–¿Nii-san?– Preguntó la chica abriendo la puerta de la habitación de su hermano. Hoy era un día nevado y necesitaba que le prestara su abrigo para subir a la montaña. Le sudaba si era un abrigo de hombre y si eso estaba mal visto en esa época.
–Está en el armario.–Susurró tirado en la cama. Él se pasaba la vida así.
La chica agarró el abrigo, cada vez era más de su talla. Se lo puso y después de dar una linda vuelta de 180° salió del cuarto de su hermano, agarró su bolsa con su brújula y fue a la montaña.
Estaba todo blanco, un hermoso blanco.
Al llegar a la cima, no había nadie, había llegado primera. Los días que ella llegaba primera solía leer un libro o dibujar un rato, sino, escribía su propia historia.
Es interrumpida de sus pensamientos por una bola de nieve estampada en su cara.–Esto es la guerra.– Refunfuña la chica mientras se levanta y empieza a tirarle bolas de nieve al ceniza, éste lanza más y con más fuerza, le da igual ser dado por una bola, sigue lanzando sin siquiera apuntar y gritando un "Shineeeeee" por cada bola.
En poco tiempo la chica queda enterrada entre la nieve a causa de los constantes "ataques" del rubio ceniza..
.
.Adivinen quien está empotrada a la cama con un resfriado de mil demonios.
La súper nena.
Estaba más que claro que hoy no iba a ir a la montaña a ver al rubio. Ya se sentía bastante mareada en la cama, no quería saber lo que pasaría si camina montaña arriba y para colmo con su súper sentido de la orientación. Aparte, mañana era domingo, más le valía estar recuperada para el día de mañana.
Todos los domingos todas las chicas de su edad iban al palacio a dar "honor a la familia". Puras patrañas. Sólo iba allí ha hablar con todas las nobles de su edad y los estúpidos príncipes. Como odiaba a todos, al que más al estúpido padre, Endeavor, o como demonios se dijese.
El odio hacia el rey cada domingo aumentaba más. ¿Por qué? Bueno, eso se explica fácil y rápido.
No hay que ser científica para darse cuenta de que ese hombre lo único que quiere es que su hijo menor encuentre una mujer para tener un niño y así compartan quirks.
Que asco de hombre.
Oh, y el hijo tampoco se salvaba de su odio. Ella lo veía tan arrogante, tan sumiso, tan orgulloso. Sólo era un muñeco a manos de ese gigante que tiene como padre.
Le molestaba que fuera así ese "principijo". Ella era una mujer en esa sociedad. El machismo sólo la ponía en el puesto de "cásate con el más rico y ten herencia". Ah claro, y el famoso "honra a tu familia".
Por ella que no se honre ni a la vaca.
–Ya estás refunfuñando otra vez.– Dice el pelinegro acercándose a ella y sentándose en la cama de su hermana. Ese maldito ojeroso era el segundo de tres hombres que ella soportaba.
1- Izuku.
2-Shota, su hermano.
3-Rubia histérica.
Ahí se acaba la lista. No podía ver en pintura a su padre, ni a su madre. Los odiaba a muerte. Ese no era ningún secreto y eso lo sabía hasta el vecino, y le importaba comino y medio.
–Lo siento.– Dice la chica bajando la mirada.
–Ya, claro. Lo vas a seguir haciendo igual ¿verdad?– La chica le responde con una sonrisa inocente haciendo suspirar pesadamente al mayor.–Sólo venía a ver si estabas bien. Y lo estás. Adiós.– La chica se despidió sonriente con un gesto de mano. Su hermano era así de seco. Pero le conocía y respetaba.
La chica suspiró pesadamente, dejó su libro de lado, estaba harta de el. Cansada de todas esas falsas aventuras que el libro le proporcionaba, de toda esa fantasía donde todos los personajes protagonistas eran héroes. Ni una sola mujer montaba un dragón, ni cruzaba el océano, ni salvaba pueblos, ni era pirata, ni bandida, ni nada. Sólo era una figura que servía para impulsar al protagonista.
Sólo servía para que el libro acabara con un "vivieron felices y comieron perdices".
Que ganas de darle el libro a la rubia para que lo explotase.
Volvió a suspirar por enésima vez y giró su vista hacia la ventana para mirar el paisaje nevado, la cosa es que se encontró a un rubio con cara de pocos amigos.
–¿Q-qué?– La chica lo miró sorprendida, no esperaba encontrarse allí al señor explosiones.–¿K-Katsu-
–Cállate, perra de mierda.– La chica instantáneamente cerro la boca mordiéndose los labios, aun con los ojos bien abiertos. El chico se encontraba con una cara de pocos amigos y de cuclillas sobre el marco de la puerta. La tensión era palpable, pero no tardo en disiparse por el estornudo de la chica.
–Lo siento.– Se disculpó mientras se sonaba los mocos. El chico se concentró en la piel de su amiga, normalmente no era tan pálida como lo estaba ahora, ni tenía ojeras, ni esas mejillas rosas al igual que la nariz. – Siento no haber ido hoy.– Se volvió a disculpar sacando de sus pensamientos al de ojos rubí. Aun así, éste se queso callado sin saber que decir o hacer. Obviamente no le iba a culpar por no haber ido, menos con su maldita orientación y encima enferma.
-¿Estás enferma?- preguntó lo obvio queriendo sacar un tema de conversación. La albina rió ante eso. Estaba claro, el rubio ceniza odiaba eso. Siempre que quería sacar un ta de conversación normal la chica reía.
–Ayer me constipé.– Dijo después de reír. Sin embargo no quieto su pequeña sonrisa.– Gracias por venir.– Sonrió más ampliamente y a ojo cerrado. El chico suspiró y sin decir nada entró totalmente en la estancia y se puso a curiosear.
Le resultaba gracioso ver como su habitación la podía describir.
Habían muchos libros desparramados por aquí y por allá, dibujos de paisajes, un escritorio con hojas escritas, también con una pluma y un tintero.
Las paredes eran de un color que reflejaba la inocencia, un azul casi tan claro como sus ojos.
–¿Quieres hacer algo?– Preguntó la chica cuando el rubio dejó de curiosear. El de ojos rubí se giró hacia ella y empezó a caminar hacia la misma con una sonrisa algo traviesa, pero a la vez algo indescriptible para la de ojos de cristal.