que podía explotar las cuerdas.– O también puedes hacer eso jaja...
–¿Qué mierdas haces aquí?– Preguntó otra vez, con un tono más suave, pero a la vez más amenazante. El chico había saltado encima de ella, quedando ambos tumbados en el pasto, el rubio encima de la albina.
–Q-quería... Ayer no me dijiste tu nombre...– Sonrojada miró hacia otra parte. El chico se levantó y se sentó a su lado.
–Eres una perra curiosa. ¿Seguro no te perdiste hasta aquí otra vez?
–Segurísimo.– Dijo ella orgullosa. Había sido todo un logro para ella el haber llegado hasta allí sin perderse. Nadie le iba a quitar ese logro.
–No te creo.– Solo la conocía de una tarde y ya conocía su súper sentido de la orientación.– Te perdiste otra vez.
–¡Que no! Vine porque quería agradecerte... Y saber al menos tu nombre.– Sus mejillas y orejas se encontraban rojas de la vergüenza.
–¿Mi nombre? ¿Para qué?
–Porque a partir de ahora quiero ser tu amiga.– Contestó sincera sintiendo cada vez más vergüenza.
–Katsuki.– Respondió después de un rato el rubio. Éste mismo se levantó y se dirigió al arbusto de antes y de allí sacó un jabalí ya muerto.
–¿Lo has cazado tú?– No la soportaba, por mucho que intentara ser paciente con ella le preguntaba cosas obvias.– ¡Eres muy fuerte! ¡Increíble!– Se le iluminaron los ojos de lo increíble que era.– Lo has cazado sin armas ¡Debes de ser muy fuerte!– Se sonrojó de la emoción. Bueno, igual no estaba tan mal soportarla.
–¡Cállate!– exclamó sonrojado hasta las orejas.
–¿Por qué?
–Solo hazlo.
–¿Lo vas a cocinar?- no callaría, claro que no. El chico asintió- ¡Te ayudo! ¿Qué hago?- Katsuki dudó si mandarla a por leña o no. Seguro se perdía...
–Quédate aquí y espera.–Dijo como si fuera la más normal del mundo.
–¡Claro que no!– le salía una vena hinchada de la frente.-¿Voy por leña?
–Haz lo que quieras.– Dijo como si fuera una cosa superflua. Pero la verdad, temía que la chica se perdiera y que por culpa de eso no pudiera cocinar, pues no habría leña.
La chica asintió energética y se adentró en los árboles que rodeaban el descampado en donde estaban.Katsuki ya había creado un soporte con madera y un círculo de piedras que harían de barrera para el fuego. A los 10 minutos llegó Seiza con bastantes ramas y una gran sonrisa, era el día de suerte de la chica. No se había perdido ni una sola vez en lo que llevaba de día.
–Has tardado.– Dijo cuando la chica dejó un buen montón de ramas al lado del círculo de piedras.
–Pesaban.– Contestó sonriente. El chico le analizó con la mirada, su vestido estaba roto a más no poder, tenía raspones por todas partes y estaba riendo como desquiciada.
–¿Se puede saber que demonios has hecho?– preguntó al verla en ese estado.
–Coger leña.– Contestó como si fuera lo más normal.–¿Qué sino?
–Y de dónde mierdas has sacado la leña?– Ya se estaba desquiciando.
–De los árboles.
–...
–...
–¿Qué clase de estúpida eres?
–¿Eh?
Siguieron discutiendo un rato, el rubio le intentaba explicar a la albina que la leña se recogía del suelo y no se arrancaba directamente de los árboles.
Al rato la comida ya estaba hecha, el rubio arrancó un trozo de carne y se lo extendió a la chica.
–Eh...– No sabía bien por donde cogerlo, siempre había comido con cubiertos.
–Una cosa tan simple...–Susurró para si mismo, iba a ser difícil tratar con alguien de esa clase.– Por el hueso.– la chica se sonrojó y asintió. Dudaba si pegarle o no un mordisco, pero al ver al rubio comerse la carne en cuestión de bocados no dudó en imitarlo. Le resultó divertido.