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Arrastrado por una inconcebible curiosidad y con la poca señal que tenía en mi móvil para captar conexión, busqué la dirección de la emisora radial que tenía a la locutora con la voz más sensual del mundo.

Mi impulsividad, en este caso, me desconcertaba.

Acostumbrado a dejarme llevar por mis pálpitos, incluso a sabiendas de las graves consecuencias que podía obtener, no me rendía hasta lograr lo cometido.

Esta vez, algo me decía que era inútil viajar hasta Benson, en plena madrugada y en busca de...¿qué? De ¿quién?

Una noche de plática y varias horas de escucharla alimentaban un entusiasmo típico de colegial con las hormonas en plena actividad. ¿Cómo abordar a una muchacha sin que se tomara como un acoso? ¿La invitaría a desayunar, al menos o todo dependía de mi estúpido prejuicio masculino de descartar o no a una mujer porque no me pareciese atractiva?

Yo tenía cierta reputación que proteger y sobre todo, mantenerme al margen de cualquier escándalo. Bastante con que la muchachita nieta del viejo del rifle vendría a casa de mi padre a intentar seducirme...

A poco de las siete de la mañana aparqué en una playa con piso de concreto, donde sólo había una camioneta que dejaba mucho que desear. La tormenta era intensa, empañando el parabrisas y las ventanillas.

Sintonizando el programa de esta muchacha durante el viaje pude disfrutar de su voz acaramelada y repleta de enigma hasta que dijo adiós y me despedí hasta que la viese, en pocos minutos más.

El corazón extrañamente me bombeaba más de lo habitual. Observando mi corto cabello en el espejo retrovisor sonreí de lado al notar que la lluvia despeinaría cualquier intento por mantenerme prolijo.

Apoyando la cabeza en el asiento, con la barbilla levemente inclinada hacia atrás, la somnolencia de la noche en vela y las jornadas de agotador trabajo en Tombstone me jugaron una mala pasada.

Un ruido sordo despertó mis sentidos; el único vehículo del estacionamiento rugía tratando de arrancar.

Fue entonces cuando invadido por el espíritu de mi padre, mecánico de profesión, bajé esbozando un "la sangre pesa", dispuesto a empaparme y ayudar al dueño de esa hermosura de cuatro ruedas sometida al injusto ahogo del que sospeché era un recalentamiento de radiador.

A medida que avancé, lento pero firme, descubrí a quién protestaba y maldecía por su mala suerte; por mi ubicación y el aguacero no me había sido posible divisar en primera instancia quién acababa de bajar los brazos e ir hacia la parte delantera de esa camioneta.

─¿¡Pero...qué!? ─la joven morena, voluptuosa y y desalineada, por cierto, llevó la mano a su pecho. La había asustado.

─Veo que estás en problemas ─dije inspirando profundo, con la nariz goteando y sorprendido por ver a una mujer a esas horas y luchando con una camioneta que la hacía lucir pequeña a pesar de su robusta contextura física.

Ella se movió de lado al momento que le hice un ademán para que me permitiese ver qué le ocurría a su camioneta; mi dictamen fue determinante: problemas de radiador, refrigerante diseminado...y un día de mil demonios que la tendría viendo cómo ir a su casa o adonde tuviese que ir.

─¿Eres de por aquí? ─se abrazó a sí misma con inocencia, remarcando la línea que dividía sus senos. Tragué con disimulo y miré hacia el motor, evitando entusiasmarme de más.

Esa muchacha no era el prototipo de mujer que yo solía frecuentar; ni siquiera Marlene se le parecía. Pómulos altos, ojos almendrados y un atrapante lunar en su mejilla, la convertían en alguien llamativa a pesar de su poco interés en su vestimenta.

Sintonizados: el latir de tu voz - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora