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Con el corazón hecho trizas cerré la puerta tan estruendosamente que creí arrancarla de su marco; ni siquiera el sonido fuerte de la TV en el cuarto de July había opacado semejante golpe.

Llorando a mares, lastimada en mi orgullo y alma, me repetí como tonta una y mil veces que yo ya sabía que nuestro final estaba al caer pero no que sería de este modo tan repentino y cruel.

Cada músculo de mi cuerpo parecía apretar mis huesos causándome un dolor profundo e intenso; estaba experimentando la traición en primera persona: William Vandor, quien se vanagloriaba de darme protección, quien humanamente ofrecía sus brazos para consolarme, se había encargado de tejer una estrategia para ocultarme una verdad tan atroz.

Quise romper lo primero que tenía a mano, desde los vasos del lavaplatos hasta cada recuerdo que aparecía en mi cabeza; sus manos en mi piel, su lengua en mi ombligo, su "te amo" tan ...ficticio...

Poco importó que el volumen de los cartoons animados que estaba mirando Julia hicieran vibrar los cristales de las ventanas, sabía que mi hija estaba ofendida pero no con el bueno para nada de su padre sino conmigo. Ella siempre me culpaba de mi alejamiento de Mark.

¿En qué demonios estaba pensando cuando medité lejanamente que lo mejor sería darle una nueva oportunidad a su padre en mi vida? Siendo un canalla, ventajero y absurdo, caía en la bajeza de una presunta demanda para pedir la custodia unilateral de mi hija y única razón de existir.

Golpeé con poca fuerza la puerta de la habitación de Julia. Ella no respondió, por lo que entré sin preguntar más.

Entre el barullo, con el reflejo del artefacto de TV pegando en su pequeño rostro, mi niña dormía con la boca abierta y vestida de pies a cabeza. Lentamente le quité el calzado, luego bajé la cremallera de su abrigo liviano y corrí las sábanas y el edredón de lado para que descansara cómodamente.

Si Mark me quitaba a Julia, literalmente yo moriría.

Acaricié las mejillas sonrojadas de mi hija y besé su frente, apenas tibia por el calor de la cama. Presioné el botón de apagado del aparato y di fin a la tortura auditiva.

Regresando a la sala tomé mi bolso y me dispuse a lavar la ropa, aquella que mantenía el aroma a sexo salvaje y promesas tontas por parte de Vandor. Para lo último dejé el vestido negro, su obsequio, el cual me recordó sus dedos sobre él, quitándolo muy lentamente hasta hacerlo descansar sobre el piso de la alcoba.

Sin consuelo alguno, simplemente lo guardé en la caja en que había venido, como si eso me hiciera olvidar cada minuto que había pasado con él durante estas semanas. Quizás, cuando yo estuviese menos endeble, se lo dejaría en el cobertizo de su casa con el objetivo de no tenerlo junto a mí.

De hecho, hasta podría mandarlo a una costurera y hacer dos vestidos con él para obsequiarlo a alguna de sus amiguitas de turno.

Echándome a llorar desconsolada en la cama, me puse en posición fetal lamentándome por mi mala fortuna e ingenuidad.

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A tres horas de caer desplomada sobre el colchón me di una ducha. Julia continuaba exhausta, durmiendo como tronco. Frotando mis brazos, deseando arrastrar el paso de los labios masculinos sobre mi piel, pensé en mil maniobras para desacreditarlo como ídolo musical, que todos conocieran que William Vandor no era el muchacho buenorro de cruel pasado que componía al amor como ningún otro de su generación.

Sin embargo, destilando ponzoña tampoco ganaba nada, excepto enemistades y tener que responder un montón de preguntas que no deseaba. Impotente, solo me dije que no valía la pena continuar hablando de él; de este modo, sólo conseguía reavivar el fuego que consumía mi pecho.

Sintonizados: el latir de tu voz - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora