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Era justo reconocer que había bebido lo suficiente como para caer en la trampa de su simpleza pero no lo necesario para hacer algo de lo que me arrepintiese horas más tarde.

Paige era como el jazmín de mi casa: sedosa, aromática y sencilla pero con un poder de seducción no fingido. Ella no pretendía ser la rosa del jardín, ella se conformaba con ser una flor más del arbusto.

De carcajada contagiosa, mirada tierna y sonrisa amplia y clara, Paige Howling era luz.

No de las que encandilaba, sino de las que iluminaba el camino a seguir.

Pero yo no podía permitirle la ilusión; mi futuro no estaba aquí y mucho menos con ella. Jugar a la aventura con una madre soltera, con otra clase de expectativas y necesidades, no estaba en mis planes.

Yo conocía el sacrificio de esa clase de mujeres en primera persona y era algo que me había encargado de prometer que jamás haría.

Ingresar en su casa, aunque más no fuera para esperarla diez minutos más de lo previsto había sido una mala idea: ella no fingió tener una casa ordenada, perfectamente pintada y escandalosamente inmaculada. Por el contrario, juntar los juguetes de su niña humanizaba aún más a esa mujer.

─Eres muy noble. Luces fuerte, imbatible. Una leona con todas las letras. Pero es una máscara...tu fragilidad me cautiva Paige. Y no es palabrería. Nunca podríamos estar juntos de otro modo que no fuera este ─espeté en un momento de debilidad. Para entonces, mi mano acababa de abandonar el estampado de su vestido.

─¿De...otro modo?¿Y cuál sería este modo? ─en sus ojos vi una esperanza errónea. Yo debía colocar un freno a posibles confusiones.

¿Pero confusiones para quién?

─Éste...el disfrutar de una cena, de un vino glorioso y una música excelsa ─murmuré con voz gruesa, áspera por el vino y por el momento de intimidad tan deseado como innecesario.

Paige se tomó un tiempo para procesar mis palabras, un tiempo que pareció eterno. No obstante, lejos de lo imaginado, no tomó su chaqueta y salió corriendo de escena sollozando y pidiendo explicaciones, sino que remató ingeniosamente:

"Me prometiste helado de chocolate con nueces. No me iré de aquí hasta probarlo."

El hoyuelo cerca de sus labios cobró vida, así como el lunar que decoraba su mejilla de un modo atrevido y singular. Como si acabara de perder mil libras de mis hombros, regresé a la cocina, tomé unas copas y fui en busca del tan preciado tesoro. Aliviado, cambiamos de tema hasta que, a su segunda cucharada, el móvil le sonó con estruendo.

─Disculpa, no sé quién puede ser ─su rostro se rigidizó, probablemente sospechando que una llamada a estas horas sólo correspondía a una urgencia.

Retirándose por un instante hacia el cobertizo, habló muy bajo hasta que como una tromba entró a la sala de mi casa y compungida, dijo:

─Mi madre ha llevado a July a casa. Está con unas líneas de fiebre y no quiere dormirse ni que vaya el médico sin antes verme a mí. Lo siento William, pero debo marcharme ya mismo ─se excusó valederamente.

─Permíteme llevarte, no quiero dejarte sola ─sin importar el helado recogí una de mis chaquetas y salimos corriendo de casa rogando que fuera tan sólo un capricho infantil.

____


Para cuando llegamos a su casa, Paige agradeció por milésima vez la cena y se disculpó otras tantas por el cambio de rumbo que había tomado la noche.

─¿Quieres que me quede contigo?

─Oh, no William. Ya bastante tiempo has perdido por haberme alcanzado hasta aquí ─ella revolvía compulsivamente su bolso buscando las llaves.

Sintonizados: el latir de tu voz - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora