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Sin otro objetivo que divertirme un rato en esa calurosa noche de insomnio, telefoneé a la emisora de Benson, dispuesto a aceptar el desafío propuesto a la locutora de generosas curvas y enorme sonrisa.

Unas pocas palabras entre nosotros reavivaron esa extraña necesidad de saber de ella.

Sin consultar a Tony me zambullí en un trato claramente desventajoso; yo intentaba mantenerme en el anonimato y para la discográfica me encontraba en una suerte de retiro espiritual por la muerte de mi padre componiendo canciones para un nuevo disco.

Todo al revés de lo propuesto.

Sin embargo, antes de colgar, sentí la imperiosa necesidad de escuchar ese tema que mi mamá tanto le agradaba cantar a dúo cuando mi padre estaba de buen humor. Sentimentalismo, la cercanía de los recuerdos que albergaba esta casa y la distancia hacia mis afectos, hicieron de ese pedido radial una quimera.

Recostándome en la silla como cada noche, en el cobertizo, empuñé una botella y sacié mi calor y mi oído con las estrofas de esa canción tan nostálgica y vigente aun después de varios años.

El de Johnny y June había sido un amor convulsionado, repleto de idas y vueltas y muy doloroso...como el de mis progenitores.

Inmerso en un confuso sentimentalismo, pensé mil veces en llamar a mi madre; era de madrugada, sólo conseguiría ponerla en alerta. Desistiendo, ingresé a la casa que poco a poco veía mejoras.

¿Cuál sería su valor de mercado? ¿Alguien la compraría? ¿La demolerían? Muchos cuestionamientos para una sola respuesta posible: no me importaba el costo mientras me la quitaran de encima.

Rebusqué la tarjeta con los datos del padre de Daisy Duck y esbocé una sonrisa al recordar sus pocos tapujos al momento de seducirme; dejarla que lo haga solo me traería graves dolores de cabeza.

Aprovechando la fresca del inicio del amanecer puse la vieja pero funcional lavadora a marchar. Sábanas, manteles y cortinados color gris, parecían tomar color tras el paso del agua por cada uno de ellos. Si pretendía mostrar una casa en condiciones y con una buena posibilidad de venta, pues la limpieza era una de las condiciones importantes a tener en cuenta.

Extendiendo todo en las largas sogas, para el mediodía y con suerte, estaría todo seco. La suave brisa matinal y el sol de las primeras horas harían su trabajo.

Hacendoso y sin haber dormido ni cinco minutos, delineé una breve lista de productos a conseguir en el mercado. No podía continuar comiendo chatarra o arroz; que estuviese retirado por unos meses no significaba echarme al abandono alimenticio.

Lo cierto es que no tenía idea el tiempo que permanecería aquí, alejado del mundo, de mi madre y de los productores que exigían responsabilidad contractual. Me propuse, pues, comenzar a tocar mi guitarra esta noche y escribir al menos unas estrofas que los dejara conformes y a Tony, menos presionado.

Echando cerrojo, un perfume muy familiar inundó mis fosas nasales tras de mí antes de comenzar con próxima mi rutina: comprar algo de mercadería y algunos instrumentos de gimnasia para montar una suerte de sitio aeróbico dentro de la casa.

─En Benson nadie entra a una casa ajena ─la rubia de voz aflautada se movía de un lado al otro, meneando todas sus curvas ─, excepto que el dueño así lo permita, claro está.

─Estoy acostumbrado a la ciudad. A no confiar en nadie.

─¿No confiarías en mí? ─sus pestañas se batieron fingiendo inocencia.

Giré rolando mis ojos, ignorando la carga sexual que ella le imprimía a cada una de sus palabras y movimientos. Había que admitir que era persuasiva. Yendo hacia mi coche, la chica me siguió los metros que me distanciaban de él.

Sintonizados: el latir de tu voz - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora