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La alarma sonó indicando que eran las tres de la tarde; con July en casa de su amiga Birdy, extendí mis brazos, me desperecé y agradecí esas fantásticas horas de descanso profundo.

Puse a hervir agua y armé la mesa para almorzar unos fideos con mucho queso. Adoraba el queso cuando se fundía en la pasta. Organicé mi material de estudio y disfruté estar en pantuflas, con un pantalón de franela desgastado y una remera holgada negra con la palabra "bitch" en blanco.

Nada más lejos que eso.

Mi vida no se caracterizaba por el libertinaje y el libre albedrío; por el contrario, siempre había sido la remilgada niña de la casa, la menor de tres hermanas y más aplicada en las tareas escolares.

Tímida, acomplejada por mi cuerpo desde pequeña, era un desastre en materia masculina: siempre me enamoraba de quien no debía, ya sea porque me ignoraba o porque estaba comprometido con alguna otra chica.

O, simplemente, porque me querían como amiga, tal como lo hacía Dylan.

Creciendo con la esperanza del príncipe azul, entre historias de hadas madrinas y muchachos perfectos, en mi adolescencia las cosas eran diametralmente opuestas. En los boliches a los cuales asistía gracias a la insistencia de mis hermanas Lisa y Annette, mellizas con dos años más que yo, era la hormiga a la que nadie miraba.

Oculta tras mis gafas, vestida de negro para disimular mis caderas anchas y mis pechos prominentes, me movía al compás de alguna canción de moda, tarareando las estrofas y jugando a ser sensual...en vano.

─¿Qué hace una niña como tú perdida por aquí? ─la voz de un muchacho más alto que yo y muy delgado resonó en torno a mi oído una de esas noches en las que yo intentaba corromper mi adolescencia. Llevé la mano a mi pecho, emocionada. Alguien acababa de registrar que yo era algo más que un manchón negro en medio de la pista atestada de parejas calientes y faldas diminutas y brillantes.

─No soy una niña. Pronto cumpliré dieciocho ─afirmé con enojo, apenas distinguiendo los rasgos de ese joven de cabello liso hasta los hombros.

─¡Hey! ¿Apuesto a que ya te ha mordido? ─la impertinente Lisa interrumpió la charla mirando al chico apuesto. Él meneó la cabeza.

─Ustedes...¿se conocen? ─los señalé. No me extrañaba que el muchacho de chaqueta de denim y vaqueros rotos en sus rodillas hubiera sido parte de la nómina de conquista de mi hermana. Ella, a diferencia de su melliza, era una comehombres con todas las letras.

Sexy, divertida, de rizos negros y boca pintada de rojo carmín, Lisa era una bomba con sólo veinte años.

─Sí, él es amigo de Joshua ─gritó mi hermana, haciendo referencia al novio de Annette.

─Oh...vaya... ─exclamé acomodándome un mechón de cabello tras mi oreja y con los pómulos sonrojados por la coincidencia.

Retirándonos hacia la barra del bar pude ver con detenimiento y gracias a la luz del sector, que ese muchacho era muy bonito. Espigado, de rasgos duros, bien podía ser jugador de vóleibol.

 Espigado, de rasgos duros, bien podía ser jugador de vóleibol

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Sintonizados: el latir de tu voz - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora